jueves, setiembre 03, 2015


El maltrato de una “justicia”  torcida
LAPIDACIÓN CRUEL

Cuando nos enteramos que el oriente van a lapidar a una mujer por haber cometido adulterio nos parece una barbaridad y nos indignamos cuando nos dicen que el esposo y los hijos deben arrojar la primera piedra para acabar con ella.

Es uno de los casos donde se utiliza la ley, con el consenso general de los allegados, para cometer un asesinato que clama al Cielo. Algo semejante a los suicidas que se inmolan ocasionando la muerte de una multitud porque creen que están haciendo un bien que los llevará al Cielo.

¿Se puede decir que esas conciencias están bien formadas? ¿se pueden aceptar esos hechos? ¿se debe ser tolerante? ¿cabe que unos hombres maten a otros por un fanatismo religioso? ¿se trata solo de otras realidades u otras mentalidades?

Ninguna persona, con mediano uso se razón, podría aceptar esas abominables costumbres que van en contra de la vida y la dignidad de las personas.

El juicio de los hombres

El punto neurálgico de estos grandes desatinos, que se convierten en una costumbre tradicional por la generalidad de los consensos, está en el juicio de los mismos hombres. Ellos juzgan, amparados en una ley, hecha por los hombres, para castigar al que se porta mal o al que se equivoca. Es un consenso de diversas personas, que se sienten con derecho a  ser implacables en el cumplimiento de la ley y aplicarla caiga quien caiga. Si la ley dice que el adulterio es pena de muerte, la mujer que lo comete  debe ser lapidada.

El espíritu cristiano

En los evangelios aprendemos el espíritu cristiano que es enseñado por el mismo Jesucristo que nos da ejemplo, con su propia vida, de cómo tenemos que tratar a los demás, al prójimo, que aparece siempre con virtudes y defectos, con aciertos y errores. Cristo nos enseña a ser justos y también misericordiosos.

Precisamente en los evangelios encontramos a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y la querían lapidar porque así lo mandaba la ley. Los potenciales verdugos de aquella pobre mujer, querían tener, no solo el respaldo de la ley, sino la aprobación de la persona más influyente de la época: Jesucristo. Cuando se acercan a Él, maliciosamente, porque buscaban ponerlo en apuros, (querían utilizar la ley para desprestigiar nada menos que al Hijo de Dios), se presentan como los moralistas que querían hacer cumplir la ley divina.

Así es el modo de proceder de los que no aman a Dios ni al prójimo, aparecen como “personas honradas” con derecho a pedir el castigo para los que incumplen la ley,  dicen que no odian, pero se “rasgan las vestiduras” para amplificar el escándalo y así se sienten seguros y “respaldados”  para arrojar piedras, escondidos dentro de una multitud indignada que fue motivada por ellos mismos; es la “portátil” de una sarta de “fariseos” que se repite en todas las épocas. Les encanta escupir al que utilizan para tener “éxito” y fomentan una escupidera general con sus efímeras argollas.

A esos esbirros del cargamontón  Jesús les da una respuesta genial: “el que esté libre de pecado que lance la primera piedra” al instante se quedaron atónitos y se acallaron las preguntas, hubo un gran silencio y poco a poco empezaron a retirarse. Luego Jesús perdona a la mujer diciéndole: “¿dónde están los que te han condenado?... tampoco yo te condeno, vete y no peques más” (Juan, 8, 1-11)


Los lapidadores de hoy

Hoy, en pleno siglo XXI, existen los que cree que pueden ser exitosos publicando algún error, del que consideran un estorbo para sus intereses, con el fin de descalificarlo. Usando cualquier artimaña y exagerando la nota provocan el escándalo, sin que les importe maltratar la vida y la honra de las personas. Con una actitud cobarde, se esconden maliciosamente para sorprender y ampayar a “victima” en su error y de inmediato dar la noticia con bombos y platillos, sintiéndose orgullosos de haber sacado unos trapos sucios ocultos a la luz de la “verdad”. Ellos se regocijan con ese “triunfo” y son felicitados por los escribidores  de la oclocracia reinante.

Esos “fiscales” que además “investigan” las faltas, no son los buenos cristianos que rezan y que quieren al prójimo; sus conductas son originales y desarticuladas,  propia de “santones laicos” que exhiben una “moral” fabricada de acuerdo a su propia conveniencia y se dedican a señalar lo que debería ser, según el consenso político del momento, con un “criterio” abierto para admitir como verdad lo que consideran oportuno para los “intereses” de una sociedad que se empeña en ir al margen de Dios, y que está yendo a la deriva.

Suelen tener una mentalidad ecléctica para “canonizar” a los que se suman a la “ética cívica” del momento (sin que les importe para nada la ley de Dios) y condenar a los que luchan por una verdad que ellos consideran retrógrada y cavernaria, propia de actitudes dogmáticas y verticales de una Iglesia elitista de derechas, que ha tenido errores en el pasado por haber impedido la libertad de las personas. Piensan que los católicos, fieles a la doctrina Tradicional del Magisterio eclesiástico, son arrogantes y autoritarios, porque quieren imponer normas y costumbres de una moral difícil y exagerada, que no es tolerante y discrimina a las personas. 

Las lecciones de Jesucristo y del Santo Padre

Es importante fijarse en la actitud de Cristo en el pasaje de la mujer adúltera. La perdona y le dice: ¡vete y no peques más! El Papa Francisco, en el año de la misericordia ha dado facultad a todos los sacerdotes para perdonar el pecado de aborto. No es una aprobación ni una minimización de este pecado. El aborto sigue siendo un crimen. El acento está puesto en el perdón para las personas que estén arrepentidas. Es decirles, después de perdonarlas: ¡vete y no peques más!

Hoy, más que nunca, es necesario que las personas aprendan a perdonar y al mismo tiempo rechazar el pecado como un mal que no se debe volver a repetir. Esta sería la actitud del que sabe amar.

El que vive lejos de Dios, que muchas veces está amargado y lleno de resentimientos, también está dispuesto a tirar la piedra, amparado en la ley, contra el que considera adversario o enemigo, a ver si saca provecho de esa ejecución. No se nota en su conducta el amor a la ley  (que censura un pecado), ni tampoco el amor al prójimo, se nota que utiliza la ley para sus conveniencias, sin que le importe maltratar a las personas con tal de salir airoso.  

La sociedad no debe estar ciega para conseguir, igual que Cristo, que esos hombres no sigan cometiendo esas injusticias que claman al cielo.

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