jueves, abril 10, 2014


Sin Caridad no hay nada
LEALES SIN AMOR
Cuando se pierde el amor es que ha invadido la pereza que puede tener múltiples manifestaciones y afectar de diversas maneras. La tibieza es tan grande y tan compleja que al enquistarse en la interioridad de la persona la paraliza para el amor o la inquieta para una febril actividad  (activismo) que ha extraviado su sentido original.
El amor es lo que realmente debe darle sentido a todo los que se hace, cuando falta, todo empieza a desordenarse y a desmoronarse. El hombre no puede vivir solo con sus experiencias siendo leal a las costumbres que aprendió. En todo momento debe renovar su amor para que las cosas tengan sentido. El amor se conquista y se estrena cada día.
El amor no es algo que se escapa y se pierde sin que la persona sea culpable. Son las malas decisiones y los descuidos las causas principales de la pérdida del amor. Cuando alguien dice: “se me fue el amor….ya no amo como antes” está expresando las consecuencias de sus errores y descuidos. En otras palabras: está poniendo en evidencia que es un pecador. La solución lógica la tiene a la mano: acudir a Dios para pedir perdón y recomenzar. Este tendría que ser el camino normal para todos salvo poquísimas excepciones.

Las apariencias engañan
Sin embargo resulta más penosa la persona que dice amar a Dios, que todo está muy bien y que no tiene nada que cambiar y en realidad ha perdido el amor y se ha quedado con los esqueletos: sistemas, costumbres, procedimientos, experiencias, formulismos y funciona con esos mecanismos creyendo llevar la razón. No se da cuenta que ya no ama. Su vida ya no tiene vida y va encontrando barreras en las relaciones humanas, que él mismo las fue poniendo con sus criterios, sin darse cuenta.
Cuando se pierde el amor las lealtades pueden convertirse en manías: un empeño voluntarista en querer en conservar algo porque ¡siempre lo hizo así y no debe cambiar!, o no querer entrar en un nuevo sistema por una suerte de lealtad al antiguo. Sucede a menudo con personas de la tercera edad. Ninguna persona debe dejar de cultivar el amor. A través de él logra su mejor adaptación y armonía para las relaciones humanas. Cuando se renueva el amor nunca se pierde, siempre se gana y se hace ganar a todos.
El que sigue cultivando su amor tienen seguidores. El que deja de cultivarlo se va quedando solo con sus ideas y sus sistemas o rodeado de cosas sobrevaloradas por él  que los demás mirarán con desdén.
No se debe olvidar que lo que se hace sin amor pierde su sentido. Los primeros síntomas son las dificultades para comunicarse bien. Surge una alteración, acompañada, a veces, de nerviosismo, se eleva el volumen, se subrayan los criterios, se repiten los consejos, aparece el temor de no ser escuchados: “¡No me hacen caso!”

Las inquietudes de una mala comunicación
Quien se encuentra atrapado con esas limitaciones puede no darse cuenta que su modo de comunicar suena estridente y duro. El interlocutor se pone a distancia, no le parece lo que le dicen o las maneras que emplea. También ocurre que cuando hay un bajo nivel de amor en el que comunica, sus argumentos suenan a refrito, algo caduco u obsoleto, que solo provocan un bostezo o una sonrisa de compasión. No tiene la mordiente del acierto.
Cuando hay una desconexión con la realidad actual el sentido común parece avejentado (lógica de personas viejas). Son argumentos que ya no calzan. Además, es evidente que cuando se pierde el amor lo que se conserva se asemeja a un desván donde hay cosas superfluas y descuidadas. Lo natural se desvirtúa, no convence, aunque estén elaborados los argumentos que en otras circunstancias tuvieron vigencia y validez.
Lo peor es que quien padece de esta enfermedad  no se da cuenta de sus limitaciones y se cierra defendiendo a capa y espada sus criterios, que le parecen los razonables, porque forman parte de su experiencia y piensa que todos los deberían  acatar y valorar. Para él lo que dicen los demás suele equivocado, aunque existan opiniones y evidencias contrarias.
Esta cerrazón, que es causada fundamentalmente por la tibieza, produce una ceguera de tal magnitud que la persona  no puede conocer la realidad (por falta de amor), luego la soberbia (que ha crecido porque no se ha combatido la tibieza), trae terquedad y amargura. Si la persona, que está atrapada en estas limitaciones, no encuentra ayuda para cambiar, se vuelve insoportable.

La crueldad del estricto cumplidor
El viento que hiela el alma endurece el corazón y enrarece el carácter de los seres humanos haciéndolos agresivos e hirientes con el prójimo. Quienes se encuentran en estas situaciones confunden la lealtad  con una bandera que debería estar en el mástil para que todo el mundo la vea.  No se dan cuenta que lo que importa es la conducta de las personas, que todo el mundo ve. Solo el amor enciende la luz en las mentes y los corazones dándole sentido a todo los que se hace, y que debe hacerse para la gloria de Dios. El cumplidor sin amor termina siendo cruel.
San Josemaría Escrivá advertía en todo momento del peligro de una “caridad oficial” de procedimientos y formulismos donde se ha perdido el cariño verdadero y actual por las personas. También señalaba el error de los que cumplían sin amor y jugando con la palabra cumplimiento decía: cumplo y miento. El que cumple sin amor no está cumpliendo, está mintiendo. En su vida hay una hipocresía que ha hecho metástasis y lo peor es que el interesado puede no percibirlo por falta de advertencia.
Cuando en los ambientes están personas “cumplidoras” (algunas con doble vida) que han perdido el amor, se puede formar fácilmente una suerte de consenso o complicidad con manifestaciones irónicas o silencios conscientes, queriendo demostrar a todos que “la vida es así y hay que tirar para adelante”. Esa sería la lealtad para el cumplidor que perdió el amor.
Es necesario romper los “castillos” humanos de quienes persisten en seguir viviendo en unas lealtades a sistemas que lo paralizan todo. Con qué fuerza está hablando el Papa Francisco y señala algunos ambientes de la Iglesia donde existen personas que tiene la responsabilidad de conducir a la gente y han perdido el amor. Se han enquistado en un lugar sin moverse y no están dispuestos a cambiar.
Unámonos a la oración del Papa para pedir a Dios que no deje que el mundo peque contra el Espíritu Santo. Es un pecado horripilante del hombre que quiere expulsar a Dios de su vida, de su familia y de la sociedad. Del hombre pecador que le dice a Dios: “¡Fuera, tú no tienes sitio aquí!!!!  Es una aberración provocada por el diablo, que no quiere perder la guerra para que triunfe el mal.
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