sábado, junio 20, 2009

Un problema de comunicación y educación
CONOCER A LA GENTE
(conocer para amar y amar para conocer)

Los días de tensión vividos, por las tomas de carreteras, las muertes de policías e indígenas, las discusiones subidas de tono de los parlamentarios, las exageraciones mediáticas y la indignación de la mayoría, tienen su origen en una falta de comunicación habitual que impide conocer bien a la gente.

Al hombre no le interesa comunicarse si no tiene interés por conocer a la gente. El que no tiene interés por conocer a la gente vive como un egoísta encerrado en su mundo individual. Si la sociedad está llena de egoístas podremos concluir que muy poco se sabe de los demás.

Es posible vivir sin conocer a la gente (los lejanos y los que están cerca). Esta falta de conocimiento es la causa de los problemas entre los seres humanos. Al no conocer a la gente se comenten injusticias por omisiones o imposiciones. Los olvidos y las indiferencias pueden ser más duros que las intromisiones atrevidas que causan dolor.

El olvido de los que debemos amar
Muchos con dolor se quejan porque quienes deberían conocerlos no los conocen. Ser dejados de lado u olvidados puede ser más duro que un insulto. Que difícil resulta querer hacer algo por alguien cuando no se le conoce y peor si no se le quiere conocer. No basta la buena voluntad de un proyecto ideal para la gente, (aunque sean de la misma familia). Lo que a uno le parece no es siempre lo mejor.

Este tipo de ignorancia, - no conocer a la gente por falta de amor- origina actitudes ambiguas que van desde una falsa tranquilidad del que cree que no tiene nada que ver con el prójimo que no es del entorno elegido por él, al temor de pensar que lo puede perder todo por la agresividad creciente de personas lejanas a su círculo de allegados.

La primera reacción para arreglar lo que se descuidó toda la vida suele ser una medida apurada para que no se diga (preocupación por la imagen y no por las personas) o una suerte de propaganda que señala un esfuerzo que se está haciendo, con la utilización de recursos de última generación, para resolver los problemas actuales, o quedarse en unos pocos gestos, hechos desde la orilla (sin mojarse bien).

Gastar millones en un familiar para tenerlo en una buena clínica, por la gravedad de su enfermedad, no cura la falta de cariño y de cuidado que no recibió durante su vida. Aunque sean necesarios esos gastos y se hagan, si no se ponen los medios para que exista una verdadera reconciliación, el mal de esas omisiones continuará.

Diferencias inaceptables
A nivel social, no basta conseguir quitar el hambre y el frío de los más pobres. Las metas deben ser el conocimiento de las personas para amarlas y la reconciliación de los que están divididos. Superar las franjas o brechas que dividen. El problema radica en lo que origina la falta de conocimiento de las personas y por consiguiente la ausencia de amor. Este problema de incomunicación es un problema de educación.

La ausencia de amor produce unas diferencias inaceptables. La ceguera e insensibilidad del que se llena de lujos frente al que no tiene un pan para llevarse a la boca, o creer que las diferencias sociales se solucionan con programas benéficos y con dádivas al estilo de los fariseos que el Señor censura en los Evangelios porque “dan de lo que les sobra” y no son como la viuda pobre que “daba de lo que le faltaba para su propio sustento”

Es necesario conocer a la gente (no para defendernos) para poder amarlos y amarlos para poder conocerlos. Para valorar esas otras diferencias que sí son aceptables (modos de ser, gustos, opiniones).

Dar sin escatimar de acuerdo a la realidad
Cuando se ama de verdad uno no se contenta dando de lo que sobra. La exigencia de la generosidad es distinta y mucho más grande, implica dejar cosas y no temer a las posibles renuncias que puedan venir por esas manifestaciones reales de desprendimiento que son consecuencia del conocimiento de la realidad de las personas.

En el hombre se dan al mismo tiempo el conocimiento y el amor. Ambos crecen y se hacen crecer mutuamente. La verdad y el bien son las reglas para que el crecimiento sea correcto. No hay crecimiento real sin el amo0r al prójimo.

Los seres humanos, con nuestras limitaciones, fabricamos distintos tipos de distancias para guardar nuestra manera de ver la vida. Queremos fabricar un mundo como nos gusta y pretendemos que los demás nos pongan buena nota. Con ese modo de proceder es fácil quedarse en la superficialidad y no ver la realidad.

En los libros del colegio nos enseñaron las guerras y las conquistas, las gestas de nuestros héroes y su entrega por la Patria, pero no nos enseñaron cómo son las personas, cuáles eran sus ideales, sus situaciones; si los esquemas de esas vidas concordaban con la realidad, si sus metas eran para un verdadero desarrollo.

Formar y corregir con la educación
Hoy se pretende corregir con el diálogo lo que no se consiguió con la educación. Es un camino costoso y duro. Los diálogos que surgen después de las peleas o de la incomunicación suelen ser tensos y se hacen desde posturas cerradas donde reina la desconfianza. No es un diálogo de hermanos que se quieren y se conocen. Se hacen treguas que mantienen una “paz” cogida con hilos y bastante artificial.

La verdadera comunicación entre las personas no debe quedarse en la superficialidad de un diálogo de esa naturaleza. Es necesario que funcione la educación: que los padres enseñen a sus hijos y que los hijos aprendan de sus padres en una relación de amor. Que los maestros enseñen a sus alumnos el amor y la comprensión que deben tener con el prójimo.

Cuando los conflictos suben de tono se suele llamar a la Iglesia para que apacigüe los ánimos. A la Iglesia hay que buscarla antes de los incendios. No se trata de separar a los que se están peleándose para que no se hagan daño, se trata de unir a las personas para que se quieran más entre ellas.

La Iglesia predica la necesidad de los sacramentos para conseguir la comunicación, la unidad y el amor entre los seres humanos. Es cuestión de fe.

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