jueves, noviembre 13, 2014

Mentalidad de poder
NOSOTROS LOS GOBERNANTES

Cuando se pierde la humildad, que es la verdad, el amor propio puede traer consecuencias nefastas y una desubicación total de la persona.

Así les ocurre a miles que están convencidos, que han nacido para tener un poder que deben conquistar y no soltarlo. El tipo de educación que recibieron y las circunstancias favorables para escalar posiciones, les hizo creer que tienen excelentes condiciones de liderazgo, y que al llegar a los puestos de mando, lo van a hacer mejor que nadie.

La certeza de ese convencimiento es radical. Suelen ser personas que han sido apoyadas, algunas veces desde la infancia, con proyectos de liderazgo donde ellos son los protagonistas principales. Siempre soñaron con ser estrellas y tener un dominio cautivador sobre los demás.

Si la meta de sus estudios fue solo destacar, sin más, por encima de los otros, sin propósitos de servicio y de generosidad, esas personas pueden haber quedado marcadas por un amor propio que los ciega. Solo pensarían en su propia realización, y para alcanzarla, utilizarían a personas idóneas para sus planes. Esa conducta de autoestima elevada, si no se corrige a tiempo, atraería también a oportunistas, que como ellos, tienen aspiraciones de beneficio personal. De esa conjunción de intereses egoístas nacen, crecen y se extienden rápido, las redes de corrupción.

La multiplicación de los “poderosos”
Estos personajes, con mentalidad de poder, se han multiplicado en nuestra sociedad, y forman parte de esos miles, o tal vez millones, cada día son más, que se encuentran negociando, en la política o en alguna empresa solvente, para ver qué gollería pueden conseguir.
Lamentablemente esta mentalidad está muy arraigada en la sociedad contemporánea. Quienes la posean no se dan cuenta de tener una limitación que los aleja de la gente sencilla y buena, de miles que pasan desapercibidos y no tiene esas mismas aspiraciones de protagonismo o arribismo personal.  Sin embargo estos personajes “importantes” miran a la gente sencilla como si fueran inferiores; gente que no puede estar en los niveles donde ellos se manejan y que, en todo caso, podrían estar bajo el mando de ellos, que son los que saben y se han esforzado mucho para llegar a esas posiciones altas. Desde luego, se creen en el derecho de pedir un reconocimiento a sus méritos, que son más bien “globos” inflados por ellos mismos o por sus allegados.
Las personas que padecen de esta mentalidad  tienen una gran dificultad para hacer amigos de verdad. Tampoco conciben la amistad fuera de sus proyectos ambiciosos de poder y dominio. Buscan habitualmente formar equipos “selectos” con gente que tenga las condiciones para las metas que ellos proponen. Los demás no cuentan.


La vida y el ejemplo del que sabe querer
De acuerdo a lo que venimos diciendo el lector puede darse cuenta de la diferencia que hay entre un verdadero líder que persuade con el ejemplo de una conducta sana y coherente, propia de la humildad,  que señala siempre el camino del bien, del “líder” que va a lo suyo con un “amor” (ambición) de posesión y con el miedo de que otros le arrebaten lo que busca conquistar o ha conquistado para él.

Es fácil darse cuenta de las diferencias cuando oímos los discursos de muchos políticos y de miles, que como ellos, quieren ser jefes y tener gente que les haga caso. Estos personajes hablan como si fueran los dueños de la verdad y se cuidan mucho de no elegir a alguien que pueda hacerles sombra, a ellos o a su equipo de allegados. No piden una lealtad para el bien sino una lealtad para los intereses personales o de grupo.

El poder puede corromper
Toda la humanidad sabe que el poder puede corromper. No son pocas las personas, que cuando ascienden a un puesto de importancia cambian su conducta. Se vuelven  altaneros, cierran la comunicación con muchas personas y están convencidos de estar en lo correcto. Se vuelven difíciles en las relaciones con los demás, ya no se les encuentra, porque están “en otro nivel”  se sienten “más importantes”  Solo se acercan a los que bailan con su mismo pañuelo; con ellos hacen los negocios y tienen abierta la comunicación. Con el resto son difíciles, marcan una distancia, no contestan el teléfono, bloquean sus correos, hacen esperar a la gente y utilizan injustamente el silencio administrativo.

Este cuadro, donde la acepción de personas está a la orden del día, se repite en muchas empresas y genera constantemente situaciones graves de injusticia. Es lamentable y clama al cielo cuando estos “dueños del poder” han tomado decisiones injustas, con todas las de la ley, que se congelan indefinidamente por un acuerdo tácito entre ellos, y así permiten, sin ningún escrúpulo, discriminaciones oficiales convenientes para la “salud” del grupo de poder.

Germenes de corrupción mental
El que tiene una mentalidad de poder y se cree “el dueño de la pelota”, ha dejado penetrar en su mente unos grados de corrupción que podrían hacer “metástasis”. Es importante observar que el modo de ver las cosas y de enfocar la vida se distorsiona de un modo increíble con unas pocas dosis de egoísmo. Cuando un egoísta comete un error le duele porque se equivoca y no porque ofende o hace daño a los demás. Tampoco llega a percibir lo que pasa en la interioridad de las personas, solo le interesa cuando ve posibles fuentes de influencia.

La miopía de esa absurda mentalidad les lleva a estar habitualmente en conflicto (discusiones, juicios peyorativos, acusaciones de corrupción, afán de meter al otro en la cárcel, demostraciones de que los demás no valen nada). Dicho de un modo criollo: “son peleas de gringos”

El poder del mal
Cuando los humos se suben a la cabeza se trabaja de un modo estúpido, con una lógica de circuito cerrado entre los que están aferrados a un poder. Se arman habitualmente camarillas y se recuerda constantemente a los integrantes del grupo que los que no son como ellos pueden ser peligrosos.

Lo malo es cuando estas situaciones creadas se enquistan y permanecen muchos años sin que nadie las pueda cambiar. De todos modos hay que tener en cuenta que un poder de beneficio personal, llámese dinero, gloria humana o argolla, se derrumba con el tiempo. La historia es elocuente; muchas estructuras de poder se derrumbaron como “castillos de arena”  La reciente celebración de la caída del muro de Berlín es una prueba clara donde se recuerda la nefasta mentalidad de un “poder” que se sentía superior y que quiso someter a todos con una conquista impropia, cayeron con el tiempo,  pero antes lograron conseguir que miles apoyaran esas ideas, sin que se dieran cuenta de la inmoralidad de los métodos y de los fines.

La soberbia ciega. Lamentablemente la educación, en muchos ambientes de la sociedad, apunta a la gloria humana, el sobresalir para que el Yo se luzca. Así se formaron muchos grupos de poder que se vinieron abajo por falta de sustento moral.  La historia se repite en escenarios distintos.

Urge una educación que haga humildes y sencillas a las personas para que aprendan a servir sin buscar recompensa y quieran de verdad a su prójimo; ¡basta ya de las esclavitudes del utilitarismo y del engaño con proyectos de los que solo buscan en poder para aprovecharse de él! Con una educación adecuada se debe procurar eliminar todos los germenes de corrupción que han sido propalados con el mal ejemplo de personas con mentalidad de poder.


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