viernes, junio 17, 2011

El arte de conocer a las personas (dimensión sobrenatural)

TRABAJAR PARA DENTRO II

El arte de conocer a las personas es un don que se recibe cuando uno se decide a corresponder con el papel que Dios le encarga. La decisión es la disposición de cumplir con una misión. Sin Dios es imposible conocer a las personas. El conocimiento estaría muy limitado y sesgado a modos de ser, simpatías, experiencias, cualidades humanas. Faltaría la esencia y el fondo que solo lo puede dar la dimensión sobrenatural.

Qué difícil se hace hablar de educación en los ámbitos donde no hay fe. La actitud cristiana, firme y decidida, podría parecer arrogante. Lamentablemente quien carece de fe está en una situación distinta, mira las cosas de otra manera y llega hasta la irritación cuando el hombre de fe emplea argumentos contundentes.

La persona con fe sabe que si la educación se desliga de lo sobrenatural se queda en una peligrosa superficialidad matizada por teorías educativas en boga, algunas más brillantes que otras, pero nunca tan claras como los argumentos de la fe.

Los educadores que ponen el acento en los argumentos humanos alardean en los foros educativos defendiendo sus teorías, y publican gruesos libros para que sus seguidores los lean, pero a la hora de la práctica, y cuando hay que ver los resultados en los educandos, comprueban que no han llegado a los niveles adecuados.

Estos profesionales de la educación suelen caer en un conformismo, justificado por una especie de agnosticismo educativo (ya se han puesto todos los medios, no es posible que mejore más, así debe vivir siempre…), o utilizan discursos sentimentales, que son solo edulcorantes pasajeros, con un efecto limitado. Esas teorías educativas, a veces bastante alambicadas, no pasan de ser una utopía, prometen mucho y no logran lo más importante: la formación de las personas.

Los inconvenientes de un humanismo sin Dios

Los educadores que no cuentan con lo sobrenatural ponen énfasis, lógicamente, en los aspectos humanos. Hinchan demasiado la autonomía y la individualidad de las personas. Exaltan el ego con la competividad y hacen una selectividad apropiada con logros personales que colocan apellidos en el podium, para poder luego contar con ellos en el mercado.

Los educandos de esos sistemas van sumando méritos de acuerdo a los retos y a la competividad. Van subiendo como a un trampolín muy alto sin darse cuenta que no están preparados para el salto. Solo les enseñaron a subir. Los que se quedaron sin esa opción piensan que fueron marginados y continúan aspirando a esas metas para las que no fueron llamados, tampoco se dan cuenta que el llano, donde se encuentran, tiene más ventajas para formarse bien como personas que esas alturas de la competividad.

Lo tremendo es que los educadores metan en estos laberintos, que son como un callejón sin salida, a los educandos que ellos mismos preparan y seleccionan como los mejores.

Los valores y la profundidad de la educación

La dimensión sobrenatural obliga a trabajar dentro de las personas, para arreglar las disposiciones de fondo y conseguir que funcionen de acuerdo a una verdadera jerarquía de valores. Quien se forma en esta línea se da cuenta de las limitaciones de los sistemas educativos que se quedan solo en los aspectos humanos.

Le educación, sin lo sobrenatural, resulta engorrosa y es fácil que se convierta en un laberinto. Por esa vía ni los padres, ni los educadores encontrarán la fórmula ideal para cada caso y se verán obligados a buscar “soluciones” que ponen en peligro la estabilidad de las personas y de la sociedad. “Un humanismo sin Dios va contra el hombre” (Beato Juan Pablo II, Plaza de Armas, Lima, 1885).

La tibieza del educador

Es peor perder la dimensión sobrenatural que no conocerla. El que la conoció sabe que es fundamental y que debe ser prioritaria, para que el trabajo educativo no se desvíe por factores que no son educativos y que pueden disminuir las motivaciones profundas que todo ser humano debe tener.

Los descuidos en la dimensión sobrenatural llevan a corruptelas que pueden quedarse como criterios fijos, por ejemplo cuando se hacen cosas para que la gente haga y después se les califica por lo que han hecho o por lo que han dejado de hacer. Hoy muchos sistemas piden lealtades a los procedimientos. Decía hace unos años el Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, que en la Iglesia habían algunas personas fieles a las estructuras eclesiásticas que no eran fieles con Dios.

En educación puede pasar algo semejante. Existen educadores muy competentes que pelean en el mercado con los programas educativos emblemáticos que están de moda, conocen muy bien las estructuras educativas, pero al no apuntar al fin de la educación que es la formación de la persona están traicionando a la educación. ¿qué es lo que se está buscando? Si un educando es brillante en alguna tecnología pero luego es infiel en el matrimonio ¿qué educación es esa?, si ha logrado masters y doctorados pero en la vida es injusto con las personas, ¿de qué sirven tantos conocimientos?

Educar es vivir y vibrar para enseñar la verdad y quererla

La dimensión sobrenatural no es un modo de hacer las cosas, no es solo seguir unos esquemas de fe para arreglar la vida de las personas. Es la certeza que tiene el educador de llevar a Dios dentro para que actúe en él y en las personas que debe ayudar. Es dejar que el Espíritu Santo intervenga, motivando las disposiciones en el fondo de cada persona.

Una persona que habla de educación no puede ser solo un conferenciante teórico que señala los aciertos de las obras maestras haciendo comentarios con sus apreciaciones. Lo más importante es el ejemplo de su vida. Si realmente quiere educar debe trabajar en la interioridad de las personas con verdadera humildad y dedicación. Solo la dimensión sobrenatural le hará perseverar allí, sin echarse para atrás, en los cimientos de una labor educativa que quiere reconstruir al hombre como persona.

La educación debe apuntar a la formación de cada persona dentro del ámbito familiar. Cada individuo debe salir a la sociedad desde su familia. No se le debe negar a cada persona el derecho de ser hijo de papá y mamá. Desde la casa saldrán las motivaciones más nobles que harán luego, un bien enorme a las familias y desde allí a toda la colectividad. La unidad de los pueblos parte de la unidad de la familia. En la familia es donde se conocen mejor las diferencias y se aprende a querer a las personas con sus modos propios y defectos.

Aprender a querer sin egoísmos es la lección que necesita recibir nuestra sociedad. Saber convivir con personas que no piensan como nosotros y mostrarles siempre una sonrisa de comprensión y estímulo.

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