Sin Caridad no
hay nada
LEALES
SIN AMOR
Cuando
se pierde el amor es que ha invadido la pereza que puede tener múltiples
manifestaciones y afectar de diversas maneras. La tibieza es tan grande y tan
compleja que al enquistarse en la interioridad de la persona la paraliza para el amor o la inquieta para una febril actividad (activismo)
que ha extraviado su sentido original.
El
amor es lo que realmente debe darle sentido a todo los que se hace, cuando
falta, todo empieza a desordenarse y a desmoronarse. El hombre no puede vivir
solo con sus experiencias siendo leal a las costumbres que aprendió. En todo
momento debe renovar su amor para que las cosas tengan sentido. El amor se conquista
y se estrena cada día.
El
amor no es algo que se escapa y se pierde sin que la persona sea culpable. Son
las malas decisiones y los descuidos las causas principales de la pérdida del
amor. Cuando alguien dice: “se me fue el
amor….ya no amo como antes” está expresando las consecuencias de sus
errores y descuidos. En otras palabras: está poniendo en evidencia que es un
pecador. La solución lógica la tiene a la mano: acudir a Dios para pedir perdón
y recomenzar. Este tendría que ser el camino normal para todos salvo poquísimas excepciones.
Las apariencias engañan
Sin
embargo resulta más penosa la persona que dice amar a Dios, que todo está muy
bien y que no tiene nada que cambiar y en realidad ha perdido el amor y se ha
quedado con los esqueletos: sistemas,
costumbres, procedimientos, experiencias, formulismos y funciona con esos mecanismos
creyendo llevar la razón. No se da cuenta que ya no ama. Su vida ya no tiene
vida y va encontrando barreras en las
relaciones humanas, que él mismo las fue poniendo con sus criterios, sin darse cuenta.
Cuando
se pierde el amor las lealtades pueden convertirse en manías: un empeño
voluntarista en querer en conservar algo porque ¡siempre lo hizo así y no debe cambiar!, o no querer entrar en un
nuevo sistema por una suerte de lealtad al
antiguo. Sucede a menudo con personas de la tercera edad. Ninguna persona debe
dejar de cultivar el amor. A través de él logra su mejor adaptación y armonía
para las relaciones humanas. Cuando se renueva el amor nunca se pierde, siempre
se gana y se hace ganar a todos.
El
que sigue cultivando su amor tienen seguidores. El que deja de cultivarlo se va
quedando solo con sus ideas y sus sistemas o rodeado de cosas sobrevaloradas por
él que los demás mirarán con
desdén.
No
se debe olvidar que lo que se hace sin amor pierde su sentido. Los primeros
síntomas son las dificultades para comunicarse bien. Surge una alteración,
acompañada, a veces, de nerviosismo, se eleva el volumen, se subrayan los
criterios, se repiten los consejos, aparece el temor de no ser escuchados: “¡No
me hacen caso!”
Las inquietudes de una mala
comunicación
Quien
se encuentra atrapado con esas limitaciones puede no darse cuenta que su modo
de comunicar suena estridente y duro.
El interlocutor se pone a distancia, no le parece lo que le dicen o las maneras
que emplea. También ocurre que cuando hay un bajo nivel de amor en el que
comunica, sus argumentos suenan a refrito,
algo caduco u obsoleto, que solo
provocan un bostezo o una sonrisa de compasión. No tiene la mordiente del acierto.
Cuando
hay una desconexión con la realidad actual
el sentido común parece avejentado
(lógica de personas viejas). Son argumentos que ya no calzan. Además, es evidente que cuando se pierde el amor lo que se
conserva se asemeja a un desván donde hay cosas superfluas y descuidadas. Lo
natural se desvirtúa, no convence,
aunque estén elaborados los argumentos que en otras circunstancias tuvieron
vigencia y validez.
Lo
peor es que quien padece de esta enfermedad no se da cuenta de sus limitaciones y se cierra defendiendo
a capa y espada sus criterios, que le
parecen los razonables, porque forman
parte de su experiencia y piensa que todos los deberían acatar y valorar. Para él lo que dicen
los demás suele equivocado, aunque existan opiniones y evidencias contrarias.
Esta
cerrazón, que es causada fundamentalmente
por la tibieza, produce una ceguera de tal magnitud que la persona no puede conocer la realidad (por falta de amor), luego la soberbia (que ha crecido porque no se ha combatido la
tibieza), trae terquedad y amargura. Si la persona, que está atrapada en estas limitaciones, no encuentra ayuda para
cambiar, se vuelve insoportable.
La crueldad del estricto
cumplidor
El
viento que hiela el alma endurece el
corazón y enrarece el carácter de los seres humanos haciéndolos agresivos e
hirientes con el prójimo. Quienes se encuentran en estas situaciones confunden
la lealtad con una bandera que debería estar en el mástil
para que todo el mundo la vea. No
se dan cuenta que lo que importa es la conducta de las personas, que todo el mundo ve. Solo el amor
enciende la luz en las mentes y los corazones dándole sentido a todo los que se
hace, y que debe hacerse para la gloria de Dios. El cumplidor sin amor termina
siendo cruel.
San
Josemaría Escrivá advertía en todo momento del peligro de una “caridad oficial”
de procedimientos y formulismos donde se ha perdido el cariño verdadero y
actual por las personas. También señalaba el error de los que cumplían sin amor
y jugando con la palabra cumplimiento decía:
cumplo y miento. El que cumple sin
amor no está cumpliendo, está mintiendo. En su vida hay una hipocresía que ha
hecho metástasis y lo peor es que el
interesado puede no percibirlo por falta de advertencia.
Cuando
en los ambientes están personas “cumplidoras”
(algunas con doble vida) que han perdido el amor, se puede formar
fácilmente una suerte de consenso o
complicidad con manifestaciones irónicas o silencios conscientes, queriendo demostrar a todos que “la vida es así y hay que tirar para
adelante”. Esa sería la lealtad para el cumplidor que perdió el amor.
Es
necesario romper los “castillos” humanos de quienes persisten en seguir
viviendo en unas lealtades a sistemas que lo paralizan todo. Con qué fuerza
está hablando el Papa Francisco y señala algunos ambientes de la Iglesia donde
existen personas que tiene la responsabilidad de conducir a la gente y han
perdido el amor. Se han enquistado en un lugar sin moverse y no están
dispuestos a cambiar.
Unámonos
a la oración del Papa para pedir a Dios que no deje que el mundo peque contra
el Espíritu Santo. Es un pecado horripilante
del hombre que quiere expulsar a Dios de su vida, de su familia y de la
sociedad. Del hombre pecador que le dice a Dios: “¡Fuera, tú no tienes sitio aquí!!!! Es una aberración provocada por el diablo, que no quiere
perder la guerra para que triunfe el mal.
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