viernes, abril 17, 2009

El escándalo de la hipocresía
REPARA LA VIGA

Cuando en la Semana Santa la Iglesia nos recordaba que nuestros pecados llevaron a Jesucristo a la Cruz, muchos hombres se encontraban echándole la culpa a los demás de todos los males.

Los seres humanos tenemos la tendencia de juzgar exagerando las faltas ajenas y minimizando las nuestras. Nos cuesta mucho aprender la lección que nos da el Señor: “Antes de ver la paja en el ojo ajeno, recuerda la viga que hay en el tuyo”

Los pecados de los elegidos
El Señor no ha querido ocultarnos, en la misma Biblia, los pecados de los elegidos, para mostrarnos luego su perdón y su misericordia.

En el Antiguo Testamento vemos cómo Dios hacia alianzas con los hombres, pero sus elegidos eran incapaces de mantenerlas. “Dios da a Adán el dominio de la tierra, pero Adán le desobedece; salva a Noé del castigo del diluvio, pero Noé se emborracha y avergüenza su nombre; promete a Abraham una descendencia sin número, pero Abraham le fue infiel durmiendo y pecando con una egipcia; realiza maravillas a través de Moisés, pero éste duda de Dios… Hace rey a David, pero éste comete adulterio y un asesinato” (Scout Hahn, Comprometidos con Dios, Patmos, p. 133).

En el Nuevo Testamento vemos como Dios cuenta con los hombres llamando a los apóstoles como elegidos para continuar su obra. Ellos tampoco saben corresponder y le fallan constantemente. Solo Juan llegó a la Cruz. Judas lo traicionó, Tomás dudó, Pedro le negó tres veces.

Dios perdona y los hombres condenan
Si hubiéramos tenido oportunidad de juzgar a estos elegidos seguramente los hubiéramos condenado por las faltas objetivas que cometieron. Hubiéramos condenado también a muchos santos en la historia pasada y en el presente, como lo hicimos con Jesucristo.

Con nuestros modos de proceder queda demostrado es que el juicio del hombre es sumamente limitado y puede estar cargado de temores, resentimientos, deseos de venganza y odios. Nadie puede sentirse inmune de estas limitaciones, que todos los hombres tenemos. Tenemos el deber de aprender a perdonar para no fracasar con los demás, cuando nuestros propios juicios no nos dejan ver la realidad.

Las pruebas no determinan necesariamente la aplicación de la pena

El tener pruebas contra alguien no es tener la verdad de lo que se debe hacer. En la escena evangélica de la mujer sorprendida en adulterio habían pruebas y testigos. La ley por ese delito decía que había que aplicar la pena de lapidación. Según la jurisdicción de la época esa mujer debía ser lapidada. Le preguntaron a Jesús y respondió: “el que esté libre de pecado que lance la primera piedra” . Los evangelios nos cuentan que todos se retiraron y Jesús perdonó a la mujer adúltera.

Dios nos enseña a perdonar y a contar con los hombres pecadores. Jesús no destituyó a Pedro porque lo había negado tres veces, lo perdonó y contó con él dándole nuevamente toda su confianza, también perdonó a Pablo de sus persecuciones y matanzas.

Descalificaciones y destituciones
Los seres humanos, con nuestros juicios cuestionamos, castigamos y descalificamos (“no sirve”, “no vale”, “hay que expulsarlo”). Los amigos se traicionan y se rompen las amistades, muchas veces por el peso de las ambiciones personales y desde luego, por no saber perdonar.

También en los trabajos las diferencias pueden originar descalificaciones y destituciones. El que descalifica no quiere saber nada, da las espaldas, a veces de un modo violento y se retira.

Algunos no quieren encontrarse con el que los descalificó, otros guardan solo las formas, pero en el fondo no quieren saber nada. Suele haber un malestar entre el que descalifica y el descalificado. Y todo por falta de perdón. No un perdón de cumplido sino uno real y por falta también de aprecio y de estima reales.

Es necesario aprender a amar para saber perdonar

El que perdona es el que mejor situado está. Desde su sitio y con una gran comprensión se relacionará con los demás. Sus consejos, pronunciados con una gran delicadeza, son valorados por todos. Su amor a la verdad y su exigencia no producen resentimientos y distancias. Su seguimiento no es persecución, es amor. Su puntualidad no es formalidad, es querer estar en el mejor sitio. Su llegada produce alegría, “quédate con nosotros”.

El que ama a los demás encuentra en su corazón sitio para todos y sabe lo que le tiene que decir a cada uno para que sea feliz. Siempre se debe progresar en la ciencia del amor.

Si se pierde el amor, no solo hay ausencia de detalles, hay también injusticias que muchas veces son difíciles de captar. Cuando van creciendo producen aislamientos y distancias que son muy tristes y que pueden durar toda la vida. Lo que se siembra se cosecha.

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