miércoles, octubre 22, 2014


EL AUTISTA VOLUNTARIO
El hombre es por naturaleza un ser social que debe estar comunicado con su prójimo, especialmente con los que viven a su lado o trabajan con él. Toda persona desea llevarse bien con su prójimo y por lo tanto debería tener una fluida y armoniosa comunicación con las personas de su entorno familiar, laboral o social.
La falta de comunicación suele deteriorar la personalidad y entorpecer las relaciones humanas. Además, según las estadísticas, muchas personas que no lograron una comunicación adecuada cayeron luego en una triste soledad y algunas, con el tiempo, en una fuerte depresión.
El autismo es un trastorno neurológico y complejo  que daña la capacidad de una persona para comunicarse y relacionarse con otros. También, está asociado con rutinas y comportamientos repetitivos, tales como arreglar objetos obsesivamente o seguir rutinas muy específicas. Los síntomas pueden oscilar desde leves hasta muy severos.
Al autista se le trata para que logre dar pasos y consiga conectarse con su prójimo. Gracias a Dios la ciencia médica va avanzando y cada vez tenemos mejores resultados, a veces extraordinarios como el caso de Grandin Temple que fue llevado a la pantalla de cine con una extraordinaria película que dio la vuelta al mundo.

El autista voluntario
En este artículo no hablaremos del trastorno neurológico de los autistas sino de las personas normales, que por diversos motivos o circunstancias, se escapan de su relación con el prójimo y se esconden en un autismo creado por ellos mismos, que lo utilizan como un mecanismo de defensa para protegerse.
En una sociedad donde se ha roto la familia se crean mundos individuales que son bastante peculiares. El hombre, que se cierra en si mismo, encuentra justificaciones suficientes para creer tener derecho a una independencia que lo lleva de la mano a un autismo voluntario. No solo desea ser libre sino que le molesta estar comunicado con algunas personas de su entorno.
El autista voluntario se esconde habitualmente en su mundo de incomunicación, trata de evitar el encuentro con determinadas personas, prefiere no saludar y cuando lo tiene que hacer es extremadamente parco, solo busca a los seguidores que adiestró según su criterio. Su estilo de vida puede responder a la rectitud de unas normas o leyes que él subraya con importancia. Sus convicciones son tan fuertes que no admite que otras personas le contradigan o tengan una conducta que él no acepta. En la práctica no los puede ni ver y se retira de la presencia de ellos.

Tiene unas exigencias de vida peculiares y anda buscando seguidores  que lo entiendan. Quiere imponer a toda costa su estilo original y si no lo consigue se aparta con fastidio y con actitudes cortantes. Su lejanía con algunas personas, que puede durar años, es implacable, además piensa que tiene todas las justificaciones para actuar así y que se le debe respetar.
El autista voluntario va cosechando con el tiempo una fuerte incomunicación con una lista, cada vez más numerosa, de personas que estuvieron cerca de él y terminaron lejanas porque así lo decidió un día.

Es penoso ver, en los tiempos actuales, caer a muchas personas en esta triste  esclavitud generada fundamentalmente por un amor propio desordenado y hasta enfermizo. Habitualmente estas personas viven calientes y con un espíritu crítico bastante radical y severo. Son actitudes que suelen causar divisiones y distancias entre las personas, o  generan también en algunos un falso respeto, que es más bien, una estrategia para evitar discusiones o conflictos.

Cuando el enfermo se comunica mejor que el sano
El que realmente tiene la enfermedad del autismo consigue entre los suyos una mejor comunicación que el autista voluntario. La figura del niño autista produce una suerte de comunicación en los que están a su alrededor. Todos tratan de ayudarlo y se convierte en un tesoro para su familia.

Conocí una familia que tenían en casa una niña con síndrome de Dawn. Aquella persona discapacitada era muy buena y cariñosa con todos. Era realmente el tesoro de la casa. Un amigo que tenía sus hijos normales me decía que envidiaba a esa familia porque estaban todos unidos y se querían mucho, en cambio en su casa, sus hijos se habían alejado de él, se portaban muy mal, eran irreverentes, conflictivos, solo traían problemas y grandes preocupaciones.

Hoy muchas familias viven preocupadas por sus hijos, que son normales y están sanos pero tienen un desorden de vida considerable y una conducta rebelde e irreverente que los hiere habitualmente. No saben qué hacer con ellos.

El origen de esos desarreglos puede deberse, en algunos casos a la ausencia del amor familiar y en otros casos al excesivo consentimiento de unos papás que le dieron a sus hijos todo lo que les pedían y los convirtieron en unos engreídos insoportables.

Los padres tienen el deber de educar a sus hijos. El amor no es solo atenderlos bien y darles cosas, tampoco tenerlos apapachados con manifestaciones de afecto. Es formarlos bien y conseguir que tengan virtudes humanas, que sean personas sacrificadas que saben servir a los demás sin buscar nada para ellos.

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