sábado, julio 04, 2009

  • El ambiente familiar
    AMORES Y ODIOS DENTRO DEL HOGAR

    Siempre se ha dicho que la familia es la célula básica de la sociedad. Si camina bien toda la sociedad funciona. Para que camine bien la familia es necesaria una armonía y estabilidad en las relaciones familiares. Dicho en otras palabras, que la afectividad de cada uno esté ordenada y que todos puedan amarse sin mayores problemas.

    Los conflictos vienen por el desorden de la afectividad, cuando no se ama lo que se debe amar. Si el amor es un derecho es porque es un deber. Antes de exigir el derecho se debe cumplir con el deber. El cumplimiento del deber exige esfuerzo y sacrificio (son premisas para que el amor al prójimo sea auténtico). Toda persona debe evitar siempre el egoísmo (amor propio) y con más razón en su casa, con los suyos. Se puede decir que está en el camino correcto, la persona que en vez de buscar amor, busca amar.

    Cuando no se ha derrotado el egoísmo, éste sale en sus múltiples manifestaciones: engreimientos, caprichos, exigencias desordenadas, imposición, posesión, (ser demasiado propietario de las cosas), buscar ser el centro de las atenciones, discusiones, divisiones: juntándose a unos y separándose de otros, “amistades” particulares o apegos desordenados, condenar con la indiferencia a la propia familia, hacer dentro de la casa un “ambiente” artificial, original y poco natural, o ser demasiado duros y fríos con los familiares, o ser personas liantes y escandalosas dentro de la casa.

    El ambiente del hogar debe estar construido por el orden de los corazones de sus habitantes. Si hay exigencias de auténtico amor en cada uno, el clima será de libertad. Todos se encontrarán felices de estar juntos, porque se quieren de verdad.

    La libertad en el hogar
    Los problemas empiezan cuando las exigencias de un modo de proceder ya no parten de un corazón ordenado. El desorden del corazón, si no se corrige a tiempo, puede crear ambientes difíciles que deterioran la convivencia con antipatías y distancias.

    Las personas deben saber que las diversidades (modos de ser, gustos, opiniones diferentes) no deberían enrarecer el ambiente, ni crear tensiones. El amor auténtico es el amor a la diversidad, por lo tanto una persona que ama sabe crear muchos espacios de libertad, en atención a la diversidad que ve cuando ama a sus seres queridos. La caridad, indispensable para el trato con las personas en el hogar, consiste en tratar diferente a los que son diferentes, a cada uno como es, y como le gustaría que lo traten.

    Dentro de la casa los seres queridos se deben encontrar libres, tener espacios para ejercer una justa autonomía (privacidad), sin que ningún miembro de la familia viole esos espacios. Es compatible esta justa autonomía con la vida en familia y la participación plena en los asuntos familiares. Estar integrado en una familia no es vivir dentro de la casa una especie de “comunismo” o uniformidad con respecto al estilo de vida. El clima sano se llama libertad.

    Lo que cada uno debe evitar es la autonomía absoluta, que le podría llevar a encerrarse en su casa y poner muros contra sus seres queridos, o buscar una independencia tan grande y total, que le trastoque la jerarquía de valores que debe tener y le impida poner en primer lugar a su familia en las elecciones que tiene que hacer cada día.

    Cuando falta un auténtico amor a las personas de la casa, surgen desviaciones en el trato que apuntan a objetivos distantes y extremos. Es entonces cuando aparecen en el hogar, distintas posturas que no deberían darse y que son difíciles de cambiar cuando ha pasado el tiempo.

Los desaciertos o desatinos en las relaciones familiares pueden proceder de:

Los que se cansaron y patearon el tablero, por diversas razones, (que a veces no las comunican a sus seres queridos), no quieren saber nada con los de su casa (perdieron interés, se apagaron y exigen que no los molesten) suelen apartarse de la casa sin decir nada (grandes silencios). Piensan que son libres cuando son independientes y que nadie debería meterse en sus asuntos.

Los que están inquietos y quieren hacer reformas en la casa: Le parece que todo está mal y se debe cambiar. Toman la iniciativa de organizar la vida de los demás (imponen criterios, critican habitualmente los modos de proceder o de actuar de los demás, son muy duros y poco comprensivos con la gente). Con actitudes exigentes crean, sin quererlo, ambientes de acorralamiento, reduciendo los espacios de libertad deseados por los demás. Hay amores que matan. Si falta una auténtica caridad, con muy buenas intenciones se podría crear un ambiente bastante difícil, que podría terminar en distanciamientos y separaciones.

Los que viven incómodos pero son tolerantes. Pueden tener en casa un reformador que está tras ellos o uno que ha pateado el tablero que castiga a los demás con su indiferencia. Sufren dentro de su casa los problemas y situaciones familiares y no se atreven a intervenir. Les parece que una intervención podría ser un atentado contra la libertad de los demás. Aguantan todo y suelen ser aceptados por los demás porque no son problemáticos. Son la mayoría.


Los hogares necesitan:

  • Personas que hagan de su casa un hogar agradable donde los demás se sientan felices. (Sencillez, serenidad y alegría).
  • Personas interesadas en la vida de los demás para ser siempre apoyo y poder orientar las cosas por el camino correcto, aunque eso implique sacrificio y dolor. (Saber aconsejar con tino y caridad).
  • Personas que valoran mucho a sus seres queridos y saben dar con su presencia espacios de libertad, sin imponer nada. (valorar sus trabajos).
  • Personas que no estén aisladas dentro de su casa (o encerradas en sus cosas) y que tengan una comunicación constante con los demás.

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