Consensos que
buscan una apertura hacia el permisivismo
EL
ESPEJISMO DE UN HUMANISMO SIN DIOS
Un progresivo rechazo al matrimonio y a
la familia
En
el mundo actual la ignorancia religiosa en materia de moral y de costumbres ha
aumentado considerablemente. Hoy muchos católicos no cumplen con el precepto de
ir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar. Además este progresivo
alejamiento de Dios está generando un rechazo al matrimonio y a la familia
tradicional.
Frente
a estas coyunturas de la modernidad no faltan los que piensan que, en poco tiempo, el matrimonio y la
familia podrían desaparecer y que, para
amainar la situación,
la sociedad debería encontrar fórmulas de tolerancia y permisivismo, buscando
controlar situaciones difíciles e irreversibles, que eviten romper con la
tradición de una “legalidad” que
todavía aparece como responsable y necesaria.
Se
busca una ley que se adapte a los tiempos y que sea permisiva a las situaciones
que se dan en el momento. Una suerte de liberalidad
de las normas que siempre han existido para la protección de la unidad
familiar. Son los modos de pensar que van calando en una sociedad que se aleja
de Dios. Cuando no se vive como se
piensa, se termina pensando como se vive.
La familia como valor
cristiano
En
cambio quienes miran a la familia con la experiencia de la fe y de la tradición,
quisieran cuidarla como un tesoro que se debe conservar para todas las épocas,
sufren cuando perciben las amenazas de una sociedad que quiere prescindir de
ella, o que busca modificarla con argumentos que terminarían quitándole el
sentido tradicional de su esencia: unión
estable entre el hombre y la mujer con el fin de procrear y educar a los hijos.
La ley no debe adecuarse a
los tiempos sino los tiempos a la ley
Para
el desarrollo de nuestro análisis es necesario advertir la existencia de dos
premisas que no pueden modificarse, por la misma ley y por las experiencias de
miles y millones a través de la historia: la primera es que no se puede llamar
ley a lo que va contra el hombre, aunque exista un consenso en la sociedad
relativista.
En
este punto habría que advertir que cuando la presunción del hombre quiso crear,
en distintas épocas de la historia,
leyes sin categoría moral (que no
apuntaban al bien y a los medios buenos) para solucionar problemas
coyunturales, éstas hicieron mucho daño y con el tiempo hubo que eliminarlas.
Pongamos por ejemplo la ley del talión, o
la ley del revolver, en épocas pretéritas.
La
segunda premisa es que el hombre que hace de su conciencia ley termina
fracasando tarde o temprano. La historia nos enseña que aunque la venganza fue permitida y legislada, como
medida de justicia en una época
determinada, no se puede decir, en
conciencia, que fue la solución para que la sociedad camine correctamente;
tampoco lo fueron, en su momento, las
leyes sobre la esclavitud, o aquellas otras que eran discriminatorias y
apuntaban a tener una sociedad más ordenada y culta, “sin la chusma, -diría Hitler con sus más
insignes científicos-, de una raza que la
contamine.”
En
tiempos de Jesucristo, el consenso social, atizado
por los poderes estatales, gritaba eufóricamente, con un fanatismo pasional: ¡crucifícale,
crucifícale!. La miopía de la época, motivada por los opositores a Cristo (hoy sucede lo mismo) no les dejaba ver
la realidad.
Dentro
del contexto actual, hay que reconocer valiosos progresos en el tema de los
derechos humanos, pero también hay que admitir que existen consensos que buscan
una “liberalización” de leyes que cuidan
y defienden la estructura familiar. Con estos “modernos” criterios ya no se
educa a quienes deberían conseguir, cumpliendo
con su vocación y misión, formar
una familia correctamente constituida, para
bien suyo, de sus seres queridos y de toda la sociedad en su conjunto.
Hoy
muchas personas se encuentran motivadas para la individualidad, para hacer sus
mundos sin necesidad de una estructura familiar que los proteja, quedan a
la suerte de las opiniones más originales que deseen tener, aunque no respondan
a valores tradicionales. Surge así, casi
por obligación, el tener que tolerar cualquier estilo de vida que se elija,
aunque vaya contra determinados principios morales. Como impera el relativismo,
ya no cabe defender posturas. Este error de criterio está trayendo
consecuencias nefastas a la humanidad y fundamentalmente a la familia.
Los vínculos virtuosos de
una auténtica unidad familiar
El
que tiene una familia unida por los vínculos virtuosos del amor humano, se
siente atacado por posturas agresivas que surgen de criterios desaforados con
respecto a la moral familiar. Es evidente y muy razonable que unos papás que
tienen una familia bien constituida, no quisieran meter en el seno del hogar a alguien
que distorsione el sentido de unidad y comunión que puede existir en su propia
familia y que constituye un derecho sagrado para todos.
Un
estrafalario dentro de la casa no
pega, a no ser que cambie y se alínie
con los modos y costumbres familiares. Nos estamos refiriendo a una alineación
virtuosa, la que es propia de las personas unidas dentro de una familia, con
una unidad de virtudes humanas y no la que surge de tolerancias o consensos de
un falso respeto, que permite conductas irreverentes o situaciones impropias.
La
estructuración de la familia obedece a principios y criterios que responden a
la realidad antropológica de las personas y apuntan a la felicidad del ser
humano, que es sumamente difícil de conseguir sin la familia.
El
ataque frontal a las estructuras familiares está generando, por el consenso global, motivado por los
medios, un espejismo de libertad en las conciencias marcadas fuertemente
por la duda y no por la verdad (ausencia
de formación) y en la conciencia de personas imberbes, que
son los jóvenes que no tienen experiencia de la vida (son la mayoría) y que son fáciles de manipular por los que manejan
los millonarios “negocios” sucios, que corrompen al hombre pornografía,
drogas, alcoholismo, ludopatía, etc.
Quienes
tienen familiares atrapados en estas esclavitudes contemporáneas no saben cómo
hacer y viven angustiados con una falta de libertad que se extiende a toda la
familia.
Pienso
que todos estaremos de acuerdo con el Papa Francisco cuando señala que el mundo
actual padece de una miseria moral y espiritual que afecta directamente a la
familia: “esta crisis llega cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si
consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano,
porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un
camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera” (Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma).
La
sociedad, y cada persona, debe mirar
y reconocer nuevamente el valor de la familia: el amor entre el hombre y la
mujer y la educación de los hijos, como la célula básica que la sociedad
necesita para el verdadero progreso del hombre.
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