jueves, julio 30, 2009

Las Leyendas negras



LAS LEYENDAS NEGRAS DE LA IGLESIA
Por V ittorio Messori

La Inquisición
¿Qué sucedió realmente?

Lo primero que hay que decir es que el Tribunal de la Inquisición era de la autoridad civil y establecido por la autoridad civil. La Iglesia la observaba con una mirada escéptica y siempre moderando su rigor.

¿Porqué nació este Tribunal? Fue a iniciativa popular, que consideraba la herejía y a los herejes como un peligro público. Esto está tan lejos de nuestra mentalidad actual que no podemos entender porqué la gente consideraba una amenaza la herejía. Los historiadores y sociólogos lo pueden explicar. Quizás el pueblo temía el poder de los hechiceros, de los magos y consideraban que los herejes lo eran y que podían hacerles daño.

El hecho es que los consideraban como un peligro, del mismo modo que en culturas como la nuestra, que valoramos mucho la salud física, se consideraría peligroso a quien propagase enfermedades contagiosas o envenenara el ambiente. Para el hombre medieval, el hereje es el Gran Contaminador, el enemigo de la salvación del alma, la persona que atrae el castigo divino sobre la comunidad. La comunidad desea que sea aislado para defensa del pueblo. Solicita a los representantes de la Iglesia que examinen a los sospechosos de herejía y dictaminen si es hereje o no.

Por tanto, es totalmente falsa la imagen de un «pueblo» que gime bajo la opresión de la Inquisición y espera con ansia la ocasión de liberarse de ella. Ocurre justamente lo contrario: si a veces la gente se muestra irritada con el tribunal, no es porque sea opresivo sino todo lo contrario, porque es demasiado tolerante con personas como los herejes que, según el pueblo, no merecen la clemencia con que los tratan los frailes, representantes de la Iglesia que los examinan. Los jueces les conceden garantías legales y derecho de defensa. Lo que en realidad querría la gente es acabar con el asunto deprisa, deshacerse sin demasiados preámbulos de aquellas personas para las que los jueces multiplican las garantías legales.

En la gran mayoría de los casos y tal como prueban todas las investigaciones históricas, dicho proceso no terminaba con la hoguera sino con la absolución o con la advertencia o imposición de una penitencia religiosa.
(Cfr. pgs. 54, 57, 58 de su libro "Leyendas negras de la Iglesia")


El Caso Galileo
Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la Comunidad, casi el 30 % de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. El 97 % está convencido de que fue sometido a torturas. En realidad, Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió de ningún tipo de violencia física y murió plácidamente en su casa. Murió a los setenta y ocho años, en su cama, con la bendición del Papa. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la condena y después de 78 años de vida. Una de sus hijas, monja, recogió su última palabra: ¡Jesús!. Esta es la historia.

Como sabemos, hasta entonces se creía que el sol daba vueltas alrededor de la tierra. Cuando Galileo descubrió que es la tierra la que da vueltas alrededor del sol, algunos ignorantes lo acusaron de hereje y de ir en contra de la Biblia. (Acusación completamente falsa originada en una interpretación equivocada de la Biblia). Muchos otros eclesiásticos, obispos y cardenales, pensaban que no había nada que se opusiese a la Biblia, apreciaban mucho a Galileo como científico y tenían amistad con él, hasta el extremo de alojarle en su casa cuando fue llamado a Roma para el proceso.

Después de la sentencia, erróneamente condenatoria, fue dictada por un Tribunal civil, no eclesiástico, aunque ciertamente se apoyó en la decisión equivocada de los eclesiásticos asesores del Tribunal. La sentencia le impuso como pena no alejarse de su residencia; esta prohibición se levantó muy pronto. Sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales.

Muchos eclesiásticos importantes de entonces se manifestaron en contra. (El mismo Papa Juan Pablo II se ha manifestado en contra de aquella sentencia). Incluso el Arzobispo de Siena, uno de sus buenos amigos, lo llevó como su huésped a su residencia y lo trató con gran deferencia y amistad, lo mismo que muchos otros obispos y cardenales.

No se le impidió nunca proseguir con su trabajo y de hecho continuó sus estudios y sus investigaciones. En esa época, publicó su obra maestra, Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias. Tampoco se le había prohibido recibir visitas, así que los mejores colegas de Europa fueron a verle para discutir con él. La falsa historia nos ha hecho creer que, después de su sentencia, exclamó: ¡Eppur si muove! ("pero -la Tierra- se mueve -alrededor del sol-). Todos nos sorprenderíamos mucho si supiésemos que hoy las investigaciones históricas están de acuerdo en afirmar que esta frase fue inventada un siglo después, en 1757, por Giuseppe Baretti, periodista brillante pero nada crédulo, en un relato sobre Galileo. A partir de ese momento, "pasó a la historia".

El caso Galileo es manejado por la propaganda que pretende demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe. Se pretende presentarlo como el defensor de la razón libre contra el opresivo oscurantismo clerical. No es así, la Iglesia, como demuestra la Historia, siempre ha fomentado la investigación científica, porque cuanto más avance la razón humana y más descubrimientos haga, más se acerca a la verdad de Dios.
La verdad es que Galileo era un hombre creyente y profundamente católico. Al final de su vida escribió: In tutte le opere mie non sará chi trovar possa pur minima ombra di cosa che declini dalla pietá e dalla riverenza di Santa Chiesa (En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar las más mínima sombra de algo que vaya contra la piedad y reverencia que tengo a la Santa Iglesia).
(cfr pgs 117-120)



Hitler, los Nazis y la Iglesia.

Se ha discutido mucho, por ejemplo, acerca de la oportunidad de la firma en julio de 1933 de un Concordato entre el Vaticano y el nuevo Reich. En primer lugar hay que considerar que hacía pocos meses desde el advenimiento a la Cancillería de Adolf Hitler y por lo tanto no había revelado al completo el rostro del régimen, cosa que sólo se aprestaría a hacer inmediatamente después. Recuérdese que el mismo Winston Churchill escribió “Si un día mi patria tuviera que sufrir las penalidades de Alemania, rogaría a Dios que le diera un hombre con la activa energía de Hitler”.

Joseph Lortz, historiador católico de la Iglesia, que vivió aquellos años en Alemania, su país, dice: “No hay que olvidar nunca que durante mucho tiempo, y de una forma refinadamente mentirosa, el nacionalsocialismo ocultó sus fines bajo formas que podían parecer plausibles. Como se demostró en el mismo Proceso de Nuremberg, sólo muy pocos de los miembros de las altas esferas sabían lo que en realidad estaba sucediendo en los campos de concentración.
En cualquier caso, en lo referente al Concordato de 1933 cabe señalar que, con alguna modificación, todavía sigue vigente en la República Federal Alemana. Pronto comenzó la Santa Sede a protestar ante el Reich. Solo tres años después del pacto, la Santa Sede ya había presentado al gobierno del Reich unas 34 notas de protesta por violación del citado Concordato. Y como punto final a aquellas continuas violaciones, al año siguiente, en 1937, Pío XI escribió la célebre encíclica Mit brennender Sorge, q ue es una condena durísima al régimen nazi".
(cfr. pgs. 139, 140 y 142)
Agradecemos sus comentarios








1 comentario:

JavSar dijo...

La Inquisición, fue una etapa en la Iglesia lamentable, y que incluso el Papa Juan Pablo II admirablemente pidió disculpas por las acciones cometidas por los responsables de esa institución. Esta situación era propia de la Iglesia Medieval en que había influencia e infiltración de políticos o civiles, razón por la cual yo considero de que no es justo juzgar y culpar a la Iglesia en sí, sino a los hombres eclesiásticos que cometieron errores y cuya misión se desvió de su verdadero fin: amar al prójimo como a uno mismo. Por lo tanto no se debe meter a todos en un mismo saco. Sin embargo aquellos errores cometidos y los que seguro se están cometiendo en la actualidad deben servir para mejorar dentro de la Iglesia, pero lo peor es negarlos.