viernes, mayo 31, 2013


ASU MARE,  RISAS Y LÁGRIMAS DE UNA REALIDAD
Un éxito sin precedentes como película taquillera que todo el mundo quiso ver para reírse un poco con las ocurrencias de Carlín que, con buen humor y picardía, iba explicando como fue conquistando nuevas situaciones en la vida, tratando de superar una realidad difícil, de atrasos y limitaciones, en una sociedad, todavía despistada para acertar en lo que vale la pena hacer para vivir mejor.
Las risas del público por las ironías y vivezas criollas del actor eran también la aceptación a un estilo de vida popular generalizado en todo el país, que consiste en trepar con la ocurrencia, colocarse en un status al lado de las clases altas y sacar provecho en lo que se pueda, poniendo a los ricos en berlina. Es una manera fácil de subir sin perder la categoría popular. Se sigue siendo del pueblo retando a los “pitucos” con una simpática socarronería que se presta para todo tipo de remedos e imitaciones que hacen reír al sencillo que admira los métodos tradicionales de la picardía criolla.
Este estilo de vida dibuja también los cuadros de los callejones de la vieja Lima, las visitas a la parada y a la sofisticada Gamarra para las compras de la comida y ropa de calidad, más barata que en los Molls de los ricos del sector A; retrata también los conciertos de  los locales chicha, donde la presencia de la cerveza es fundamental para solventar los gastos y donde no hace falta una vestimenta de marca para disfrutar del baile popular, que dura hasta altas horas de la madrugada, como el que realizan los otros en el boulevard de Asia.
Lo populachero con plata no va con la lógica de lo formal y ordenado, la huachafería y el querer llamar la atención, conviven sin escrúpulos. No importa combinar un polo arrugado y despintado con un relojazo dorado, que parece de oro, en la muñeca,  o una casa vieja y desordenada con un carro último modelo, de marca.  Prima lo que llama la atención para decir: “yo también puedo tener” “yo también soy rico” como si fuera esa la meta para ser feliz.
Los cuadros de un criollismo en ebullición con un populismo de un país, que por sus formas, parece bananero, contrastan con la ansiada cultura, que era aspiración de otra época y que nuestros antepasados trataron de inculcarla con ayuda de los extranjeros.  Sin embargo, esta invasión del pueblo, no fue solo de poblaciones en los cerros con escaleras pintadas de amarillo, es influjo “cultural chicha” que encaja perfectamente con la comodidad del relativismo contemporáneo, que busca fundamentalmente pasarla bien sobre todas las cosas y que “no me fastidien con reglas y reglamentos”, tampoco con aspiraciones de regresar a una cultura “que ya fue”.
El modelo del cachaciento y sentimental hasta las lágrimas de  Augusto Ferrando, fue imitado, con distintos estilos, por personajes que se subieron al trampolín de la fama por las escaleras amarillas de un pueblo joven y ahora están muy alto, con plata asegurada y buen humor. Es el síndrome de los chistosos que saben sacar partido hasta de las más grandes tragedias y le piden a todo el mundo que nadie se pique, aunque salga mal parado por el cochineo.
¿Debemos seguir siendo así?  o es el momento de tocar la campana para que se acabe el recreo porque debe llegar la hora de tomarse las cosas en serio para que la vida no tenga consecuencias de tragedia y mediocridad. Entonces ya no nos podremos reír. Cuando ponemos luces sobre limitaciones y miserias podremos mirar con una gran comprensión a las personas que se esfuerzan en esas circunstancias, el buen humor también hace efecto de anestesia, pero…. ¿no tenemos que esforzarnos para elevar el nivel de nuestras costumbres y de nuestra vida?
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