Santos y
santones
ESTRELLAS
FUGACES (la
deshumanización del ser humano)
Mientras
la Iglesia canoniza a dos Papas Santos con la expectativa y el seguimiento de
millones de personas en todo el mundo, un minoritario sector de la población
liderado por un caudillismo liberal va
“canonizando” a los santones fallecidos
con grandes titulares y fotos a todo
meter en las grandes cadenas del poder mediático, de influjo temporal y
relativo en nuestras sociedades.
El seguimiento de los
santos que canoniza la Iglesia
Quienes
siguen con devoción las canonizaciones de los santos en Roma son personas que
admiran los estilos de vida que ellos recomendaban. También puede notarse en
esos seguidores un sentido común acorde con un afán noble de servicio
desinteresado y generoso a los demás y un amor incondicional a la Iglesia y al
Papa. Además se trata de millones de personas que llenan las plazas y parques
para ver y aplaudir al Papa, sea quien
sea, y gran parte de esa población son jóvenes. En las últimas jornadas
mundiales de la juventud los periodistas calificaban a esas reuniones
multitudinarias y entusiastas como fenómenos
sociales colectivos. Son
destellos de esperanza para poder construir la nueva civilización del amor.
El influjo mediático y
paralelo de los santones
En
otros sectores de la sociedad se camina en un clima inestable de amarguras y de
angustias con la esperanza puesta en los logros humanos conseguidos con
pequeñas escaramuzas de algún emprendedor
de turno, que no quiere caminar con Dios y busca denodadamente que el
pueblo lo “canonice” como el caudillo que
los liberará del caos y la inestabilidad generado por los corruptos. A estos
personajes, que serían los sofistas del
siglo XXI, se les podría llamar: santones.
Los
santones son personas “canonizadas”
por los hombres interesados en poner a una persona sobre un pedestal por haber
destacado en algo y haber influido en su contorno sin que sea necesaria una
hoja de vida que responda a una conducta que esté en armonía con las virtudes
cristianas. Son referentes sociales que responden a intereses políticos o a
diversas corrientes ideológicas, casi siempre lejanas a los estilos de vida que
la religión propone a través la Iglesia.
Quienes
aplauden y “canonizan” a los santones son personas motivadas por
propagandas mediáticas elaboradas por los propagadores de un espíritu liberal
que reclama para todos el consenso social de la libertad absoluta. Empiezan enfrentándose a los sectores que ellos
llaman conservadores porque “son los que impiden el progreso y la integración
de los pueblos, al tener una mentalidad cavernaria que es además discriminadora
y homofóbica, lejana a la inclusión de todas las personas en la vida social”. Así
se expresan habitualmente.
Los
que “canonizan” a los santones suelen
utilizar frases lapidarias que las sueltan sin ningún escrúpulo calificando peyorativamente
a quienes no piensan como ellos. No les importa comprobar la veracidad de sus
afirmaciones ni manchar el prestigio o el honor de las personas. Son difamadores que piensan que sus
intervenciones, están llenas de lucidez y son un buen aporte para el progreso
de la sociedad.
Resentimientos sociales en
busca de “reivindicaciones”
Quienes
aplauden estas intervenciones suelen
ser personas heridas por algo que les
ocurrió en la vida y no supieron resolverlo. Llevan en su interioridad un resentimiento perenne que crece
cuando se rompe la costra y la herida queda al descubierto. Es entonces cuando
sale la amargura y la crítica mordaz hiriente contra los que consideran
enemigos de sus principios y por lo tanto de la sociedad. Los santones
y sus seguidores bailan con la misma orquesta. Entre ellos se motivan para
que las protestas continúen y puedan sacar provecho de las revueltas que
provocan. Son como los volcanes que cuando empiezan a echar humo anuncian
destrucción.
Quienes
“canonizan” a los santones enarbolan,
mientras pronuncian
sus discursos, la
bandera de la libertad. No les
importa la verdad y habitualmente crean situaciones, con ayuda de los medios de comunicación, para que la opinión pública incline la
balanza hacia planteamientos liberales que ponen en tela de juicio las
enseñanzas doctrinales de la Iglesia en materia de moral y costumbres. Hacen
alarde de estar en un país libre que debe funcionar al margen de la religión.
Muchos
de estos liberales modernos, quieren
entrar en escena buscando alguna candidatura para tener un pedestal, en alguna curul. Muchos de ellos son adalides heridos que practican una democracia cachivachera de frases gastadas, repetidas hasta el hartazgo, con un sonsonete ridículo y solo apto
para un nuevo guión de los chistosos, que
son los que sacan más partido de sus ocurrencias. Lo vemos a diario en nuestro
país y nadie los para.
El desgobierno de las
estrellas fugaces
Está
claro que nuestras sociedades están desgobernadas(nadie lo niega),
por la oclocracia, que es el gobierno de los
peores. No hay más que mirar y escuchar a la mayoría de políticos. Es un
verdadero circo con payasos que no hacen reír sino llorar. Lo lamentable es que
la historia continúa con ellos, sin que nadie ponga el pie en el freno para
cortar con el hipócrita sistema que
los mantiene.
Hoy
nos encontramos con personajes bisoños
en moral que aunque destacan en alguna actividad, tienen una trayectoria
original y adquieren el prurito de alejarse de la Iglesia tomando una postura agnóstica, que
está de moda; así cumplen con los requisitos para ser auténticos santones. A sus seguidores no les importa si es ateo o creyente a su manera, si está casado o divorciado, si se
emborracha o si se droga, o es ludópata… nada de eso les importa porque
dicen que es “libre” y puede hacer lo que quiera.
A
estos personajes variopintos les
molesta que existan reglas o mandamientos que le impidan hacer lo que les da la
gana. Viven con una actitud de rebeldía contra los que no piensan como ellos,
se sienten atacados por los que respetan unas normas de conducta.
El espíritu de las masas (la verdadera democracia es
consecuencia del amor a la verdad)
Sin
embargo cuando en la sociedad se habla de aprobación, podemos ver por contraste a
las grandes mayorías que llenan las plazas en las canonizaciones de los
santos, o cuando el Papa convoca a las multitudes para transmitir un mensaje, o
cuando se realizan las marchas para defender la vida. El poder mediático y los
principales líderes liberales que se autocalifican de demócratas, se esconden
en estas ocasiones y se callan en siete
idiomas. No quieren resaltar el éxito de esas actividades, las omiten o las
minimizan. Igual le pasa a los seguidores de los santones, solo resaltan los artículos y escritos que van con sus
planteamientos, los otros los ignoran aunque hablen de no discriminar a nadie. El
sol no se puede cubrir con un dedo.
La corta fama de los
santones
Cuando
un santón fallece se escriben
artículos y se exhiben fotografías de todos los tamaños, tratando de resaltar
su vida y sus milagros. Los allegados
más próximos lloran su partida; sin embargo la hoja de vida no hay que
enseñarla demasiado, porque los vicios y los desarreglos podrían quedar al
descubierto.
En
cambio los santos que canonizan los Papas pasaron antes por una criba
espectacular. Estudiaron y analizaron sus vidas al milímetro. Solo contaban las
virtudes vividas de un modo heroico y la herencia de auténtico amor que dejaron
a sus seguidores. También la fe en Dios y la correspondencia de amor que es
obediencia al plan divino.
Hay una diferencia abismal:
entre
el santo y el santón
No
es lo mismo recordar a un santo que a un santón. Las motivaciones de fondo son
distintas. El santo dura siglos el santón desaparece como estrella fugaz. El
santo dura en los corazones de miles o millones de fieles que persisten en su
devoción. El santón deja solo un recuerdo sentimental que se acaba pronto y que
algunas veces la historia lo voltea y así al que murió como santón lo recordarán como bribón.
Que
duro es vivir amargado y sujeto a un consenso efímero sustentado con ideologías
que parecen manotazos de ahogado y
que son enseñadas por los “notables” de turno y son aplaudidas por contratados que pagan para hacer bulto y aparentar que son
personas comprometidas.
Desgraciadamente
abundan intelectuales mal vestidos y mal olientes que
deambulan por las calles y en los foros, con sus barbas descuidadas, jurándose
genios. Jalan a los amigos de las prebendas medrando
donde pueden, para ser protagonistas, hundiendo a quien sea con tal de
salir ellos. Es el triste cuadro humano
de los que se olvidaron que el hombre, para ser hombre, tiene que ser persona.
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