En una
enfermedad terminal
EL
DERECHO DE COMBATIR EL DOLOR, antes de morir
No es lo mismo quitarse
la vida para no sufrir, en un estado de
enfermedad terminal, que quitarse el dolor, aunque los analgésicos pudieran
acelerar la muerte.
La persona que se quita
la vida suicidándose o con una muerte asistida
cae en un desorden moral grave que se extiende a todos los que colaboran en
esa intervención (la voluntad de matar trae
serios desarreglos en las vidas de las personas y les “arranca” la felicidad
que podrían tener). En cambio la persona que pide que se le alivie el dolor, producido por la enfermedad terminal,
está en todo su derecho para solicitar los analgésicos que hagan falta. Si
estas medicinas le aceleran la muerte, esta consecuencia, en un estado terminal, no es matar.
La familia también
puede pedir, para el familiar enfermo,
los calmantes que sean necesarios para evitar o disminuir el dolor. En cambio
si el moribundo no quiere calmantes y desea pasar por esos sufrimientos, hay
que respetar su voluntad y estar muy atentos, porque puede ser que en algún
momento sea necesario un alivio para que tenga una muerte más llevadera y
serena. También se le puede ayudar a tomar una decisión que sea mejor para
todos, pero nunca sería la eutanasia.
Gracias a Dios, los
cuidados paliativos han mejorado considerablemente en los últimos tiempos. Cada
vez se hace más fácil asistir a un paciente terminal para que tenga una muerte
digna y tranquila.
Derecho
a la vida y no a la muerte
La Iglesia nos enseña
que la muerte es un castigo por el pecado, nadie puede desearla, es lo contrario
a la vida. No se puede hablar de derecho a morir, aunque todos tendremos que
pasar por ese trance amargo. Es natural en el ser humano querer la vida. La
vida sí es un derecho. Las personas que tienen fe aprenden a tener cada día más
amor a la Vida (con Mayúscula), que
es el Cielo y se inicia para el alma
después de la muerte del cuerpo, cuando la persona muere en gracia de Dios.
La persona con una
enfermedad terminal e irreversible tiene derecho a unos cuidados paliativos que
le den calidad y paz a la hora de morir. El deseo de la Vida eterna no es el
deseo de la muerte. Dejarlo que muera en paz es evitar el encarnizamiento
terapéutico, la obstinación o ensañamiento para la aplicación de tratamientos
inútiles que son tremendamente molestos para el paciente y muchas veces caros, para no obtener absolutamente nada en beneficio
de la salud del que se encuentra en una enfermedad terminal.
Prepararse
para morir y rezar por los fieles difuntos
(enseñanzas de
la Iglesia)
La Iglesia tiene la
misión de preparar bien al hombre dándole todos los recursos necesarios para
que pueda llegar al Cielo inmediatamente después de la muerte. Lo conseguirá si
está bien preparado, si le falta algo, tendrá que pasar un tiempo por el purgatorio
antes de llegar a ese lugar de felicidad. También nos enseña la Revelación la
existencia del infierno donde van los condenados que se alejaron de Dios por
voluntad propia y no quisieron retornar al camino de la verdad y del bien.
La Iglesia reza siempre
por los fieles difuntos, especialmente en
el mes de Noviembre, y ofrece sufragios por quienes pueden encontrarse en
el purgatorio. Gracias a esas oraciones algunos pueden salir de ese lugar de
sufrimiento y pasar a Cielo. Además la Iglesia prepara constantemente a las
personas para que mueran en gracia de Dios y puedan alcanzar esa meta de
felicidad eterna que todos ansiamos en el fondo de nuestras almas.
La
cercanía de la meta definitiva
Conforme avanzan los
años se está más cerca de la Vida eterna. Esta meta de felicidad le da sentido
a toda nuestra existencia. Si la persona se ha preparado bien y ha sido fiel a
sus compromisos, oirá la voz de Dios que le dice: “ya que has sido fiel en lo poco,
Yo te confiaré lo mucho, ¡entra en el gozo de tu Señor!”
Tendría que ser lógico
el aumento de la alegría por cada día que pasa, porque está próximo ese lugar
de infinita felicidad que es el Cielo. Pero lamentablemente muchos hombres, en vez avanzar y progresar en su vida
espiritual, se van quedando varados y con el alma bastante herida por las
atrocidades del pecado. Además, no reaccionar a tiempo es complicar más las cosas,
porque cuando aparecen las enfermedades, o
las limitaciones y achaques de la vejez, el sufrimiento crece de forma
exponencial. Muchos ancianos, que han sido un poco descuidados en la vida,
entran en una amarga soledad, al
comprobar que han perdido la capacidad que tenían antes; ya no se sienten
útiles y terminan pensando que se deberían
morir, para no ser un estorbo.
Quien no ha sabido vivir
de un modo cristiano pensará que la enfermedad, suya o la del prójimo, es una tragedia que conviene evitar a como
de lugar. Cuando no hay nada que hacer creerá que lo mejor es morir, para no
sufrir, ni hacer sufrir a los demás. En los Evangelios cuando Pedro
ingenuamente quiso apartar a Jesucristo de los sufrimientos de la pasión,
escuchó de su Maestro una fuerte reprensión:
“¡Apártate de mí satanás! porque no piensas como Dios sino como los
hombres”
El sentido del sufrimiento y el dolor en las etapas terminales.
No es cierto que los
familiares que han colaborado con la
eutanasia de su ser querido se hayan ahorrado el dolor y sufrimiento de esos
momentos. En esos procedimientos hay una suerte de huida y desentendimiento. En
cambio, quien tiene fe y vida cristiana, cuando está al lado del ser querido
paciente que está debilitándose por una larga agonía, posee una serenidad llena de esperanza. Su oración
lo levanta, se siente instrumento de una importante misión, con la ayuda de la
gracia, nota que el Espíritu Santo le alcanza sus dones: puede hablar claro,
con un criterio sobrenatural que conmueve al enfermo y a todos los que le están
escuchando. Él mismo se conmueve con su propia actuación porque ve la mano de
Dios que lo guía y lo fortalece. Otras veces es el enfermo el que anima a los
demás con un sentido sobrenatural envidiable. Supera, con la gracia de Dios, las dificultades de ese momento y se muestra
lleno de paz y alegría. Es realmente conmovedor ver morir a un santo.
El cuadro de un
familiar con fe, junto a la cama del
moribundo que está agonizando, es una bellísima estampa que edifica y
apacigua. Y cuando el moribundo fallece, si
los que están a su lado tienen fe y esperanza, crean un clima de paz
impresionante que edifica y eleva a cualquiera. Qué distinta es la muerte del
que pide la eutanasia para “evitar sufrimientos” allí está presente
la amargura de una decisión errada que no se puede tapar con el voluntarismo de querer crear una
realidad sin la aceptación de un dolor que purifica y eleva. Qué pena tienen y
qué pena dan. No han descubierto la alegría de la Vida.
La imagen de la Pietà
de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro en Roma, refleja la serenidad de
María que tiene a su hijo recién fallecido en sus brazos. Antes de morir lo
acompañó todo el tiempo al pie de la Cruz con su oración y serenidad.
¡Cómo ayuda, esa magnífica obra de arte, a entender
cómo se tiene que estar primero frente al moribundo y después frente al cuerpo
sin vida del ser querido.
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