viernes, setiembre 23, 2011

Los desatinos de la espontaneidad

LA HORA LOCA

Cuando éramos niños y sonaba el timbre para salir al recreo nos entraba una alegría grande que nos impulsaba a correr alocadamente para ganar rápidamente el patio y la posibilidad de colocarnos en una mejor posición para iniciar los juegos previstos para esos momentos de expansión.

Los profesores, al vernos salir en estampida con una euforia que se manifestaba en nuestras carreras y gritos destemplados, nos miraban con una forzada comprensión, y parecían susurrar a media voz: “¿Qué vamos a hacer? son niños y necesitan desfogarse…”

Efectivamente la clase era como un lugar donde había que hacer lo que te decían y el recreo era el espacio que estaba permitido para que hagamos lo que queramos. Hasta aquí todo estaba muy bien.

Ahora, con el paso del tiempo, nos preguntaríamos si en aquellos años, todos los niños encontrábamos en el recreo nuestro espacio de libertad.

Los que gritábamos desfogándonos para ganar los mejores espacios y sentirnos dueños de nuestros propios actos, dentro de una competencia infantil, éramos libres en ese ejercicio aunque en el camino atropelláramos a otros y los dejáramos fuera de nuestros juegos. Tampoco nos dábamos cuenta que otros compañeros, de nuestra propia clase, ni siquiera competían con nosotros y vivían el recreo de una manera distinta; a nosotros no nos importaba lo más mínimo y los ignorábamos.

En esos ambientes infantiles del colegio se elaboraba automáticamente todo un mundo de aparentes ganadores y perdedores. Los más poderosos ejercían su liderazgo sobre los más débiles. Las pasiones humanas infantiles solo tenían la ley de la selva que daba prioridad al más fuerte. En esos mundillos nos bandeábamos y así se iba forjando nuestra personalidad, algunos salían airosos de los escollos, otros quedaban atrapados por sistema de rigor, que nos parecía normal. También había quienes vivían al margen, dentro de sus propios mundos, que no compartían con nadie.

Progresos y retrocesos en educación

Gracias a Dios, con el progreso de las ciencias educativas se pueden controlar ahora los mundos del recreo infantil para evitar situaciones irregulares producidas por una espontaneidad desbocada sin control ni orientación.

Es interesante observar que este cuadro de desfogue infantil también se repite en la sociedad con los jóvenes y los adultos, cuando en aras de la libertad, se quitan los controles y se da espacio para la espontaneidad. En el lenguaje juvenil se suele llamar “la hora loca”, un espacio donde todo es desfogue.

Es verdad que los seres humanos necesitamos expandirnos libremente dejando de lado las tensiones, quisiéramos tener espacios para: conversar, cantar, reír, jugar, etc. y poder descansar a gusto, sin molestias ni controles, encontrando los lugares o momentos donde uno se sienta feliz para expresar nuestros sentimientos de alegría o pena, con nuestros familiares o amistades más entrañables, sin ningún tipo de presión, sin miradas fiscalizadoras o críticas que impidan nuestras intervenciones sencillas y sinceras.

La psicología de la piñata

Los mexicanos nos enseñaron con sus famosas piñatas a desfogarnos un poco golpeando con un mazo a un muñeco cargado de sorpresas. Había que golpear duro y sin miedo, cuando todo caía era menester zambullirse al suelo para coger el mejor regalo. Todo se hacía bajo la mirada atenta de los mayores que cuidaban nuestros juegos para que no ocurriera un accidente en medio del barullo competitivo.

La piñata es la imagen de la competencia alegre que nos une a todos en una celebración donde se rompen escrúpulos y tensiones y todos pueden ganar compitiendo sanamente.

La hora loca, a la que nos estamos refiriendo, tiene otra connotación: hay un permisivismo indebido, es un desfogue desordenado donde vale todo, no existe ningún tipo de ley o control. Es como si hubiera que realizar lo que está prohibido, o lo que no debe permitirse. Es un desfogue insano, a veces grosero o grotesco, lejano a la bondad y elegancia de las personas educadas. Es tirarle tierra al respeto y a la amabilidad con las personas. Es permitir la irreverencia, la arrogancia, las bromas de mal gusto, las ironías hirientes, la burla por los defectos del prójimo. Es permitir liderazgos impropios donde gana el más atrevido, por no decir el más egoísta, o el que desprecia al resto con su vanidad enfermiza, la del charlatán, o la del ostentoso que sólo se mira a sí mismo. El “complejo” de la autoestima podría crear una “superestima” que es más peligrosa y nociva para la vida social que las “timideces” del que no se atreve a expulsar hacia fuera lo que tiene dentro.

Para resolver estos escollos y poder actuar con tino es necesario distinguir entre la naturalidad y la espontaneidad. La naturalidad lleva a que la persona actúe con sencillez (que es una virtud y toda virtud es una expresión de amor. La suma de todas las virtudes es la delicadeza en el trato. Cuando una persona es virtuosa es fina en sus expresiones y trato, se dice que es una “bellísima persona”).

Hacia fuera deberían salir las virtudes auténticas, que no son disfraces, sino expresiones que surgen de un amor que se ha conquistado y que sabe poner frenos (los frenos de los carros no son para que no caminen sino para que no choquen), a tendencias o pasiones que pueden producir un daño a uno mismo o a los demás. Es sencillamente descubrir que el mal también está dentro de los seres humanos y hay que luchar contra él. Quien sabe controlarse no está reprimido.

Los que buscan con la educación que las personas sean espontáneas están olvidando el campo de las virtudes humanas que nunca surgen de un modo espontáneo, son consecuencia de un esfuerzo y una lucha. Los educadores (padres de familia o profesores) son quienes deben exigir a los educandos las virtudes que deben tener sus hijos o alumnos.

Los educandos no están en condiciones de elegir su propia educación, nadie puede dar lo que no tiene. Se equivocan los ambientes educativos “democráticos” donde los alumnos puedan elegir los parámetros de su propia educación. Los colegios que han optado por dejar “libres” a sus alumnos para que ellos elijan como quieran han conseguido que muchos de ellos se vuelvan irrespetuosos, arrogantes y desatinados para temas de fondo que exigen de una madurez.

Si bien todos los autoritarismos y las tiranías son malas, son mucho peores las tiranías de los hijos sobre los padres y la de los alumnos sobre sus maestros.

Agradecemos sus comentarios.

2 comentarios:

Angelica. dijo...

Es cierto . A nosotros los padres nos corresponde la tarea de educar a nuestros hijos en el amor y el respeto a Dios, a ellos mismos y a la sociedad en general. Es una pena que muchos padres abdiquen de su responsabilidad en aras de un modernismo y una permisividad que no debiera darse y que se da por un relativismo de la verdad y un olvido de las verdades de Dios.

.................................................... dijo...

Presencia Católica dijo:

Excelente artículo.