jueves, octubre 17, 2013


Los disfraces en el circo de los lobos
LOS LOBOS SE DISFRAZARON DE ABUELITA
Muchos como la caperucita siguen creyendo en la “abuelita” que es el lobo disfrazado de fiscal y justiciero que persigue todo tipo de corrupción “venga de donde venga”. Su tarjeta de presentación lleva ribetes de oficialidad; además en algunos países el lobo feroz ha adquirido carta de ciudadanía, cuando ellos y sus políticos avanzan con el “lema” internacional: “¡miente miente, que algo queda!”
 Los lobos disfrazados de abuelita incitan al atrevimiento y a la rebeldía de los insatisfechos que quieren un río revuelto para ganar alguito. Con maliciosa astucia se presentan como moralizadores, de los que, según ellos, se portaron muy mal y merecen ser apaleados. Sus víctimas son corderitos heridos y descuidados que caen en la trampa, justo en el momento oportuno, para los intereses de la jauría de lobos, que después de capturarlos los suben  al escenario con todos los reflectores prendidos, para que se vea lo malo que fueron y el castigo que deben recibir. Esos lobos, avejentados y vapuleados por la vida, son como los que querían lapidar a la mujer sorprendida en adulterio, según cuentan los Evangelios.

Mayorías engañadas
Los miles, que todavía son caperucita, suelen ser gente sencilla que está un poco resentida por algún inconveniente de la vida o porque creen que los culpables de los males son los que señalan los consensos de las grandes mayorías, orquestados y dirigidos por algunos medios de opinión pública, que no les importa el escándalo con tal de ganar rating.
Estas mayorías que son utilizadas por los lobos disfrazados de abuelita están al día en las pesquisas y en los “argumentos” que se ventilan para desacreditar a la víctima de turno. Algunos emulan a los lobos aprendiendo a tirar piedras ocultando la mano y mostrando en el rostro la sonrisa de la abuelita inocente y dulce.
Con esas removidas escandalosas los organizadores del circo consiguen puntos para el protagonismo y cada vez que pueden: una buena tajada para el bolsillo.
No son pocos los justicieros, lobos recalcitrantes, que buscan ser reconocidos como pro hombres notables, para moralizar el país y mientras obtienen la patente de corzo para sus punzantes intervenciones, van trepando a los escaños del poder por pura ambición personal, buscando prebendas que dicen merecer honestamente.
Los que forman parte de esta elite tienen ingresos de extraña procedencia, otros buscan testaferros para cubrir sus cuentas; abundan los que se dedican a medrar sin trabajar y de esas mayorías, que se van juntado con complicidad, proceden los que están listos para apedrear al que fue sorprendido en falta y hay que desacreditar. La vida privada de estos lobos suele ser una aventura oculta, hasta el día en que salta la liebre y se descubre, que debajo de un tapado incaico, aparece lo increíble: no era la abuelita, era el lobo disfrazado.
Esta es la realidad de muchos políticos actuales, sus esbirros y demás seguidores que quieren chupar de una mamadera con leche adulterada. Abundan las historias penosas y vergonzosas en nuestro país.
En los ámbitos literarios el lobo siempre fue malo: es el que asalta, mata, sorprende, actúa sigilosamente, roba,  se esconde y luego ataca por sorpresa.
Los lobos de hoy tienen un discurso persuasivo dirigido a los que no tienen tiempo de profundizar y a todos los que opinan con el consenso de un sentir común mediocre y astilloso. Ellos suelen criticar lanzando dardos punzantes, para herir al adversario, cuidando siempre que en el propio rostro se dibuje la forzada sonrisa hipócrita de la “abuelita”.
Los "artistas" del circo
Además, estos lobos de hoy, organizan los circos con escribidores que parecen estar recortados con la misma tijera y colaboran en los diarios que entregan sus páginas para ser manchadas por plumas irritantes. Es el modo que tienen de conseguir lectores “justicieros” y verdugos, que siguen a ojos cerrados a sus mentores amarillos.
 Los lobos de marras, con la tinta que sacan del hígado, viven en el chisme y a la murmuración criticando agriamente al que consideran adversario peligroso o chivo expiatorio. No importa mentir, exagerar o calumniar. No hay más que ver los tonos de los ataques y de los insultos que llueven con un cargamontón imparable, donde el perdón y la reconciliación brillan por su ausencia.  
Es una auténtica función de circo, llena de trucos y de trampas, para engañar a la gente sencilla, con cortinas de humo que ocultan la verdad. Siempre atizan a los ingenuos para conseguir formar un coro de indignados que apoyen sus maléficos propósitos.

Corazones limpios
En los corazones de las personas no deben existir resentimientos, ni heridas que hieran a los demás. Se puede ver, en los modos de expresión, lo que hay en el fondo del corazón. El lenguaje tosco, vulgar y agrio no es de personas coherentes y buenas.
 Impresiona favorablemente comprobar en la historia universal el papel que tiene  la Iglesia, ahora con el Papa Francisco, en la difusión del espíritu cristiano, para purificar, con la gracia de Dios, y la colaboración de cada uno, los corazones de las personas, con el fin de que no quede en nadie ni una pizca de resentimiento que impida la comunicación y el amor auténtico entre los seres humanos.
La limpieza del corazón se extiende a erradicar todo tipo de pecado. Este propósito exige una lucha constante del hombre por ser mejor que lleva implícita el respeto, el buen trato, el perdón y la comprensión con las personas, siempre mirando el camino honesto de la fidelidad, que es el amor a la verdad.
Al final los disfraces caerán, los lobos habrán perdido la fuerza del ataque despiadado y cruel, algunos se darán cuenta que la razón que los movía eran “globos” hinchados por una pasión desordenada y tal vez tejida por algunos inconvenientes de la vida. Ojala se arrepientan y a través del camino del perdón descubran la luz que les faltó en la vida para ver la verdad.
Como es de esperar, al final de los tiempos, triunfará la verdad que dará libertad a las personas que supieron purificar su corazón pidiendo perdón y perdonando, con la misericordia que Dios les entregó, para ser buenos como Él. La libertad de poder ver a Dios cara a cara.

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