jueves, marzo 22, 2012

Exigencias desatinadas

EL ORDEN CRUEL

A primera vista todo lo ordenado y reglamentado parece correcto y hasta estético, aunque con el tiempo podría descubrirse, en algunos casos, que no todo lo que brilla es oro.

Para muchas personas, y tal vez para las grandes mayorías, lo ordenado y lo legal es siempre lo correcto. Tendría que ser así de acuerdo a la lógica humana y a la moral, que regula la conducta del hombre. Sin embargo cuando el bien y lo bueno, no llegan con la aplicación de la ley, comienza a recorrerse un camino áspero donde aparecen dudas, sospechas, desilusiones y hasta decepciones.

Lo que no está bien no debería ser maquillado para que no se note. Ninguna ley debe respaldar lo incorrecto o inmoral. Con las trampas y las argucias, nada santas, que algunas veces se utilizan para salir de situaciones complicadas, solo se consigue que las personas que normalmente creen en la justicia y en la correcta aplicación de la ley, se vean obligadas a tomar decisiones forzadas: cerrar los ojos y seguir adelante, amparándose en lo legal, aunque sepan que no es lo correcto, o “levantar la liebre” protestando cuando se está aplicando una ley “mentirosa”, arbitraria o injusta.

La etiqueta de legalidad no garantiza que las acciones humanas sean buenas y correctas. En la práctica podemos observar la cantidad de acciones injustas que se cometen en nombre de la justicia, y los procedimientos de quienes, en vez de buscar la justicia y la verdad, acatando las normas como debería ser, buscan más bien escaparse de ellas para encontrar una “libertad” de acuerdo a sus intereses. No les importa mentir con tal de salir airosos y no tener que cumplir con determinados requisitos.

Cada día se hace más urgente descubrir, y ojala no sea muy tarde, los elementos distorsionadores que matan el espíritu de la ley y la limpieza de las actuaciones humanas: intenciones ocultas, manipulaciones para conseguir beneficios propios, robos sistemáticos consentidos, etc.

¿Qué es lo que realmente se busca?

Se dice que el papel lo aguanta todo y efectivamente es así. Los grandes proyectos lucen ordenados y estéticos. Todo está armoniosamente sustentado y de acuerdo a ley. Sin embargo es necesario ver siempre lo que hay en el fondo de las personas y lo que realmente quieren hacer. Es fácil que se termine haciendo lo que dicta el corazón, aunque se citen leyes, o reglamentos que “respeten” procedimientos y sistemas.

En principio no habría por qué dudar de las leyes y de los reglamentos dados, ni tampoco de los sistemas establecidos, porque en primera instancia es bueno admitir que están pensados para el bien de las personas, aunque siempre se pueda sugerir alguna modificación, que mejore la aplicación de esas disposiciones.

Está claro que nadie debe dar una ley para maltratar a otros y quitarles su libertad, a no ser que se trate de delincuentes o terroristas que deberían estar en la cárcel. Las leyes para los hombres, hacen libres a los hombres. El que aplica la ley debe estar amando a los demás y creando espacios de libertad. Ni el orden ni la ley deberían ser armas para atacar. Cuando se dice, utilizando un viejo refrán: “para el enemigo la ley y para el amigo la epiqueya” se quiere explicar cuál debe ser el espíritu de la ley para que sea usada con sentido común y uniendo siempre justicia con caridad. La epiqueya no lleva a la impunidad, no es una reducción de la ley sino la interpretación benigna que hace una persona ecuánime y sensata que realmente quiere a su prójimo y por lo tanto tiene en cuenta circunstancias que ayudan a comprender mejor a las personas, en distintas situaciones, antes de tomar las decisiones del caso.

El orden personal sin caridad se convierte en un enemigo

En los asuntos domésticos, o de ordinaria administración, podríamos encontrar personas que, de acuerdo a reglas fijas establecidas, se preocupan más por lo que hacen o no hacen los demás, sin preocuparse por los demás. Incluso algunos pueden creer que el amor a los demás sería hacer cumplir los reglamentos sin más. Una vida ordenada de exigencias podría ser cruel para el prójimo que se tiene al lado, cuando no se tiene en cuenta la valoración de las personas o sus padecimientos.

Nadie, en sus buenos cabales, actuaría con el sadismo de una crueldad despiadada, sin embargo cuando falta amor se podría estar creando, muchas veces sin advertencia, un malestar habitual en los que están más cerca. Esto suele ocurrir cuando se vive dentro de un aislamiento ordenado y perfeccionista. Quien está en “sus cosas” se molesta fácilmente con la gente que se le acerca. Le parece que no responden a sus requerimientos, que no entienden su situación, o que no están “cumpliendo” las reglas. Sus quejas son salidas de tono hirientes que, con el tiempo, generan antipatías y rechazos.

Una exigencia exagerada podría traer aneja una dureza habitual en los tratos y una tensión permanente en los ambientes del hogar y del trabajo. La gente huye de quien ha perdido el sentido habitual del trato fino y delicado.

Ser digno de admiración no es equivalente a ser querido. Se puede admirar y reconocer valores sin que exista un afecto personal. Quien produce irritación por sus modos está ocasionando, sin querer, rechazos a su persona, aunque sea un estricto cumplidor de la ley e intachable en su conducta.

Las exigencias despiadadas o exageradas, cuando pasan los años, suelen engendrar situaciones de violencia lamentables y penosas. Nadie quiere estar cerca de esas personas que son “correctas” pero poco humanas (con habituales desatinos, torpezas, exageraciones, durezas, gritos, mal humor, pesimismos, críticas, etc.).

El orden como consecuencia del amor

El orden no debe ser por el orden, ni la hora por la hora. La virtud de la puntualidad es amor a los demás. Se llega porque se ama. Es la alegría de llegar donde está el prójimo que se quiere (cuando se llega pronto a la casa) o es el firme propósito de no hacer esperar a nadie, (nos dolería hacer perder el tiempo a una persona). Cuando se transmite el amor se transmite el orden correcto. El orden sin amor termina siendo agresivo y creando distancias entre los seres humanos. Cuando se ama con orden se pasan mil cosas por alto y se crece, al mismo tiempo, en finura y en delicadeza, en el trato con los demás

Si el orden no es consecuencia del amor no existe la virtud como tal y la persona se desorienta por completo, no sabe ni de dónde viene ni a dónde va. Se pierde la brújula.

Algunos termina usando para el mal lo que está pensado para el bien y caen fácilmente en la corrupción: el hombre malicioso que se hace rodear de un “orden” que lo proteja para poder intervenir a su antojo abusando de los que no tienen protección. Son poderes adquiridos para dominar y tener la exclusividad en los manejos. Es la conquista de un liderazgo inmoral que daña a los seres humanos que son sometidos a esquemas diseñados por el “poder” del más fuerte, o la “ley de la selva”

Otros caen en situaciones de informalidad y sufren las consecuencias de esos desarreglos que llevan al caos. Pierden la seguridad de un orden que los proteja.

La Iglesia reza siempre para que las personas sepan encontrar el camino correcto y sean ejemplo de honradez y rectitud y a los que tienen responsabilidad de dirigir a otros les pide santidad. El orden querido por Dios se consigue con la ley del Amor a Dios, que es la caridad.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

Anónimo dijo...

El orden cruel engendra Tiranos, satrapas, regimenes totalitarios, regimenes policiacos, sostenidos en campañas psico-sociales de desinformacion y confusionistas, son sistemas de manipulacion para perpetuarse en el poder mediante el fin justifica los medios. Los regimenes orientados al bien comun se sustentan en los diez mandamientos.
ÁS