martes, junio 02, 2015


La teología de la liberación (II)

LA IGLESIA Y LA CUESTIÓN SOCIAL


La Iglesia verdadera, la única, la fundada por Jesucristo, Madre y Maestra, no es  insensible a la miseria y la injusticia de los pueblos. Muy al contrario, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, iluminada por el Evangelio y por amor al hombre, oye el clamor de los pobres y acude en su ayuda con todas sus fuerzas.

La Iglesia tiene presente el compromiso de Medellín, Puebla y Aparecida de trabajar preferentemente, no exclusiva ni excluyentemente, por los pobres. Por eso, como tarea principal, obispos, sacerdotes y laicos, acudirán al llamado a trabajar ardientemente por la justicia. Los teólogos deberán colaborar con el magisterio al que reconocerán como un don de Cristo a su Iglesia y acogerán sus enseñanzas con filial respeto y obediencia.
La verdadera liberación, debe tener como fundamento una triple verdad: la verdad sobre Jesucristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, imagen de Dios, elevado a la vida Divina por la gracia Santificante, hijo de Dios y con un destino eterno.

El fundamento de la justicia radica en reconocer las relaciones del hombre con Dios, las que regulan las relaciones de los hombres entre sí. La lucha por la justicia y los derechos humanos, tienen como base la dignidad de cada hombre como hijo de Dios y por tanto los medios empleados deben respetar esa excelsa dignidad.

La iglesia rechazará siempre la violencia ciega y sistemática, venga de donde venga. Es una ilusión creer (en contra de lo que la historia misma demuestra) que de la violencia surgirá la paz y la justicia.

El cambio anhelado de la sociedad no se ha producido ni se producirá por la violencia exterior, sino por el cambio del corazón del hombre, por una conversión interior. El cambio de estructuras, sin el cambio de los corazones, no producirá el "hombre nuevo". Ninguna revolución violenta ha conducido a la justicia y al bienestar.

Los hechos contemporáneos (y contra los hechos no hay argumentos) nos muestran la verdad de la inutilidad de la violencia para lograr la libertad y la justicia social. En muchos lugares del mundo la violencia ha generado un estado peor que el que se quería remediar.

La lucha de clases como camino a la justicia es simplemente una tremenda falsedad, es un mito que impide la verdadera solución al problema de la miseria e injusticia.

¿Cuál es entonces el verdadero camino hacia la justicia?: La enseñanza social de la Iglesia. No solamente los teólogos y los católicos, sino todo el mundo, todos los que tienen que ver con asuntos laborales, económicos, políticos y sociales, deberían estudiar a fondo esta doctrina, que tiene sus fundamentos en el pensamiento ya antiguo del  pueblo de Israel, en las enseñanzas de Jesucristo y del magisterio de la Iglesia desde los primeros siglos de su existencia.

En 1891 León XIII expuso la doctrina social de la Iglesia en la Encíclica "Rerum Novarum". En ella no encontramos solamente ciencia humana, conocimiento de las realidades sociales sino también y sobre todo, la luz del Espíritu Santo que conduce a la Iglesia y quiere iluminar por medio de ella a la humanidad entera.

Juan Pablo II apuntaló la Doctrina Social de la Iglesia editando en 1981 la formidable "Laborem exercens" y en el centésimo aniversario de la carta de León XIII, la "Centésimus Annus" e invitó al mundo entero a estudiar y aplicar los principios sociales que Dios nos inspira.

El Papa Benedicto XVI en “Caritas et veritate” reclamaba relaciones humanas de fraternidad, gratuidad y Caridad y el actual Papa Francisco en  “Evangelii Gaudium” anima a llegar hasta la periferia y buscar al hombre más necesitado para que se encuentre con Dios.


Se consigue la justicia social cuando:

- La sociedad asegura la justicia procurando las condiciones que permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.

-  El respeto de la persona humana considera al prójimo como "otro yo". Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona.

-  La igualdad entre los hombres se vincula con la dignidad de la persona y a los derechos que de ésta se derivan.

- Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar la caridad.

-  La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las desigualdades inicuas.

-  La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.

*Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica

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*En el próximo número: Teología de la Liberación (III)

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