martes, febrero 17, 2015

El abuso de los grandes

LA IRA DE LAS NUECES

Un año de cárcel le costó a la hija del dueño de una importante compañía aérea por hacer un escándalo al interior de un avión que estaba por decolar. La ira fue tan grande que obligó a la tripulación,  para que el avión que estaba en el inicio de la pista, retornara a la zona de embarque,  porque la señorita dueña quería expulsar de la nave a la azafata que había cometido el “grave error” de entregarle las nueces que apetecía en una bolsa de plástico y no en un plato como lo mandaba el reglamento.

El escándalo, con gritos apabullantes, humilló a la azafata que se sintió maltratada y minimizada delante de los tripulantes, que también resultaron afectados por la ira descomunal de esa señorita, que en ese momento era la autoridad. Por otro lado, los pasajeros, molestos por el retraso y la falta de información, dejaron constancia de sus quejas. Luego vinieron las consecuencias: denuncia, juicio y condena.


El castigo de la ira y del maltrato

Aunque la sentencia sonaba a la ley del talión, muchos se alegraron del castigo y de la humillación que recibió el día del juicio la engreída hija del dueño. Ahora, con el año en prisión, aprenderá a respetar y a tratar bien a las personas, aunque éstas cometan errores.

No es el propósito de este artículo analizar si la pena que se le dio fue muy dura o no. Quisiéramos detenernos en el cuadro de la ira y del escándalo que armó esa señorita por una nimiedad.  Tuvo una reacción que parece propia de personas que se creen investidas de poder y piensan que el personal contratado tiene que someterse a sus caprichos o a los vaivenes su estado de ánimo.

También resulta indignante el abuso de quien actúa de una manera injusta, con unas exigencias descarnadas, crueles y desproporcionadas, que maltratan torpemente a un subalterno. Nadie está para recibir los gritos destemplados de una autoridad prepotente. Se puede levantar el tono voz para aclarar algo o para arengar a una persona animándola a ser más audaz; lo que no se debe hacer es chillarle a alguien para dejarlo herido por algo que no hizo bien o para pedirle un antojo del momento, que va más allá de las normales exigencias de su trabajo. Ninguna persona merece el maltrato de otra por muy grande que sean sus errores.


Los nefastos enfados de los “poderosos”

En el cuadro que hemos presentado podemos observar la actitud de una persona engreída que hace un escándalo descomunal por una tontería, sin que le importe en absoluto maltratar a la persona que cometió ese “error”  expulsándola además de su trabajo.

Lamentablemente en esta época existen muchos “dueños” que creen tener un poder ilimitado que les da derecho a gritar y a hostigar a sus empleados si no rinden como ellos quisieran. Los enfados de estos jerarcas tienen en jaque a los subalternos que procuran llevar la fiesta en paz, para no perder su puesto, agachando la cabeza sin atreverse a  cuestionar la iracunda conducta de su jefe.

Muchos de estos intocables “poderosos”  acaban pensando que los que trabajan con él siempre hacen las cosas mal, y como nadie los corrige se sienten llamados a intervenir para poner “orden”. Sus empleados deben cumplir con sus trabajos y nada más, “¡para eso se les paga!” y si no cumplen “¡que se vayan de inmediato!”  

Hablan así cuando pueden tener “la sartén por el mango” para hacer con las personas lo que les da la gana, (sin que les pase nada a ellos;  se sienten protegidos por el dinero o por un prestigio que conquistaron en sus relaciones profesionales), se sienten tan seguros que les trae sin cuidado, y no les preocupa, dejar a un trabajador en la calle, sin que les importe la situación de su familia, o si está enfermo o sano. Estos “propietarios” que deciden sobre los demás como si fueran los dueños de las personas, son también utilitaristas que solo quieren conseguir un beneficio para ellos, o para su propia empresa.


Usan el poder para tener esclavos a su servicio

Cuando se sienten “subidos en el trono”, es fácil que el trato que tengan con los subalternos sea despótico y agresivo, con lisuras, insultos, o la ironía de una burla humillante para ridiculizarlos delante de los demás; algunos suelen levantar la voz con un lenguaje soez, maldiciendo a diestra y siniestra, y dejando por donde pasan una estela de constante desagrado.

Otros lo hacen en silencio, haciendo pasar  a la gente por el aro de una exigencia desproporcionada. A estos personajes los encontramos en todos los ambientes laborales: catedráticos que siempre jalan a sus alumnos y creen que exigiendo de un modo exagerado, para que le tengan miedo, van a manejarlo todo como ellos quieren. Son además, sádicos porque  gozan haciendo sufrir a sus alumnos; también ocurre en el campo de la medicina con las grandes “eminencias” que les “gusta” presentarse severos y duros con sus subalternos y en las fuerzas armadas y policiales este tipo de abuso es bastante frecuente.  


Denunciar sin miedo los abusos

Clama al Cielo que estos “poderosos” continúen con su nefasta conducta sin que nadie haga nada para evitar las injusticias que cometen haciendo sufrir a la gente. No son pocos los que se encuentran pisados por una situación laboral dominada por un prepotente.

Urge eliminar estos ambientes de “jefes”  abusivos que se aprovechan de las necesidades laborales de sus empleados para tenerlos presionados y obligados a servirles en sus caprichos y manías. No hay que tener miedo de denunciar estas anormalidades para retorne un clima paz y de buen trato.
El castigo de un año de prisión por la ira de las nueces habrá hecho pensar a más de uno.


Las virtudes necesarias para la finura y delicadeza de los jefes en el trato con los subordinados

Los cargos altos deben ser ocupados por personas que se distingan por su finura y delicadeza en el trato con los demás y que saben tener afecto y estima por las personas. Ningún Jefe debe subirse a un pódium para sentirse en un nivel superior con respecto a sus subalternos, al revés, debe ponerse de alfombra para hacer más grato el camino de los suyos.

Para conseguir esos objetivos es necesaria la humildad, la sencillez y la generosidad, virtudes imprescindibles para servir a los demás en un clima de paz, de buen humor y de alegría, sin que falten las exigencias necesarias para hacer bien los trabajos.


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