Para correr con la Iglesia
LA NUEVA MARCHA DE LOS
TIEMPOS
Un automóvil antiguo
puede ser valorado como una belleza por su estética, por los costos de su
elaboración y por la nostalgia de los recuerdos en la época en que circulaba. Los
carros de hoy poseen una tecnología más avanzada, son más veloces y funcionales
y han superado en muchos aspectos
a los antiguos.
La presencia de un
carro antiguo en las pistas es una originalidad que puede ser simpática pero también peligrosa. Los tiempos han
cambiado y esos carros antiguos no deben competir en las pistas con los
actuales. Es igual que en las competencias deportivas, una persona mayor ya no
puede competir con los más jóvenes, debe saber dar un paso al costado.
Dice el Papa Francisco
que hoy es necesario en la vida ser brújula y veleta. Brújula para ir siempre
hacia el norte de lo que Dios pide a los hombres y veleta para saber por dónde
vienen los vientos. La verdad hay que llevarla pero no tirarla de cualquier
manera, la veleta nos dirá el sistema y el momento conveniente para comunicar
la verdad y el sistema adecuado de transmitirla. La veleta indica a los aviones si es conveniente aterrizar o no, y les dice
también por dónde deben entrar. La veleta es la que orienta al hombre de hoy para
que encuentre el mejor sistema de dirigirse a los demás.
No resistirse a los cambios
Los tiempos avanzan
cada vez a más velocidad y eso hace que los cambios sean más frecuentes. A las
personas mayores y a las que han tenido una formación fuerte, tal vez unida a
situaciones más duras, como guerras o
tiempos de escasez, les costará mucho más los giros que se están dando en
los tiempos actuales. Existen mentalidades congeladas y bien arraigadas a
costumbres de épocas pretéritas que no admiten fácilmente los cambios y anhelan
el retorno, incluso de todo el mundo, a lo que ellos
siempre aprendieron y vivieron.
El Papa Francisco, enviado por la Providencia para estos
tiempos, hace ver esta realidad y la explica con muchos ejemplos.
Hoy, para andar en la Iglesia, no sólo hay
que mirar hacia delante, también es importante ver a los costados para
establecer las relaciones humanas necesarias para seguir avanzando. En las
épocas pretéritas quizá bastaba mirar el camino y andar para adelante arengando
a los demás para que hagan lo mismo. El que quería seguía y el que no quería se
quedaba postergado o cogía otra ruta distinta y tal vez opuesta. Así se
avanzaba por los diversos caminos, sin una mayor comunicación, incluso
ignorándose unos y otros. Además cada uno poseía una personalidad fuertemente
marcada por un sistema de caminar exclusivo. Quien optaba por ese camino
aprendía ese modo de andar como algo fijo que no debería cambiar.
El amor a la variedad dentro de la unidad
Hoy no cabe para
ninguna persona un sistema único de caminar. Dentro de los caminos, que no son
pocos, hay modos diferentes de andar. En esta época la variedad consiste en que es necesario mirar
a los lados para conocer bien esas diferencias. La educación está dirigiéndose,
necesariamente, a la atención de las
grandes variedades y diversidades que existen entre los seres humanos. Ya no se
recorta a la gente con la misma tijera ni se hace pasar a todos por el mismo aro.
Una de las
consecuencias de haber permanecido en esquemas antiguos de funcionar es el
individualismo, que se presenta como una reacción del hombre que se escapa de
ser encorsetado en unos modos o moldes
fijos, que antes todos aceptaban y ahora ya no. El hombre de hoy, por las circunstancias de la
época, interpreta esos modos como autoritarios
y de presión, (por ejemplo: los
colegios que obligaban a rezar el rosario o a ir a Misa a todos sus alumnos y
todos lo veían bien. En los tiempos actuales no es aceptado por nadie).
Hoy, más que nunca, es
necesario fijarse, conocer e interesarse
por todos, para no dejar a nadie en
la periferia, para no ser personas
que subrayan mucho el partidismo, que
es una especie de nacionalismo doméstico
que a su vez crea un espíritu de grupo cerrado y poco inteligente para los
objetivos de la reevangelización.
Tener en cuenta a los
otros no significa mezclarse o entrometerse, o perder la intimidad, es conocer
bien al prójimo, que es el principal conocimiento que debe tener el ser humano.
Un conocimiento que será
consecuencia de la comprensión y del
amor, que son propios de la caridad que tanto reclamaba el Papa Benedicto para
las relaciones humanas, que se habían convertido en relaciones de oferta y demanda. El conocimiento de la
caridad está lleno de salud y de alegría, da muchísimas satisfacciones al que
lo tiene. Es poder querer de verdad, dando la mano y ayudando a muchos. Es
acercarse y vivir junto a los demás para hacerles la vida agradable. Allí está
la libertad.
El mundo padece la
grave crisis de la falta de conocimiento del prójimo. Se debe a una mala
relación entre los seres humanos, que persiste, a pesar de los avances tecnológicos con sofisticados aparatos para
comunicarse, en los hogares y en los trabajos.
Amar es conocer y conocer es amar
La Iglesia siempre ha
ido por delante para que los hombres, amando a su prójimo, conozcan mejor la
realidad de sus propias vidas, costumbres, ambiciones e ilusiones. La Iglesia
es cada vez más católica porque es universal, abre siempre sus puertas a la
variedad, que en estos tiempos, ha crecido de modo notable.
La apostolicidad, nota característica de la Iglesia,
incluye la inculturación que
está a la vanguardia de la inclusión, tan reclamada en estos tiempos modernos. La inclusión no debe
quedarse en el primer escalón de la tolerancia. La inculturación es
admitir las costumbres sanas de los hombres para que todos podamos amar esa
variedad de culturas que hay en el mundo para enriquecer los conocimientos y
mejorar las relaciones humanas.
La caridad, que
predica la Iglesia desde tiempos de Cristo, supera con crisis a la débil
tolerancia meliflua de un humanismo
sin Dios, que termina yendo contra el hombre. Muchas tolerancias de hoy son
arreglos superficiales para pintar la escenografía teatral del llevarse bien;
esta actitud está más cerca de una diplomacia
que tolera la hipocresía, que de la
sinceridad del respeto y la estima real de las personas. Nadie se puede llevar
bien si se cubre con la mentira de lo que es degradante.
Quitar lo que divide y
acercarse a la gente
La
nueva marcha para andar con la Iglesia en los tiempos actuales, exige de cada
uno el esfuerzo por acercarse más a la gente y caminar con ellos. Para esto es
necesario abandonar moldes obsoletos que impiden estos acercamientos.
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