jueves, mayo 16, 2013


El deber de cuidar la finura y delicadeza de la mujer
LA REAL DEBILIDAD DEL GENIO FEMENINO

Decir que el sexo femenino es débil no es peyorativo ni despreciativo, expresa más bien una realidad que es muy importante tener en cuenta. Solo contemplando la imagen del hombre y la mujer se ven claras las diferencias en cuanto a fuerza y debilidad. Que la mujer sea débil no es para descalificarla o buscar para ella una fuerza o fortaleza que no le corresponde. La mujer nunca será como el hombre porque es mujer. Y el hombre no es modelo de fuerza para la mujer.

Una característica de la mujer es la finura, es un ser delicado que necesita cuidado y protección. Cuando ocurre algo violento la mujer resulta más perjudicada que el hombre, le afecta más, llora, se desespera, hace más escándalo en situaciones difíciles.

En lo referente al sexo, los desordenes la perjudican más, suele ser más víctima que el hombre. El hombre puede arreglárselas dentro de su independencia, la mujer tiene mucha más dificultad, necesita compañía, orientación; ellas son más dependientes de los demás, buscan con mucha frecuencia el consejo (de la mamá, de la amiga, del sacerdote, del médico) que  para ellas es muy importante lo que puedan oír de esas personas, en contraste con los hombres que prefieren decidir por su cuenta, aunque se equivoquen.  Cuando las mujeres se apartan del camino se hacen más daño que los hombres. La caída de una mujer es más dura y estrepitosa, si acepta la tentación queda totalmente derrotada; por eso el diablo tentó primero a la mujer. Son ellas más vulnerables para las posesiones diabólicas, (según las estadísticas de los exorcismos).


La debilidad femenina no es inferioridad

Ninguna de las consideraciones que hemos hecho es peyorativa con respecto a la mujer, nuestra visión no es machista ni discriminatoria. Decir que la mujer es más delicada y afirmar que necesita más cuidados que los hombres es de sentido común en todos los países del mundo y en todas las épocas.

Es un error querer equiparar al hombre con la mujer como si fueran iguales. Las diferencias hay que conocerlas bien para que haya justicia y caridad, para que mejoren las relaciones entre los seres humanos. La sociedad vivirá mejor si cada uno ocupa el puesto y el papel que le corresponde. No deberían existir puestos o papeles inferiores, sí distintos.

Cuando se coloca a las mujeres en los lugares que son propios de los hombres se nota un desarreglo que afea el cuadro. No es estético ni armonioso. Sucede como con el vestido. Querer imponer una moda con algo indecente resulta burdo y antiestético. Sin ir muy lejos, ahora las mujeres pueden jugar también fútbol y algunas podrían ser muy habilidosas y competentes en ese deporte, pero si las comparamos con los hombres las diferencias son enormes.

El mundo  habla constantemente de los grandes jugadores (todos hombres) y de los emblemáticos equipos de los grandes campeonatos (todos de hombres),  ¿Y qué pasa con las mujeres futbolistas?  ¿Quién destaca? Todos se callan en “7 idiomas”, nadie habla de ellas,  porque no pueden alcanzar el nivel de los hombres... Entonces: ¿Porqué insistir en algo que no es para ellas?

La fortaleza de la debilidad femenina

En el mundo hay muchas actividades que son para mujeres, allí se las ve muy bien y pueden destacar. La mujer tiene una fortaleza admirable que es distinta de la del hombre. Ellas tienen mucho aguante para perseverar en el amor. En los hogares son más fieles que sus maridos y muy tenaces cuando se trata de defender lo entrañable. Tienen una gran capacidad de gestión para ayudar a los demás, insisten más que los hombres y por eso consiguen sacar adelante labores sociales y asistenciales que los hombres no quieren realizar, porque no les interesa o porque se cansan antes.

En las Sagradas Escrituras vemos que María consigue que Jesucristo haga el primer milagro antes de tiempo. La vemos también serena junto a la Cruz viendo padecer a su hijo. No hay reacciones violentas pero sí un enorme dolor. Las mujeres con su amor maternal de cuidado saben aguantar el dolor. En el rostro de una madre se dibuja el sufrimiento profundo por el hijo y por las personas que quiere.

La mujer fuerte es la madre perseverante y fiel, la que siempre está para servir y atender al hijo, la que sabe darse y entregarse sin egoísmos, la que sabe querer con ternura y perdonar, la que sabe acariciar con limpieza. El Papa Juan Pablo II hablaba del genio femenino. Todos los hombres necesitamos de la madre y de la hermana, de la ternura y fortaleza de esa “debilidad” que hay que tratar con “guantes blancos” para no herirla con la torpeza o brusquedad masculina.

La mujer buena nos invita a ser limpios, a estar presentes en el buen ambiente del hogar que abriga el corazón, con el amor que vale oro, y que se convierte en la mejor seguridad que se pueda tener. Así es el amor de la Virgen, la Madre del Amor hermoso, que cuida a sus hijos y les enseña a querer. Nadie que está al lado de un corazón maternal puede ser indiferente. La debilidad nos invita al cuidado y cuando nos esforzamos en protegerla afinamos nuestros modos.

Proteger a la mujer es un gustoso deber de los hombres y es también saber corresponder a la mujer que nos trajo al mundo y que puso en nosotros un cariño enorme lleno de detalles, que son propios de la finura de una mujer.  El hombre debe cuidar a la mujer para que ella pueda entregarle al mundo la pureza de amor y la ternura que toda persona necesita para crecer bien y ser feliz en la vida.

La primera y única criatura humana que entró en el Cielo con cuerpo y alma era mujer: la Virgen María. Cuando una mujer se va al cielo ejerce desde allí una labor asistencial impresionante. La madre, la hermana, la hija o la amiga que está en el Cielo continúa con su genio femenino consiguiendo las mejores cosas para los suyos. Si Dios creo a la mujer para que el hombre no se encontrara solo, qué seguridad de compañía dan las mujeres que están en el Cielo.

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