miércoles, diciembre 09, 2015

DIRECCIÓN ESPIRITUAL EN LA INFANCIA
Siempre se ha considerado los 7 años como la edad en que empieza el uso de razón y que por lo tanto los niños pueden distinguir lo bueno de lo malo con la ayuda que reciben de los mayores, especialmente de sus padres. Los padres no deben descuidar en esos años la formación de la conciencia del niño y junto con el colegio, son los principales formadores.
“Por infancia se entiende el período de la vida que va desde el nacimiento a la pubertad. La edad límite se suele poner hacia los 12 años. Antes de llegar al uso de razón los niños desconocen el alcance moral de sus acciones: hacen depender lo malo y lo bueno del juicio de las personas mayores, de las que reciben un premio o un castigo por lo que han realizado. A partir de los 7 u 8 años aproximadamente –o incluso antes–, comienzan a captar los principios morales y se hacen cargo paulatinamente del alcance moral (objetivo) de sus actos, y de su consiguiente responsabilidad moral[1]. Empiezan a comprender que las obras son buenas o malas por su objeto moral y también se dan cuenta de la importancia del fin (intención) como otro elemento determinante de la moralidad[2].
“Al formular un juicio dirigido a un niño, conviene que los padres y tutores lo razonen de modo adecuado a su inteligencia, pero con lógica y evitando argumentos que sólo sirvan a la comodidad o a la defensa de la autoridad de los mayores, porque esto podría llevarle a creerse incomprendido o tratado con injusticia.
En esta etapa, la labor de dirección espiritual es fundamentalmente de consejo. De ordinario, en las charlas no hace falta argumentar demasiado las razones, pues basta que lo que se diga sea razonable; por eso, será suficiente dar una sencilla explicación, un motivo para apoyar el consejo. Es importante no perder la confianza, para lo cual convendrá –como detalle práctico– recordar los propósitos concretos de lucha que se han sugerido.
Las conversaciones han de ser cortas –no más de diez minutos–, con indicaciones breves y concretas. Conviene estimular las incipientes virtudes humanas. Como en esta etapa se es más activo que reflexivo, interesará insistir en puntos como el cariño a sus padres y hermanos, la lealtad con sus compañeros de clase, la lucha contra la pereza, en todos los campos –estudio, aseo personal, puntualidad al levantarse, etc.–, y en otras virtudes como la sinceridad, fortaleza y constancia, generosidad, exigencia personal, etc., proponiéndoles siempre un motivo sobrenatural acomodado a su capacidad intelectual –por ejemplo, una intención apostólica, las misiones, etc.–, de tal modo que vayan descubriendo el mundo sobrenatural y la vida de piedad”.
“Éste es un tema que también conviene tratar con los padres: la importancia de la oración en familia, procurando que lo hagan también los hijos en la medida de su edad; enseñar a los hijos –sobre todo con el ejemplo– a rezar y acudir a Dios. Suele ser una gran ayuda que los padres les faciliten rezar las oraciones acostumbradas –de la mañana, de la comida, y de la noche–, enseñándoles a emplear algún recurso sencillo para no olvidarse: por ejemplo, tomar como recordatorio una imagen de la Virgen Santísima que haya en su habitación; y que lo hagan con sencillez y piedad, sabiendo que Dios es nuestro Padre y que, al rezar, se están dirigiendo a Jesús, a la Virgen Santísima, a los Ángeles Custodios, etc.
Sin duda, el papel de los padres es fundamental en la enseñanza de la doctrina cristiana a sus hijos, incluso ayudándoles ellos mismos a estudiar el Catecismo. Lógicamente, esto es todavía más importante si ese aspecto se descuida o se hace de modo incorrecto en la escuela.
Respecto a la virtud de la pureza conviene ser muy prudentes: es preferible no preguntar por esto a los niños antes de los diez u once años, si no hay una fundada sospecha. (José Luis Gutierrez, Pontificia Universidad de la Santa Cruz).

Uno de los puntos importantes a tener en cuenta es el de los juegos. Los padres y los profesores deben ver bien el tipo de juegos y el contenido de los mismos antes de entregárselos a los niños. Ver también el tiempo que los niños pueden emplear para ellos. Deben evitar que se formen hábitos de ludopatía que luego serán difíciles de corregir y quitar. Que los niños no se encierre ni se cierren con sus juegos. Al contrario la actividad lúdica debe hacerlos más abiertos y comunicativos, como debe ocurrir también con las actividades deportivas.

Desde muy niños hay que orientarlos muy bien en los juegos para que luego no tengan problemas de compulsividad o dependencia que deterioran la personalidad y crean ansiedades impropias que podrían llevar más adelante a depresiones o trastornos psicológicos..

Corresponde principalmente a los padres, y después a los profesores, tener diversas iniciativas para ocupar el tiempo de los niños sobre todo en los momentos de recreo y en las vacaciones.


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[1] Quien ayuda al crecimiento espiritual de gente muy joven ha de saber que a través del sacramento de la Penitencia se puede ir formando la conciencia de los niños, teniendo presente que en esta fase confunden frecuentemente el error con la culpa, el defecto con el pecado. Aunque no tengan aún formada por completo la conciencia moral, sin embargo suelen ya intuir de modo más o menos claro la bondad o maldad intrínseca de determinadas acciones y, por lo tanto, se les ha de ir explicando los motivos por los que es así. En este sentido, habrá que valorar con prudencia si las mentiras, desobediencias, etc., del niño constituyen realmente pecados, para ayudarle a que se forme la conciencia en estos aspectos.
[2] Sobre la valoración de algunas conductas de los niños, se puede señalar, por ejemplo, lo siguiente: antes de los 7 años las mentiras no suelen ser auténticas, y de ordinario no deben valorarse con los criterios aplicables a un adulto. Los niños mienten frecuentemente para causar admiración, otras veces llevados por su fantasía, por juego o por escapar de un peligro o un castigo. Si las mentiras fueran muy frecuentes, se podría considerar la posibilidad de un trastorno de adaptación. Las desobediencias surgen por diversos motivos, también porque los adultos coartan demasiado su espontaneidad: es lo que sucede a veces, por ejemplo, con los padres y madres “superprotectores” que, con su excesivo control, provocan en el niño una reacción de rechazo.

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