jueves, octubre 31, 2013


El desafío de los nuevos vientos
LA SALUD DE LOS CAMBIOS

Aferrarse a un lugar o a un puesto es síntoma de limitación o enfermedad. El que lo hace es porque no puede desenvolverse en otro lugar, le da miedo salir o tiene pánico de perder lo que había conquistado. Algo parecido sucede con el que se acostumbra a un modo de vivir o de ver las cosas y no admite cambios. Además quien vive con esquemas rígidos es fácil que pierda el sentido y la finalidad de lo que está haciendo y caiga en manías que espantan y alejan a los demás.

El amor, que siempre busca el progreso y la mejora de las personas y los sistemas, está sujeto a cambios, no a un estancamiento. La falta de habilidad o manejo de las personas para un nuevo sistema no puede ser obstáculo para implementar los cambios que sean necesarios. El mundo entero ha ido pasando de la máquina de escribir a las más sofisticadas computadoras, de la carreta a los automóviles. Quedarse con la tecnología antigua no es dable para ninguna persona y si hay que hacer la excepción, sería la que confirma la regla. Una persona estancada en sistemas o en costumbres que ya no están vigentes será vista como limitada, aunque se la respete mucho.

Todos los seres humanos nos tenemos que preparar para los múltiples cambios que trae la vida normal. Se trata de cambiar hacia algo mejor. Es el cambio para el progreso. Esta movilidad y actividad de cambio es propia de la persona sana y bien constituida, que sabrá situarse frente a las distintas circunstancias que aparecen.  Esa postura de relación no es una adaptación a la dejadez de un  permisivismo que acepta todo para no contristar, es más bien la inteligencia del que sabe estar en su sitio, con sus palabras y sus obras, interviniendo o callando según la ocasión. Es la prudencia de la intervención pronta o la abstención oportuna, y la humildad para esforzarse y aprender lo que no se sabe, o dejar, pasando a un segundo plano, que otro más hábil sea el que resuelva las cosas.


 La salud espiritual de las personas

Siempre es necesaria la salud espiritual para que las relaciones humanas sean adecuadas. Para acceder a ella es importante reconocer que los seres humanos estamos llenos de limitaciones y por eso resulta difícil establecer unas relaciones óptimas con el prójimo, incluso para el trato con Dios.

No obstante, para que los hombres nos llevemos bien, es imprescindible la mutua ayuda y la que otorga Dios al que la pide con humildad. El que tiene fe sabrá acudir enseguida al Espíritu Santo, que llega con toda la fuerza de su Amor, para alcanzarle al hombre las disposiciones iniciales  y luego la gracia para que persevere en la lucha. Cuando hay docilidad,  llegan siempre los frutos, que proceden fundamentalmente de la intervención divina. Luego el hombre de fe, al mirar los resultados positivos, deberá reconocer que casi todo lo puso Dios; como en el milagro de la pesca milagrosa, que fue obra de Jesucristo y no de los experimentados pescadores.


El arte de dejarse querer por quien realmente nos quiere

El acierto del hombre es dejarse querer y conducir por Dios. Parece mentira, pero es difícil dejarse querer por alguien que realmente que nos quiere. La experiencia nos hace ver que es más fácil querer que dejarse querer. Lo que ocurre es que quien realmente nos quiere nos alcanza lo que nos hace bien y nos exige para que seamos buenos. Nosotros en cambio, queremos tomar la iniciativa para que nos quieran como a nosotros nos parece, o sea que nos alcancen lo que nosotros queremos. Al tomar la iniciativa, sin darnos cuenta, nos pisamos el poncho, porque en el origen hay un punto de egoísmo: buscar la propia satisfacción y una libertad de autonomía que nos  puede llevar a encerrarnos en nosotros mismos, para caer luego en una terrible soledad. Nos equivocamos cuando decimos que realmente nos quiere el que nos deja hacer lo que nos da la gana. Tampoco seremos capaces de orientarnos a nosotros mismos. Nadie es buen juez en causa propia. Necesitamos un maestro que nos aconseje, nos oriente y nos guíe.

Cuando el hombre está dispuesto a dejar que Dios haga, interviene el Espíritu Santo con un amor dirigido a él. Dios le alcanza al hombre un amor de conquista para su corazón y lo capacita para querer correctamente. Esa persona que aprende a querer, por obra del Maestro, es la que dice la verdad y procura el mejor bien para todos.

La misma actitud de dejarse querer la debe tener el ser humano con todos aquellos que tienen ordenado su corazón, o sea con todos aquellos que se están dejando querer por Dios y son distintos entre ellos. Hay una gran diversidad en los modos de los que saben amar y esa diversidad puede llegar a nuestra interioridad con una valoración generosa. La que es propia del amor ordenado.

Dios siempre quiere a todos sin excepción con sus particularidades, originalidades y ocurrencias. En cambio el ser humano que se aleja de Dios se encierra con su querer limitado, algunas veces le parece que no puede más, o que ya cumplió con sus obligaciones. Tiende a reducir sus espacios para el aumento de una afectividad más ordenada y profunda, se  asusta y le parece peligroso comprometer sus afectos. Habría que recordarle las palabras de la Escritura: “El que tiene miedo no sabe querer”


El querer práctico, afectivo y efectivo

Es difícil creer a una persona que dice que ama a Dios y al prójimo, si se la ve sola y abandonada, “se cosecha lo que se siembra.”  El amor auténtico no es una teoría, se nota y se palpa con la presencia del cariño humano. El amor de un cristiano no es un espiritualismo místico; debe llegar a todos con una fuerza irresistible que penetra en lo profundo del alma.

El crecimiento de la Iglesia es de ancha base y de una diversidad espléndida. El Papa Francisco habla de las periferias y de las fronteras. Nos pide llegar a la gente necesitada, con cariño humano y un acompañamiento para caminar junto a ellos, dentro de esta gran familia de la Iglesia, en la comunión de los santos.

El Santo Padre nos pide también que lleguemos a los que pensamos que son un desastre, a los que se fueron, a los que no conocen, a los que no creen, a los que visten zapatillas, blue jean y están en el facebook. A todos, sin excepción.

En la Iglesia, gracias a Dios, han aparecido últimamente cientos de movimientos de gentes que quieren hacer las cosas bien y entregar sus vidas por alguna causa noble, al servicio de Dios. Hoy no se puede avanzar sin mirarlos a ellos y conocerlos bien. Todos deben mirarse y conocerse, respetar la diversidad sin mezclarse ni entrometerse, cada uno en su sitio, pero conociéndose bien y interesándose mutuamente.

Hoy no podemos vivir a distancia, como si los demás no existieran, o pensando que eso no nos toca. No es época para grupos cerrados en una actividad exclusiva que no tenga una proyección mundial. Es una época donde todos debemos estar dispuestos a cambiar por el bien de la Iglesia.

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