jueves, junio 04, 2009

Derecho Divino
LA INCLUSIÓN DE DIOS (en la vida de cada uno)

Últimamente en el mundo se organizan muchos eventos para impulsar la inclusión de las personas en los distintos grupos sociales. Se pone énfasis en el rechazo del racismo, (homofobia) y la tiranía, como errores del pasado que deben superarse, así como el machismo y el dogmatismo cultural; para dar paso a la igualdad de oportunidades, a la libertad de pensamiento y a la tolerancia con el prójimo.

Dentro de este contexto cultural de la modernidad se está cayendo en un error que podría traer consecuencias lamentables para muchos: la exclusión de Dios.

Al dueño del tiempo y al Señor de la historia se le quiere expulsar del mundo “como si fuera un intruso”(San Josemaría Escrivá). Se pide tolerancia para todos menos para Dios.

Algunos se irritan cuando se les habla de Dios, dan las espaldas y no quieren oír hablar de El. Son los que pueden haber caído en el pecado que no se perdona: el pecado contra el Espíritu Santo.

No basta la tolerancia
Dios exige que los hombres amen. Es lo que la Iglesia nos recuerda siempre, en todas las épocas: no dice “toleraos los unos a los otros” sino “amaos…”. El que se queda en la tolerancia se arriesga a no descubrir la grandeza de Dios y del hombre. Está como disminuido en su ser. Le falta algo muy importante para su propia felicidad.

El mismo Señor afirma contundentemente: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu fuerza, con toda tu mente y al prójimo como a ti mismo”

El que no ama a Dios, ni siquiera lo podrá tolerar, pasará al extremo de negarlo y rechazarlo. Incluso podría adquirir una fobia contra El que le convierte en enemigo. La causa es el pecado que no ha sido curado convenientemente. Es la malicia del ego, del amor propio que quiere aplastar a Dios porque lo considera molesto intereses o convicciones mezquinas. Es entonces cuando vuelve a repetirse la condena a Cristo: “¡crucifíquenlo!, ¡reo es de muerte!”


Los fariseos del siglo XXI
Los que se quedan en una tibia tolerancia son candidatos para caer en el nuevo fariseísmo de los tiempos actuales: cuidar la imagen, enseñando sólo lo que queremos que se vea. Muchos buscan acomodarse con la ley y no cumplirla con amor. Cuando el formalismo de la regla crece, el amor a Dios y a los demás disminuye.

El cumplir sin amor es una mentira que genera una desagradable hipocresía. Hoy, la hipocresía reinante, es el cáncer espiritual más grande de los tiempos actuales, donde campean sin salida las injusticias más sofisticadas, que están adornadas con muchos aparatos florales.



La Iglesia se dirige a los pecadores
Jesucristo y los que le siguen no se quedan en la tolerancia porque saben amar con un amor real.

Aman a los que se consideran enemigos, a los que atacan y no comprenden, a los que rechazan e insultan. Los buscan a ellos, aunque se resistan y no quieran, hasta que se den cuenta de su error, al sentirse cautivados por el amor.

El mal “se ahoga en abundancia de bien”. Los corazones limpios y llenos de amor ordenado son los que conquistan y convierten a los que están lejos por el pecado. Saulo de Tarso fue un perseguidor intolerante que se convirtió en el apóstol de las gentes.

Dios quiere “que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” . Esta es la voluntad de la Iglesia y no cesará de insistir en su misión apostólica, que es además un mandato de su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo.

El Papa Benedicto XVI ha querido que este año sea dedicado a la memoria de Juan Bautista María de Vianney, el Santo Cura de Ars, al cumplirse 150 años de su fallecimiento. Recordar al Cura de Ars es poner el reflector sobre un confesor que dedicaba horas a confesar a los fieles que acudían a él de los sitios más lejanos.

La Iglesia en el siglo XXI sigue buscando a los pecadores para que se arrepientan de sus pecados. Pone su amor en ellos para que se den cuenta que la solución de todos sus problemas puede estar en hacer una buena confesión, llena de sinceridad y arrepentimiento.

La Iglesia quiere derrotar al pecado que es el mal más grande y el que impide la inclusión de Dios en la propia vida. Hoy más que nunca la sociedad está necesitada de Dios. A cada persona le corresponde ser responsable de llevar y cuidar a Dios en su propia vida. La Santísima Trinidad puede inhabitar en nuestra alma si vivimos en gracia de Dios. Si hemos perdido la gracia por el pecado la Iglesia nos pone cerca a los sacerdotes que nos pueden perdonar, en nombre de Cristo, en el sacramento de la Confesión.
Agradecemos sus comentarios

No hay comentarios.: