jueves, marzo 08, 2012

No todos los dolores son iguales

EL SANO DOLOR CRISTIANO

Si tenemos que escoger los pasajes más significativos de la vida de Jesucristo saldrían en primer lugar todos los que se refieren a la Pasión: la oración en el huerto, la flagelación, la coronación de espinas, el camino del vía crucis y la muerte en el Calvario. Allí se encierra el misterio de nuestra salvación y por lo tanto de la libertad definitiva.

Los dolores más significativos de los cristianos son consecuencia de la identificación con Cristo y de su doctrina que debe ser predicada para todo el mundo y para todas las épocas. Ésta tiene su punto neurálgico en la Pasión, muerte y Resurrección. Una vez, al año, durante la semana santa, se recuerdan estos momentos de gran trascendencia para toda la humanidad.

La pureza del dolor humano

De acuerdo a estos esquemas surgen dolores naturales en las personas cristianas que están amando como Dios las amó, o sea igual que Cristo. Es un modo de amar de gran calidad y categoría, que es saludado por todas las personas nobles. Quién no recuerda, por ejemplo, las lagrimas del Papa Juan Pablo II en el muro de las lamentaciones o al contemplar las favelas en Brasil.

Cualquier persona cristiana, de la edad que sea, sufre cuando los seres humanos lesionan la moral cristiana y tienen una vida desordenada. Así un niño de una familia cristiana, que vive protegido por la unión de sus padres en el hogar, -protección necesaria para todo ser humano-, sufre lo indecible cuando se entera que en alguna casa los papás se han peleado y por ese motivo se están separando; el sufrimiento es mucho más grande, y puede tener consecuencias perturbadoras, cuando se trata de sus propios padres.

Los papás que viven unidos en el amor de su propio matrimonio sufren tremendamente cuando se enteran, por sorpresa, que una hija ha quedado embarazada sin estar casada. La primera reacción es un dolor muy grande, después vendrían los “arreglos” y la comprensión para ayudar a la hija. Nadie aplaude un hecho así, aunque las cosas después puedan enderezarse.

Es grande el dolor de la esposa cuando se entera que su marido sacó los pies del plato y fue infiel con otra mujer. Y es más grande el dolor, de ella y de sus hijos, cuando el marido pretende “arreglar” las cosas de modo que se vea bien el tener dos mujeres y que no pasa nada. Todas las explicaciones que pueda dar, carecen de fundamento, chocan con lo sano y natural y si consigue que se le tolere, estaría poniendo un parche en heridas sangrantes que difícilmente cerrarán. Una situación así, nunca podrá ser algo loable y ejemplar.

También es enorme el dolor de un sacerdote cuando percibe en una persona apreciada, una ignorancia religiosa de consideración, y le duele mucho más cuando esa persona le porfía que puede vivir muy bien al margen de la moral cristiana. La ignorancia impide ver, sin embargo lo más doloroso es la falta de disposición para conocer la verdad: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

La cerrazón contra la doctrina moral es la terquedad más grave, que además está motivada por las fuerzas del mal. Las tentaciones son siempre trampas que esconden la verdad para que triunfe la mentira.

El sacerdote sufre al ver esta realidad porque ama a las personas y desea para ellas la felicidad en la tierra y después en el Cielo. Si no sufriera por estos motivos no tendría fe en la doctrina que habitualmente predica y entonces tampoco tendría sentido su sacerdocio. Un Cristo que no sufra no es Cristo y Cristo sufre lo indecible por amor a los demás.

Las paradojas de una sociedad sin brújula

Vivimos en una época donde se presentan al mismo tiempo situaciones adversas. Es como una moneda con dos caras, en una se dan las conversiones y en la otra las deserciones con respecto a la fe. Existen muchos movimientos nuevos a favor de la Iglesia con gente comprometida y llena de esperanza y al mismo tiempo aparecen y se multiplican los agnósticos y una legión de “liberales” atados por un relativismo que predica la autonomía de la conciencia, donde se esconde la verdad para sentirse “libres” de compromisos y más cómodos para pasarla bien, sin las exigencias de la religión.

El contraste también se da en los excesos de credulidad de los sincretismos populares, donde la magia se confunde con lo sobrenatural, y lo virtual o fantástico, con lo real.

El Papa Juan Pablo II decía que la sociedad entera estaba enferma y había que curarla. La curación de estos males vendría, como siempre, con la prédica de la doctrina verdadera, a través de los medios que están al alcance de todos en la época actual.

La Iglesia, que tiene la misión de predicar, no se cansará de insistir con la doctrina revelada para que el hombre se encuentre con la verdad y viva de acuerdo con ella.

Cualquier arreglo, cómodo, de algún cristiano que no entienda las exigencias de un modo de andar correcto, sería como edificar una casa en terreno falso, puede resistir una temporada pero luego se vendría abajo. Es necesario edificar sobre terreno firme para que la casa no se caiga.

El dolor del cristiano por las desviaciones morales de la época lleva constantemente al desagravio: “¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!” con la gran esperanza de saber que ¡con Dios se arregla todo!, como Dice el Papa Benedicto XVI.

Agradecemos sus comentarios

1 comentario:

Anónimo dijo...

La pandemia de oebesidad en occidente sobre todo en el primer mundo es uno de los tantos desordenes que vivimos. Para corregirlo se requiere reinventarse en habitos y costumbres, en otras palabras disciplina de vida, reconversion, es una de las luces ambar de que estamos errando.
ÁS