EL
AUTISTA VOLUNTARIO
El
hombre es por naturaleza un ser social que debe estar comunicado con su
prójimo, especialmente con los que viven a su lado o trabajan con él. Toda
persona desea llevarse bien con su prójimo y por lo tanto debería tener una
fluida y armoniosa comunicación con las personas de su entorno familiar,
laboral o social.
La
falta de comunicación suele deteriorar la personalidad y entorpecer las relaciones
humanas. Además, según las estadísticas,
muchas personas que no lograron una comunicación adecuada cayeron luego en una
triste soledad y algunas, con el tiempo, en
una fuerte depresión.
El
autismo es un trastorno neurológico y complejo que daña la capacidad
de una persona para comunicarse y relacionarse con otros. También, está
asociado con rutinas y comportamientos repetitivos, tales como arreglar objetos
obsesivamente o seguir rutinas muy específicas. Los síntomas pueden oscilar
desde leves hasta muy severos.
Al
autista se le trata para que logre dar pasos y consiga conectarse con su
prójimo. Gracias a Dios la ciencia médica va avanzando y cada vez tenemos
mejores resultados, a veces extraordinarios como el caso de Grandin Temple que fue llevado a la
pantalla de cine con una extraordinaria película que dio la vuelta al mundo.
El autista voluntario
En
este artículo no hablaremos del trastorno neurológico de los autistas sino de
las personas normales, que por diversos
motivos o circunstancias, se escapan de su relación con el prójimo y se
esconden en un autismo creado por ellos
mismos, que lo utilizan como un mecanismo
de defensa para protegerse.
En
una sociedad donde se ha roto la familia se crean mundos individuales que son
bastante peculiares. El hombre, que se
cierra en si mismo, encuentra justificaciones suficientes para creer tener
derecho a una independencia que lo lleva de la mano a un autismo voluntario. No solo desea ser libre sino que le molesta
estar comunicado con algunas personas de su entorno.
El autista
voluntario se esconde habitualmente en su mundo de incomunicación, trata de
evitar el encuentro con determinadas personas, prefiere no saludar y cuando lo
tiene que hacer es extremadamente parco, solo busca a los seguidores que
adiestró según su criterio. Su estilo de vida puede responder a la rectitud de
unas normas o leyes que él subraya con importancia. Sus convicciones son tan fuertes
que no admite que otras personas le contradigan o tengan una conducta que él no
acepta. En la práctica no los puede ni ver y se retira de la presencia de
ellos.
Tiene unas exigencias de vida peculiares y anda
buscando seguidores que lo entiendan. Quiere imponer a toda costa su
estilo original y si no lo consigue se aparta con fastidio y con actitudes
cortantes. Su lejanía con algunas personas, que
puede durar años, es implacable, además piensa que tiene todas las
justificaciones para actuar así y que se le debe respetar.
El autista voluntario va cosechando con el tiempo
una fuerte incomunicación con una lista, cada vez más numerosa, de personas que
estuvieron cerca de él y terminaron lejanas porque así lo decidió un día.
Es penoso ver, en los tiempos actuales, caer a
muchas personas en esta triste esclavitud generada fundamentalmente por
un amor propio desordenado y hasta enfermizo. Habitualmente estas personas
viven calientes y con un espíritu
crítico bastante radical y severo. Son actitudes que suelen causar divisiones y
distancias entre las personas, o generan también en algunos un falso respeto, que es más bien, una
estrategia para evitar discusiones o conflictos.
Cuando el
enfermo se comunica mejor que el sano
El que realmente tiene la enfermedad del autismo consigue entre los suyos una
mejor comunicación que el autista
voluntario. La figura del niño autista produce una suerte de comunicación
en los que están a su alrededor. Todos tratan de ayudarlo y se convierte en un tesoro para su familia.
Conocí una familia que tenían en casa una niña
con síndrome de Dawn. Aquella persona discapacitada era muy buena y cariñosa
con todos. Era realmente el tesoro de la casa. Un amigo que tenía sus hijos
normales me decía que envidiaba a esa familia porque estaban todos unidos y se
querían mucho, en cambio en su casa, sus hijos se habían alejado de él, se
portaban muy mal, eran irreverentes, conflictivos, solo traían problemas y
grandes preocupaciones.
Hoy muchas familias viven preocupadas por sus
hijos, que son normales y están sanos pero tienen un desorden de vida
considerable y una conducta rebelde e irreverente que los hiere habitualmente.
No saben qué hacer con ellos.
El origen de esos desarreglos puede deberse, en
algunos casos a la ausencia del amor familiar y en otros casos al excesivo
consentimiento de unos papás que le dieron a sus hijos todo lo que les pedían y
los convirtieron en unos engreídos insoportables.
Los padres tienen el deber de educar a sus hijos.
El amor no es solo atenderlos bien y darles cosas, tampoco tenerlos apapachados con manifestaciones de
afecto. Es formarlos bien y conseguir que tengan virtudes humanas, que sean
personas sacrificadas que saben servir a los demás sin buscar nada para ellos.
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