Los disfraces en
el circo de los lobos
LOS LOBOS SE DISFRAZARON DE ABUELITA
Muchos
como la caperucita siguen creyendo en
la “abuelita” que es el lobo
disfrazado de fiscal y justiciero que
persigue todo tipo de corrupción “venga
de donde venga”. Su tarjeta de presentación lleva ribetes de oficialidad; además en algunos países el
lobo feroz ha adquirido carta de
ciudadanía, cuando ellos y sus políticos avanzan con el “lema” internacional: “¡miente
miente, que algo queda!”
Los
lobos disfrazados de abuelita
incitan al atrevimiento y a la rebeldía de los insatisfechos que quieren un río revuelto para ganar alguito. Con maliciosa astucia se presentan como moralizadores, de los
que, según ellos, se portaron muy mal
y merecen ser apaleados. Sus víctimas
son corderitos heridos y descuidados
que caen en la trampa, justo en el momento
oportuno, para los intereses de la jauría
de lobos, que después de capturarlos los suben al escenario con todos los reflectores prendidos, para que se
vea lo malo que fueron y el castigo que deben recibir. Esos lobos, avejentados y vapuleados por la vida, son como los que querían lapidar a la mujer
sorprendida en adulterio, según cuentan los Evangelios.
Mayorías engañadas
Los
miles, que todavía son caperucita,
suelen ser gente sencilla que está un poco resentida por algún inconveniente de
la vida o porque creen que los culpables de los males son los que señalan los
consensos de las grandes mayorías, orquestados y dirigidos por algunos medios
de opinión pública, que no les importa el escándalo con tal de ganar rating.
Estas
mayorías que son utilizadas por los lobos
disfrazados de abuelita están al
día en las pesquisas y en los “argumentos” que se ventilan para
desacreditar a la víctima de turno. Algunos emulan a los lobos aprendiendo a tirar piedras ocultando la mano y mostrando en
el rostro la sonrisa de la abuelita inocente
y dulce.
Con
esas removidas escandalosas los organizadores del circo consiguen puntos para el protagonismo y cada vez que pueden:
una buena tajada para el bolsillo.
No
son pocos los justicieros, lobos
recalcitrantes, que buscan ser reconocidos como pro hombres notables, para moralizar el país y mientras obtienen la patente de corzo para sus punzantes
intervenciones, van trepando a los
escaños del poder por pura ambición personal, buscando prebendas que dicen merecer honestamente.
Los
que forman parte de esta elite tienen
ingresos de extraña procedencia, otros buscan testaferros para cubrir sus cuentas; abundan los que se dedican a medrar sin trabajar y de esas mayorías,
que se van juntado con complicidad, proceden los que están listos para apedrear
al que fue sorprendido en falta y hay que desacreditar. La vida privada de
estos lobos suele ser una aventura
oculta, hasta el día en que salta la
liebre y se descubre, que debajo de un tapado
incaico, aparece lo increíble: no
era la abuelita, era el lobo disfrazado.
Esta
es la realidad de muchos políticos actuales, sus esbirros y demás seguidores
que quieren chupar de una mamadera
con leche adulterada. Abundan las historias penosas y vergonzosas en nuestro
país.
En
los ámbitos literarios el lobo siempre fue malo: es el que asalta, mata, sorprende, actúa
sigilosamente, roba, se esconde y
luego ataca por sorpresa.
Los
lobos de hoy tienen un discurso
persuasivo dirigido a los que no tienen tiempo de profundizar y a todos los que
opinan con el consenso de un sentir común mediocre y astilloso. Ellos suelen criticar lanzando dardos punzantes, para herir
al adversario, cuidando siempre que en el propio rostro se dibuje la
forzada sonrisa hipócrita de la “abuelita”.
Los "artistas" del circo
Además,
estos lobos de hoy, organizan los circos con escribidores que parecen estar recortados con la misma tijera y
colaboran en los diarios que entregan sus páginas para ser manchadas por plumas
irritantes. Es el modo que tienen de conseguir lectores “justicieros” y verdugos, que siguen a ojos cerrados a sus mentores amarillos.
Los lobos
de marras, con la tinta que sacan del hígado,
viven en el chisme y a la murmuración criticando agriamente al que consideran
adversario peligroso o chivo expiatorio. No importa mentir, exagerar o
calumniar. No hay más que ver los
tonos de los ataques y de los insultos que llueven con un cargamontón imparable, donde el perdón y la reconciliación brillan
por su ausencia.
Es
una auténtica función de circo, llena de
trucos y de trampas, para engañar a la gente sencilla, con cortinas de humo que ocultan la verdad. Siempre
atizan a los ingenuos para conseguir formar un coro de indignados que apoyen sus maléficos propósitos.
Corazones limpios
En
los corazones de las personas no deben existir resentimientos, ni heridas que
hieran a los demás. Se puede ver, en los
modos de expresión, lo que hay en el fondo del corazón. El lenguaje tosco,
vulgar y agrio no es de personas coherentes y buenas.
Impresiona favorablemente comprobar en
la historia universal el papel que tiene
la Iglesia, ahora con el Papa
Francisco, en la difusión del espíritu cristiano, para purificar, con la gracia
de Dios, y la colaboración de cada uno,
los corazones de las personas, con el fin de que no quede en nadie ni una pizca
de resentimiento que impida la comunicación y el amor auténtico entre los seres
humanos.
La
limpieza del corazón se extiende a erradicar todo tipo de pecado. Este
propósito exige una lucha constante del hombre por ser mejor que lleva
implícita el respeto, el buen trato, el perdón y la comprensión con las
personas, siempre mirando el camino honesto de la fidelidad, que es el amor a
la verdad.
Al
final los disfraces caerán, los lobos
habrán perdido la fuerza del ataque despiadado y cruel, algunos se darán cuenta
que la razón que los movía eran “globos” hinchados por una pasión desordenada y
tal vez tejida por algunos inconvenientes de la vida. Ojala se arrepientan y a
través del camino del perdón descubran la luz que les faltó en la vida para ver
la verdad.
Como
es de esperar, al final de los tiempos, triunfará la verdad que dará libertad a
las personas que supieron purificar su corazón pidiendo perdón y perdonando,
con la misericordia que Dios les entregó, para ser buenos como Él. La libertad
de poder ver a Dios cara a cara.
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