Mentalidad de poder
NOSOTROS
LOS GOBERNANTES
Cuando se pierde la
humildad, que es la verdad, el amor
propio puede traer consecuencias nefastas y una desubicación total de la
persona.
Así les ocurre a miles
que están convencidos, que han nacido
para tener un poder que deben conquistar y no soltarlo. El tipo de educación
que recibieron y las circunstancias favorables para escalar posiciones, les
hizo creer que tienen excelentes condiciones de liderazgo, y que al llegar a
los puestos de mando, lo van a hacer mejor que nadie.
La certeza de ese
convencimiento es radical. Suelen ser personas que han sido apoyadas, algunas veces desde la infancia, con
proyectos de liderazgo donde ellos son los protagonistas principales. Siempre
soñaron con ser estrellas y tener un dominio cautivador sobre los demás.
Si la meta de sus
estudios fue solo destacar, sin más,
por encima de los otros, sin propósitos
de servicio y de generosidad, esas personas pueden haber quedado marcadas por
un amor propio que los ciega. Solo pensarían en su propia realización, y para
alcanzarla, utilizarían a personas idóneas
para sus planes. Esa conducta de autoestima elevada, si no se corrige a tiempo, atraería también a oportunistas, que como ellos, tienen aspiraciones de
beneficio personal. De esa conjunción de intereses egoístas nacen, crecen y se
extienden rápido, las redes de corrupción.
La
multiplicación de los “poderosos”
Estos personajes, con mentalidad de poder, se han
multiplicado en nuestra sociedad, y forman parte de esos miles, o tal vez millones,
cada día son más,
que se encuentran negociando, en la
política o en alguna empresa solvente, para ver qué gollería pueden
conseguir.
Lamentablemente esta mentalidad está muy arraigada en la
sociedad contemporánea. Quienes la posean no se dan cuenta de tener una
limitación que los aleja de la gente sencilla y buena, de miles que pasan desapercibidos y no tiene esas mismas aspiraciones
de protagonismo o arribismo personal.
Sin embargo estos personajes “importantes” miran a la gente sencilla
como si fueran inferiores; gente que
no puede estar en los niveles donde ellos se manejan y que, en todo caso, podrían estar bajo el
mando de ellos, que son los que saben y se han esforzado mucho para llegar a
esas posiciones altas. Desde luego, se creen en el derecho de pedir un
reconocimiento a sus méritos, que son más bien “globos” inflados por ellos mismos o por sus allegados.
Las personas que
padecen de esta mentalidad tienen una
gran dificultad para hacer amigos de verdad. Tampoco conciben la amistad fuera
de sus proyectos ambiciosos de poder y dominio. Buscan habitualmente formar
equipos “selectos” con gente que
tenga las condiciones para las metas que ellos proponen. Los demás no cuentan.
La
vida y el ejemplo del que sabe querer
De acuerdo a lo que
venimos diciendo el lector puede darse cuenta de la diferencia que hay entre un
verdadero líder que persuade con el ejemplo de una conducta sana y coherente, propia de la humildad, que señala siempre el camino del bien, del “líder”
que va a lo suyo con un “amor” (ambición) de posesión y con el miedo de que
otros le arrebaten lo que busca conquistar o ha conquistado para él.
Es fácil darse cuenta
de las diferencias cuando oímos los discursos de muchos políticos y de miles, que como ellos, quieren ser jefes y
tener gente que les haga caso. Estos personajes hablan como si fueran los
dueños de la verdad y se cuidan mucho de no elegir a alguien que pueda hacerles
sombra, a ellos o a su equipo de allegados. No piden una lealtad para el bien
sino una lealtad para los intereses personales o de grupo.
El
poder puede corromper
Toda la humanidad sabe
que el poder puede corromper. No son
pocas las personas, que cuando ascienden a un puesto de importancia cambian su
conducta. Se vuelven altaneros, cierran
la comunicación con muchas personas y están convencidos de estar en lo correcto.
Se vuelven difíciles en las relaciones con los demás, ya no se les encuentra,
porque están “en otro nivel” se sienten
“más importantes” Solo se acercan a los
que bailan con su mismo pañuelo; con
ellos hacen los negocios y tienen abierta la comunicación. Con el resto son
difíciles, marcan una distancia, no contestan el teléfono, bloquean sus correos,
hacen esperar a la gente y utilizan
injustamente el silencio administrativo.
Este cuadro, donde la acepción de personas está a la orden del
día, se repite en muchas empresas y genera constantemente situaciones graves de
injusticia. Es lamentable y clama al
cielo cuando estos “dueños del poder” han tomado decisiones injustas, con todas las de la ley, que se congelan
indefinidamente por un acuerdo tácito
entre ellos, y así permiten, sin ningún escrúpulo, discriminaciones oficiales convenientes para la “salud”
del grupo de poder.
Germenes
de corrupción mental
El que tiene una
mentalidad de poder y se cree “el dueño
de la pelota”, ha dejado penetrar en su mente unos grados de corrupción que
podrían hacer “metástasis”. Es
importante observar que el modo de ver las cosas y de enfocar la vida se
distorsiona de un modo increíble con unas pocas dosis de egoísmo. Cuando un
egoísta comete un error le duele porque se equivoca y no porque ofende o hace
daño a los demás. Tampoco llega a percibir lo que pasa en la interioridad de
las personas, solo le interesa cuando ve posibles fuentes de influencia.
La miopía de esa
absurda mentalidad les lleva a estar
habitualmente en conflicto (discusiones,
juicios peyorativos, acusaciones de corrupción, afán de meter al otro en la
cárcel, demostraciones de que los demás no valen nada). Dicho de un modo
criollo: “son peleas de gringos”
El
poder del mal
Cuando los humos se
suben a la cabeza se trabaja de un modo estúpido,
con una lógica de circuito cerrado
entre los que están aferrados a un poder. Se arman habitualmente camarillas y se recuerda constantemente
a los integrantes del grupo que los que no son como ellos pueden ser peligrosos.
Lo malo es cuando estas
situaciones creadas se enquistan y permanecen muchos años sin que nadie las
pueda cambiar. De todos modos hay que tener en cuenta que un poder de beneficio
personal, llámese dinero, gloria humana o
argolla, se derrumba con el tiempo. La historia es elocuente; muchas
estructuras de poder se derrumbaron como “castillos
de arena” La reciente celebración de
la caída del muro de Berlín es una prueba clara donde se recuerda la nefasta mentalidad de un “poder” que se
sentía superior y que quiso someter a todos con una conquista impropia, cayeron
con el tiempo, pero antes lograron
conseguir que miles apoyaran esas ideas, sin que se dieran cuenta de la
inmoralidad de los métodos y de los fines.
La soberbia ciega. Lamentablemente
la educación, en muchos ambientes de la
sociedad, apunta a la gloria humana, el
sobresalir para que el Yo se luzca. Así se formaron muchos grupos de poder
que se vinieron abajo por falta de sustento moral. La historia se repite en escenarios distintos.
Urge una educación que
haga humildes y sencillas a las personas para que aprendan a servir sin buscar
recompensa y quieran de verdad a su prójimo; ¡basta ya de las esclavitudes del utilitarismo y del engaño con
proyectos de los que solo buscan en poder para aprovecharse de él! Con una
educación adecuada se debe procurar eliminar todos los germenes de corrupción que
han sido propalados con el mal ejemplo de personas con mentalidad de poder.
Agradecemos
sus comentarios.
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