jueves, noviembre 27, 2014

Los que regresan sin estar arrepentidos
LOS HIJOS PRÓDIGO CON YAYA

La parábola evangélica del hijo pródigo es un canto de acción de gracias y de alegría,  por el retorno del hijo que se había perdido totalmente.

La recuperación de un hijo es algo grandioso para los padres y para toda la familia: salen de una pena honda y recuperan la alegría. No hay nada que pueda alegrar tanto a los padres como un hijo que estaba alejado y que vuelve, por decisión propia, al camino del bien.

En la parábola destaca la actitud benévola del padre, que a pesar de la mala conducta del hijo, que había perdido toda la herencia viviendo disolutamente, lo recibe con un fuerte abrazo, lo besa, le regala un anillo y le organiza una gran fiesta.

La conducta del hijo converso también se subraya como ejemplar, regresa totalmente arrepentido y dispuesto a que su padre lo trate como a uno de sus empleados. Él mismo expresaba su propósito: “…iré a la casa de mi padre y le diré: ¡he pecado contra el Cielo y contra Ti! ¡ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo!, ¡trátame como a uno de tus jornaleros!”

El dolor sano y purificador del hijo y la alegría del padre
Se nota claramente el dolor del hijo arrepentido por haberse portado mal, quiere recomponer su vida y pide perdón, promete que ya no volverá a cometer ese error que lo apartó de su casa y del buen camino.

Todo este suceso produce en los miembros de la familia una alegría notable, tal vez más grande que la del nacimiento del propio hijo.

Solo el hijo mayor estaba apenado porque creía que el padre cometía una injusticia recibiendo en la casa al hermano que se había portado mal, como si hubiera triunfado en la vida y reclama para él los premios que le tocaban por haberse quedado en casa.

El padre le hace ver el privilegio que tenía de estar en casa unido a sus padres: “todo lo mío es tuyo”  y agrega:  tu hermano menor estaba perdido y lo hemos recuperado”, es por eso que todos están muy contentos. Para que el hermano mayor se sumara a la celebración de toda la casa, tenía primero que perdonar a su hermano.

También es importante observar que él perdón que recibe el hijo pródigo le da la oportunidad para que demuestre que puede ser buen hijo, buen hermano y borre así la mancha que dejó en el pasado por su mala conducta.

Además el texto evangélico apuntala: “en el cielo hay más alegría por un pecador que hace penitencia que por 99 justos que no tienen necesidad de ella”



Hoy regresan heridos pero no arrepentidos
Hoy parece que los hijos son víctimas de sus padres y de sus maestros y que la Iglesia debe cargar también con esas culpas y cambiar su modo de proceder. Los padres pueden estar dolidos por la mala conducta del hijo pero el hijo trae una herida mucho más grande y no es precisamente la del arrepentimiento. Está herido por los conflictos que ha tenido y busca que entiendan su postura que suele ser un acomodo, avalado por el consenso de los que piensan que el hombre tiene libertad absoluta para hacer de su vida lo que quiera y que todos los demás tendrían aceptar sus decisiones: si quiere ser alcohólico o drogadicto, que lo respeten,  él verá, es su elección y que nadie lo tache por eso.

Falseamiento de la verdad
En estos tiempos de relativismo ya no cuenta la verdad. La gente actúa de acuerdo a sus circunstancias, no les importa mucho si es correcto o no lo que están haciendo o lo que han decidido para el futuro. Creen que lo correcto es lo que deciden. Piden un respeto irrestricto a la autonomía de la conciencia, aunque ésta se salga de los criterios éticos de una moral objetiva.

Son planteamientos voluntaristas (quiero que sea verdad aunque no lo sea) elaborados por una terca rebeldía y respaldados por el consenso general de la libertad absoluta (tú puedes hacer con tu vida lo que tú quieras). Craso error.

Quien toma decisiones que lesionan la verdad está cerrando los ojos para reafirmar su elección con una inseguridad interior que busca disimular como si no pasara nada. Sabe que está actuando y que con el tiempo saldrá a flote lo que enterró.

Caben desde luego valiosísimas excepciones, de acuerdo a determinadas circunstancias, pero son muy pocas y no se las puede poner como ejemplo para todos los casos.

Resentimiento social
Además, para echar más leña en la hoguera, en estos últimos años ha crecido una mentalidad que reclama reinvindicaciones por los errores que se cometieron en el pasado. Es una mentalidad que surge fundamentalmente de un acomodo cuando se pierde el sentido del pecado y la visión sobrenatural que da la fe. Al hombre le parece que han sido injustos con él (el amor propio hace crecer el resentimiento) y reclama sus derechos. Este mismo hombre, casi sin darse cuenta, va variando su pensamiento a punto que distorsiona la imagen real de Cristo y el sentido del perdón.
Ojo que estamos hablando de una mentalidad generalizada y no de hechos puntuales que claman al Cielo y que merecen una sanción en nombre de la justicia.

Nos encontramos que toda una sociedad, motivada por el poder mediático, exige un reconocimiento de errores que se cometieron,  que apuntan más bien a una degradación del que los cometió, quitándole los honores que se consideran indebidos, aunque se desprestigien los que siempre fueron considerados correctos.

Con esta mentalidad habría que condenar a toda la humanidad por el delito de ser pecadores, pero lo peor es que los condenadores caen el la presunción de creerse “inmaculados” hasta que se demuestra que también tienen rabo de paja.

Hoy estamos viendo caer a los que se presentaban como reformadores y perseguidores de los corruptos. ¿Podríamos afirmar que estamos avanzando porque ahora se están descubriendo muchos casos de corrupción?  O habría que decir más bien: ¡escuchemos a la Iglesia cuando nos habla del pecado y del perdón!, y ¡aprendamos a reconocer nuestros pecados, a luchar contra ellos y a perdonar a los demás!

El hombre sin fe dice: ¡revisemos la historia! Porque nos han hecho creer durante siglos cosas que no son ciertas. Un hijo también podría decir lo mismo de sus padres, o si no lo dice quiere mostrarlo con su conducta.

Pero también es interesante observar que en medio de estas rebeldías, (gente que reclama sus “derechos”), aparecen las consecuencias de la pérdida del sentido del pecado y de la ausencia del perdón. Se nota especialmente en las vidas de las personas más jóvenes, que hacen sufrir a sus padres por la conducta que llevan.  Los hijos pródigos “con yaya” se han extendido considerablemente.

Aumenta nuestra preocupación cuando comprobamos que hoy nadie quiere sentirse culpable por las faltas cometidas contra la moral o las buenas costumbres; como si lo que antes fuera pecado ahora ya  no lo es. Sin embargo no se puede negar que  quien se encuentra en una situación, que se consideró siempre como de pecado, empieza a sentirse lejos de un hogar estable. El clima de un  hogar que se acomoda a las leyes de Dios les incomoda.

Cuando uno no vive de acuerdo a las enseñanzas que le dieron dentro de una familia estable, termina pensando de acuerdo al desorden en el que se encuentra viviendo y se genera una suerte de contradicción que podría llevarlo a tomar distancia, creando un clima de incomprensión: es el voluntarismo (cerrazón) de no querer entender.

Esta dificultad hace creer al hijo que la libertad es la independencia y que se ejerce cuando puede decir incómodamente: “¡Tú no te metas! ¡es mi vida!” y entonces congela el tema para que no se converse de su situación.  El joven no se da cuenta que con esa actitud  la herida se hace más profunda y dolorosa.

Esta cerrazón es propia del “hijo pródigo con yaya” que está herido pero no arrepentido y quiere arreglar las cosas a su manera. La herida que persiste no le deja ver la realidad. Si uno ve un cuadro famoso con dolor de cabeza puede decir que es un adefesio. Las respuestas de un joven, en esa situación, suelen ser duras y evasivas, como si viviera con una especie de neurosis, donde los mecanismos de defensa crecen considerablemente.

La persona que tiene esta yaya en su corazón encuentra dificultades para sus relaciones humanas. Busca cómplices que cubran su herida y le ayuden a inyectarse todos los días una buena dosis de anestesia  para poder llevar las cosas disimuladamente, como si todo estuviera muy bien.

La felicidad no se puede organizar, brota de la coherencia de vida cuando se hacen las cosas bien.
La crisis de la sociedad contemporánea es también una ceguera que impide ver bien la realidad. Mucha gente se encuentra metida en una especie de burbuja y se cierran a recibir  consejos que no vayan en la línea de lo que han decidido. Quieren asegurar lo que piensan para poder manejar su propia vida.

En el adviento, que es un tiempo de purificación, se pueden curar las “yayas” que impiden el arrepentimiento. La sociedad necesita el retorno de muchos hijos pródigos.

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