miércoles, mayo 20, 2015


La complicación de la terquedad y la envidia
JALISCO COLÓ EL MOSQUITO
Se le dice Jalisco al terco que siempre quiere tener la razón aunque se le presenten pruebas contundentes contrarias a sus argumentos. Lo peor es que no son solo sus argumentos los que defiende a rabiar, le busca 5 pies al gato para bajarse lo que otro propone diciendo que está mal todo por una nimiedad que no merece ni la más mínima consideración.
Los “Jaliscos” suelen ser personas con poco éxito que tocan campanas para que les hagan caso y que todos piensen que la “genialidad” de sus argumentos es lo que les hace disentir para no estar de acuerdo y lo complican todo.  Ellos exigen que se cambien los planteamientos o se paralicen las obras, hasta que se ajusten a lo que ellos estipulan.

Las pretensiones del yo    (presencia de la vanidad)
Las personas en general tienen muchos modos de llamar la atención, colar el mosquito es una forma. El “Jalisco” es alguien especial que es calificado por su misma terquedad.  El “Jalisco” siempre está colando el mosquito, está incordiando por algo que no tiene demasiada importancia. Los demás lo tienen fichado por sus maneras especiales de actuar y las consideraciones absurdas que hace.
Esos personajes, un tanto pintorescos, pueden llegar a pensar que tienen una suerte de vena artística y que son geniales; sin embargo sus planteamientos, demasiado quisquillosos, no convencen a la mayoría, se quedan en un laberinto de razonadas que nadie acepta, y además son calificados de rarezas.
A los “Jaliscos”  que cuelan el mosquito, los vemos rodeados de un  reducido público cautivo, personajes originales que llaman la atención por tener una personalidad un tanto  retraída y con algunas dosis de resentimiento. Suelen ser voluntaristas que se juntan para  intentar “crear” una verdad distinta de la real, por el solo hecho de ser originales dando la contra con una nimiedad. Suelen ser pocos y con una escasa capacidad para influir en personas que no son de su cuerda.
En los discursos de los Jaliscos abunda el palabreo o el floro, como se dice hoy. Engarzan una frase con otra y no terminan nunca, no saben aterrizar en algo concreto y claro, todo queda abierto y desordenado, son divagaciones. En cambio cuando intervienen en los discursos ajenos le buscan cinco pies al gato para no estar de acuerdo. Antes de oir los argumentos ya están listos para oponerse.
Como se puede ver son, al mismo tiempo, oscuros en sus planteamientos y conflictivos para las propuestas de los otros. Es difícil trabajar con ellos, aunque  algunos optan por seguirles la corriente y no hacerles ningún caso. Eso les crea, lógicamente, una herida de resentimiento y pasan a tomar distancia con determinadas personas.
El no estar de acuerdo significa para ellos el capricho de no intervenir. Pretenden, ante los demás, tener una imagen de perfil bajo, (“yo no tengo nada que ver”) sin embargo, desde ese ocultamiento manejan los hilos para intervenir con testaferros o “sicarios” a quienes motivan para que den la cara audazmente, haciéndoles ver tercamente, (como buenos “jaliscos”) que ellos son los que deben intervenir. Queman a otros y se quitan ellos.
La terquedad es una sinrazón manejada por una razón enferma de vanidad y con cierto complejo de inferioridad. El terco ataca cuando pretende defenderse y lo hace con estrategias para que no se note. Al elaborar una argumentación pinta una situación aparentemente coherente que en primera instancia podría convencer. Luego pone los acentos en sitios indebidos y desconcierta a su interlocutor. Acto seguido persuade para que se intervenga o no. Anima o desanima a la actuación, de acuerdo a sus preferencias (él debe decidir quién lo hace) y elige los modos, de acuerdo al procedimiento que él vea conveniente. Es demasiado complicado para aclararse cara a los demás, a quienes, además juzga, de un modo contundente y drástico.
La Terquedad es una enfermedad de la voluntad. A la voluntad le falta capacidad para detener el impulso. El terco no logra zafarse de sus ocurrencias intempestivas y a la vez padece de la capacidad para decidir y pasar a los hechos, se pierde en una nebulosa.
El terco no es capaz de valorar las opiniones ajenas y se encierra sólo en aquello que él considera que es correcto. Convivir con una persona terca es difícil, porque no se da cuenta que la valoración de las opiniones de los demás es vital en la vida de cualquier ser humano.
Colar el mosquito es una cita bíblica:  “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mateo 23:24)   El Jalisco, que es un terco que quiere tener siempre la razón, se convierte en guía de ciegos. Está en una nebulosa señalando siempre el mosquito insignificante como si fuere algo muy importante. El mosquito que señala se convierte en una cortina de humo que impide ver lo que realmente es importante, es entonces cuando se traga el camello.
El Jalisco que habitualmente para colando el mosquito lo hace con terquedad y con un fuerte voluntarismo. Los que se unen a él  podrían pecar de lo mismo. Esta decisión colectiva de colar el mosquito puede ser habitual. Los demás verán el cuadro de unos señores de “ideas fijas” que son un poco raros por el descuadre que tienen con respecto a la realidad, que no quieren cambiar, por nada, sus planteamientos. Lo peor de todo es que continúan en su afán, con una cerrazón enfermiza.
Para que no ocurran estas cosas es necesaria la educación desde la infancia. Al niño hay que enseñarle a respetar y querer las opiniones de los demás y a ceder habitualmente la suya por consideración con su prójimo. La familia es necesaria para que el niño no se vaya en contra y para que no le salgan “alergias” a los modos de ser o a las opiniones distintas de las personas.
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