miércoles, enero 29, 2014


La esencia del amor fraterno
LOS MÁS CERCANOS DEBEN SER HERMANOS
Uno no elige a sus hermanos, se los encuentra y los debe querer más que a los demás. No cabe elegir de otra manera apelando a la libertad. La libertad no se tiene necesariamente cuando se elige sino cuando se acierta. La decisión correcta es la que da libertad, aunque el hombre no la tome con total independencia, siempre es necesario el concurso de los otros para ser libres y conseguir colocarse en el camino de la felicidad.
La proximidad de las personas no es casual, como tampoco lo es el nacimiento o la pertenencia a una familia. El que nace es educado para que ame a los suyos, le guste o no le guste. Es libre cuando aprende a querer con orden, pierde la libertad cuando hay desorden en el amor. De aquí se desprende el amor a la familia y el amor a la patria que protege el cuarto mandamiento de la ley de Dios: “honrar padre y madre” es el amor a los orígenes y a la herencia que recibimos para poder amar y ser felices. Es el reconocimiento de lo que nos han dado los que nos quieren. 
Los hermanos que reciben de los padres los medios para realizarse y ser felices en la vida, deben quererse entre ellos y saber compartir su legado. La hermandad no es solo un vínculo de la sangre, es sobretodo un amor que se debe cultivar, que tiene todas las exigencias de un amor ordenado: sacrificio, entrega, servicio, alegría de tenerlo cerca: “¡que bueno que existas!, querer la diversidad de gustos y opiniones, ser solidarios.

La proximidad
La proximidad es un factor a tener en cuenta para la fraternidad. Si una familia con hijos decide adoptar a un niño y lo tienen en la casa, esa proximidad, que le hace compartir, crea lazos de fraternidad. El adoptado es tan hijo o tan hermano como los otros.
La enemistad entre hermanos se opone radicalmente a la fraternidad y genera heridas grandes en las personas. Los hermanos no deben ser enemigos, deben quererse y estar unidos. La unidad no es la uniformidad ni el comunismo. El amor fraternal es un respeto por la diversidad, que se aprecia mejor por la cercanía. Cuando se está cerca se puede conocer mejor y se conoce mucho cuando se quiere. Las personas están cerca para que las queramos.
En la casa se quiere al hermano con sus modos y diferencias. Es en el ambiente familiar donde se le quiere más. La casa es el mejor sitio para querer a los demás. El que huye de su casa y de su familia no sabe querer. El que dice que ama a los otros y no quiere a los suyos no sabe lo que es el amor. Todo amor es ordenado y por eso existe una ley del amor.
Antiguamente se llamaban hermanos los parientes cercanos, por ejemplo en tiempos de Jesús. Cuando hay cercanías sanas y buenas se le suele llamar hermano al amigo cercano y si hay diferencias de edad se suele hablar de tíos o tías de cariño.
El cariño es el que marca la voluntad de querer pertenecer a esa familia que se quiere. En el caso de la educación de los hijos, los padres son los que lo quieren y lo educan. Cuando faltan los padres biológicos, las personas que quieren y educan al niño se convierten en padres por el cariño que ponen en él y el hijo reconoce como padre al que lo ha querido de verdad. Aquí también se ve que la cercanía, el hecho de estar al lado tiene mucho que ver para el reconocimiento de la misión más importante que todas las personas tienen: querer a los demás empezando por los más próximos.
La familia, que es la célula básica de la sociedad, no se encierra en el núcleo familiar, para no salir de allí. El amor auténtico trasciende, se multiplica y se expande.

Los países vecinos deben ser hermanos
Los países cercanos deben ser hermanos. La cercanía o vecindad es una motivación natural para quererlos más. Tener como enemigo a un país vecino es contra natura. No tiene sentido. Cualquier divergencia o conflicto que surja entre los hermanos debe de arreglarse de inmediato. Cuando dos hermanos se pelean hay que separarlos y conseguir que se den las paces.
El perdón al hermano tiene mucha calidad y produce una unión llena de solidaridad. Se ha perdonado a alguien que es parte y con quien se comparte. Los límites entre los países, cuando cada uno quiere defender lo suyo, están jalonados más por el egoísmo que por la fraternidad. Es como si dos hermanos son muy celosos de lo que tienen y no permiten que el otro se acerque a sus cosas. El buen hermano es el que sabe compartir.
Para la proximidad no solo deben tenerse en cuenta las relaciones de oferta y demanda. Es loable ver que entre países cercanos hay buenas relaciones comerciales, sin embargo el Papa Benedicto  decía que las relaciones humanas no deben ser de oferta y demanda sino de fraternidad y gratuidad.
Cuando se aprende a querer y se quiere de verdad mejora la familia y toda la sociedad. Los países vecinos se llevarán bien no por las relaciones diplomáticas y comerciales sino por el amor que exista entre sus habitantes. En los corazones que aman no debe haber ni  una pizca de resentimiento y si se saca una bandera se está dispuesto a sacar también la bandera del otro país para que flameen juntas.

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jueves, enero 23, 2014


Romper esquemas obsoletos
¡QUIERO LÍO!
Con mucha fuerza el Papa Francisco exhorta a los jóvenes en Brasil para que se enfrenten a todo lo que sea mundano y recuperen el sentido cristiano de la sociedad. Los lanza a que vayan por delante y con valentía lleven a Cristo por todos los caminos.
“¡…quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos…!” (Papa Francisco, Brasil, 25 de julio de 2013).
San Josemaría Escrivá en las reuniones multitudinarias que tenía con los jóvenes los lanzaba a meterse por todos los ambientes:  ¿Allí donde están los intelectuales? Sí –respondía él mismo, allí donde están los intelectuales… y donde están los campesinos con sus manos cayosas… ¡sois Cristo que pasa sin hacer ascos!...” (S. Josemaría, Buenos Aires, 1974). Decía que había que poner a Cristo en la cima de todas las actividades humanas y que había que darle la vuelta al mundo como a un calcetín. 
El Beato Papa Juan Pablo II, que será canonizado este año, empujaba a miles y millones de jóvenes a llevar a Cristo por todos los continentes. “¡No tengáis miedo!”  decía con fuerza, ¡Abrid las puertas del Corazón de par en par a Jesucristo!... ¡Él es el camino, la Verdad y la Vida” (Juan Pablo II, 1985)

¿Por qué los Papas y los santos nos empujan a la calle?
Porque hay una temeraria pasividad o comodidad de muchos católicos que no hacen nada frente a situaciones de violencia e inmoralidad que están invadiendo el mundo y que afectan principalmente a los más jóvenes.
Muchos católicos se acostumbra a ver a chicos y chicas borrachos los fines de semana en las discotecas, o cuando van a las playas de campamento y llegan a sus casas al día siguiente después de una noche de juerga; y no dicen nada cuando algunos piensan que esos desarreglos son normales y que son etapas de la juventud por las que debe pasar.
Hoy se puede observar, en muchos hogares, que los chicos, que no tienen ninguna experiencia, exigen de sus padres los permisos para estar en “reuniones” con sus amigos, donde corre fácilmente el licor y la droga y de donde se desprenden ambientes fáciles para las relaciones sexuales. Un católico ¿se puede quedar parado y no hacer nada?
Cuando los accidentes se multiplican por efecto del licor y mueren fácilmente jóvenes que regresaban de una fiesta; ¿se puede decir que estaban en su derecho y que murieron en su propia ley? ¿eso debe continuar así? ¿se arregla con un chofer que no haya tomado?  Eso nadie se lo cree. Los accidentes continúan a la vista y paciencia de todos.
Estamos analizando situaciones reales del presente que claman al cielo, no estamos haciendo consideraciones religiosas. Pero acaso  ¿no es lógico que el católico que ama a Dios de verdad, intervenga, para que se eviten estas situaciones y esas muertes precoces?
Cuando se ve que aumenta la violencia en las calles y también en las casas,  y el número de muertes crece por culpa de personas desadaptadas, cuando las barras bravas se convierten en hordas de delincuentes, cuando los abortos se multiplican, o van naciendo hijos de madres solteras que vienen al mundo por violación de unos libertinos, cuando la familia se deteriora y muchos ya no tienen casa, los católicos ¿se pueden cruzar de brazos, cerrar los ojos a la realidad y no decir nada?
Cuando se ve claramente que hay corrupción en la política, en las autoridades, en algunos periodistas y en algunas empresas…. los católicos ¿ pueden quedarse callados y no intervenir?

¡Espero lío!
El Papa nos pide romper esquemas para que todos salgan a las calles, a resolver estos problemas y conseguir que la sociedad sea cristiana. Muchos católicos tienen miedo de cambiar de mentalidad, les parece que deben seguir como siempre, se contentan con lo que hacen sin darse cuenta que con esa actitud están poniendo dificultades para que todos salgan a la periferia.  Con su insensibilidad para esta misión hacen como el perro del hortelano, que ni comen ni deja comer.
La mentalidad del que quiere conservar un sistema obsoleto, es una cortedad del que ha perdido o está perdiendo el sentido sobrenatural y posee solo un “sentido común” antiguo, que no responde al presente. Un carro de los años 50 puede ser muy bello pero es peligroso que continúe circulando en la carretera.
“A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una perfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y se desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del evangelio”  (Papa Francisco, Evangelli gaudium, n. 40).
Si crece el amor a Dios en una persona su conducta es “como un río que se sale de madre”  (Mons. Álvaro del Portillo, 1987) e invade todos los campos para enriquecerlos. Para esto hay que dejar la comodidad y muchas cosas buenas que, en una misión de esta naturaleza, se convierten en estorbo.
La guerra la ganan los soldados cansados, que llegan sucios y rotos habiendo abandonado la mochila, los macutos, los binoculares, las armas…” (San Josemaría Escrivá, Catequesis en España, 1972).  Es el abandono de todo lo que resultaba pesado para estar ligeros. El que quiera salir hoy a la periferia debe abandonar muchas cosas para dedicarse totalmente a esa misión.
San Josemaría insistía en el carácter divino de la misión. Es Dios el que envía y hay que estar sometidos a su plan: “no somos personas que nos juntamos a otras para hacer una cosa buena, eso es mucho pero es poco, somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo”. No hay más que repasar los evangelios, allí está todo.
“Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre nueva” (Papa Francisco, Evangelli gaudium, n. 11)

Los evangelios traen desde la antigüedad la palabra de Dios y cuando se aplica todo se renueva. Ser fiel al evangelio es tener apertura para los cambios que se producen en las personas y en la sociedad,  a través del tiempo.
Del evangelio se desprenden innumerables caminos y toda una creatividad maravillosa que el Espíritu Santo suscita en los hombres. Nadie puede coger el evangelio, que es dinámico y trasformador, para convertirlo en una estructura monolítica y uniforme. La seguridad que otorga la Sagrada Escritura y la Iglesia no consiste en una “prudencia” que lleva al “quietismo” de la no intervención, sino en la “energía” y dinamismo que recibe el hombre para anunciar la palabra de Dios con audacia y valentía, a pesar de los contratiempos y con esperanza en la promesa de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt, 26)
San Josemaría jugaba con palabras para romper esquemas y transmitir criterios que a ojos humanos parecían locuras; con urgencia repetía que había que “ir de prisa, estar de vuelta y saber trigonometría” (San Josemaría Escrivá, carta a sus hijos, 1937). Era como decir: no pierdas el tiempo en objetividades, teorías, o reglamentos… cuando hay ¡mucho que hacer!, ¡cuando las almas nos están esperando!
Es lo mismo que ahora el Papa Francisco apuntala con gran acierto.
“más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ´dadles vosotros de comer´” (Mc 6,37), (Francisco, op cit. n. 49).
Es hora de dejar de lado esos mecanismos, formalidades o sistemas, que tienen como finalidad ejercer un control sobre otros tratando de buscar un rendimiento más efectivo. Ahora importan las almas con sus particularidades. La cabeza de todos debe estar en las almas que están esperando la mano del apóstol, o misionero, como le gusta decir al Papa, para que lo acerque a Jesucristo que lo está esperando.

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jueves, enero 09, 2014


La pinta es lo de menos
FACHADAS HUMANAS

Todavía hay gente que cree que una persona bien plantada, de buen aspecto y de buena pinta posee automáticamente una categoría humana de buen nivel. Después, cuando pasa el tiempo, podrían sentirse defraudados al ver que esas personas no eran tan valiosas como pensaban.

Es cierto que para algunas profesiones la pinta puede tener su importancia, un cantante o una estrella de cine por ejemplo, pero la experiencia hace ver, que incluso en esos campos la pinta es lo de menos, siempre terminará imponiéndose la calidad personal. Hoy, por ejemplo, existen en el cine grandes actores sin pinta de galán. Es más ahora, que tanto se habla de evitar la discriminación y favorecer la inclusión, nos encontramos en los ambientes artísticos y deportivos, unas pintas nada favorecidas desde el punto de vista estético, como está ocurriendo con muchos futbolistas, salvo contadas excepciones.

La buena pinta y el buen aspecto, pueden darle al agraciado una entrada fácil de aceptación rápida. El que tiene que escoger podría quedar seducido por la apariencia externa y a la hora de elegir entre varios, el pintón podría llevar ventaja. Es natural que así sea, aunque la responsabilidad le llamaría al ser justo y honrado para tener en cuenta todos factores que deben incluirse en la elección. A pesar de esta advertencia, todavía existen en el mundo personas que eligen fundamentalmente por la pinta, prefieren un gringo de ojos azules que un moreno, o un extranjero blanquiñoso que un cholito de la sierra.


La pinta y las clases sociales

En los países hispanoamericanos la pinta todavía está asociada al status o nivel social de las familias. Aunque esto ya está cambiando en muchos lugares, la pinta sigue siendo un indicador del nivel de cultura y de solvencia económica de una persona. Lamentablemente existen todavía mentalidades discriminadoras con fuertes rechazos, indiferencias y hasta maltratos para los que no son de su "nivel" económico, aunque en los discursos sociales saquen la bandera de la inclusión.

La discriminación racial está arraigada en las mentalidades de los que no les gusta juntarse o frecuentar ambientes que pertenecen a otro nivel social. Pasa con los ricos y con los pobres. A los ricos les encanta la exclusividad, organizan sus ambientes con personas de su mismo status y no permiten que personas de un nivel social "más bajo" estén presentes en sus reuniones. Antes de asistir averiguan bien quiénes son los invitados para ver si van o no.

Las personas que viven en los barrios marginales, y no pueden tener acceso a los de las clases pudientes, suelen generar, debido a un penoso complejo de inferioridad, un gran resentimiento social, que llena sus corazones con desprecios y odios contra los "ricos" o los "gringos", como ellos dicen; no son pocos los que viven toda su vida con esos prejuicios sin que nadie les haga ver esa distorsión que los perjudica.

Todavía queda mucho camino por recorrer para llegar a eliminar de la sociedad los atrasos de las personas enquistadas en sus núcleos sociales elitistas, de las clases altas o bajas. La Iglesia intenta, con muchos esfuerzos, lograr los acercamientos adecuados que enriquezcan a los seres humanos y a la sociedad en general. A la larga solo lograrían acercarse quienes se liberen de los prejuicios enquistados en sus mentes, de tal modo que sus opiniones no se conviertan en una suerte de dogma con una calificación peyorativa contra los que no piensan igual.

Las discriminaciones más fuertes provienen de los que promueven ideologías políticas extremistas y de sus seguidores. El consenso de criterios fundamentalistas crea en ellos una mentalidad voluntarista, que es un querer forzado y caprichoso a favor de sus posturas; suelen proceder con una notoria terquedad y torpeza en los modos de defenderse, sin tener el menor escrúpulo para llamar a sus adversarios: ladrones, corruptos o asesinos.

Este tipo de mentalidad existe en ambientes donde hay muy poca formación y bastante ignorancia. Los criterios democráticos vigentes que favorecen el voto de las grandes mayorías, están dando pase a la oclocracia (el gobierno de los peores), ya no se trata de la pinta, o de familias aristocráticas, ahora cualquier líder pintoresco puede aparecer en cualquier momento y proceder de los lugares más extraños, para jugar con la ignorancia de las grandes mayorías y conseguir gobernar todo un país. Es lo que está sucediendo en varias naciones sudamericanas.


Los caudillos y las virtudes humanas

Al margen de las clases sociales encontramos ahora una gama variadísima de líderes que aparecen y destacan entre las multitudes. Hace un lustro los líderes solían salir de las clases pudientes, hoy en cambio, surgen de los barrios marginales. Son personas que han ido luchando, desde abajo, para tener algún protagonismo. Algunos son exóticos y pintorescos porque buscan llamar la atención con alguna originalidad, usando atuendos convenientes para atraer a las mayorías. En estos casos también tendríamos que afirmar rotundamente que la pinta es lo de menos.


Es verdad que con una personalidad fuerte se puede tener cierta facilidad para un liderazgo. El aspecto de caudillo o la voz de mando pueden impactar a los seguidores. Pero es importante aclarar que esas cualidades innatas, no son necesariamente virtudes humanas. Algunos confunden las virtudes humanas con los aspectos externos que reflejan la modalidad de un liderazgo.

Las virtudes humanas son consecuencia del esfuerzo del que ha sido dócil en su formación y ha sabido luchar para adquirirlas. El que las posee suele tener un trato amable y delicado con las personas. Una persona con virtudes trata bien a todos. En cambio el simpático que suele caer bien, o el que ha logrado una especialización diplomática para las relaciones humanas, si no desarrolla sus propias virtudes, que deben estar al servicio de los demás, va a sufrir las consecuencias de esa limitación: cansancio y abandono; a la larga se quedará sólo y alejado de los demás, aunque sea muy culto.

Todas las personas están llamadas a ser educadas para luchar y adquirir esas virtudes desde la infancia, siempre con el esfuerzo individual que es necesario para desarrollar las pontencialidades que se encuentran en la misma naturaleza, que son las que permiten que la persona ame a su prójimo de un modo natural y sincero.


No basta con poseer ciertas capacidades innatas, todos deben luchar para lograr el desarrollo de las propias virtudes, de tal modo que las capacidades encuentren el cauce adecuado para acertar en la vida y poder cumplir con el rol establecido. El que no lucha pone en peligro su estabilidad como persona y sufrirá las consecuencias de un deterioro que puede perjudicar a terceros.


El apoyo al más débil. (Cuando la pinta no ayuda)

Un taxista de un Tico al ver a lo lejos un posible cliente, aceleró todo lo que pudo y metiéndose entré los carros con gran habilidad, le quiso ganar al semáforo que ponía luz roja y se lanzó a cruzar la avenida con tan mala suerte que se le fue encima una 4 x 4 que tenía luz verde y estaba en su pleno derecho.
Sacaron al chofer del Tico entre los fierros retorcidos, sólo había sufrido una torcedura y algunos cortes. El chofer de la 4 x 4 indignado empezó a gritarle al taxista con todos los improperios que encontró. El ruido producido por el impacto atrajo a una serie de curiosos que llegaron después del choque para ver el siguiente cuadro: La 4 x 4 con un chofer de buen aspecto, bien plantado, pero indignado que maltrataba al taxista que era bajito, timorato y de aspecto muy humilde. A la camioneta se le había roto el faro y tenía el motor un podo hundido y el Tico estaba totalmente destrozado.
Los curiosos, como suele suceder en estos casos, se ponen a mirar sin intervenir en el lío, pero entre ellos empiezan a comentar sobre la agresividad de la camioneta y su dueño contra el "pobre" taxista que lo había perdido todo. En pocos minutos todos estaban a favor del taxista, las maniobras imprudentes y la luz roja ya no importaban. La mayoría esperaba que al chofer pituco de la camioneta le caiga una gran sanción y lo pague todo.

Aunque el culpable del accidente fue el taxista estamos ante un caso donde el consenso colectivo voluntarista voltea la realidad para que todo el mundo piense según el parecer de ellos. La fuerza del resentimiento les crea una fuerte certeza subjetiva que los une en un consenso injusto. Muchas veces el poder mediático crea situaciones manipulando la realidad y las grandes mayorías que son seguidores de esos medios caen como corderitos para convertirse en defensores de la mentira.

Lamentablemente la sociedad está llena de fachadas humanas. Los hombres han encontrado todo tipo de disfraces para presentarse y sacar partido para ellos. Hoy se requiere un conocimiento mejor de las personas y la honradez para seleccionar a los mejores en los diversos campos del quehacer humano.

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jueves, enero 02, 2014


Acostumbramientos equivocados
LA AUTOINCLUSIÓN PERSONAL
Mientras el consenso social mundial reclama la inclusión de todas las personas en las diversas estructuras sociales, el Papa Francisco impulsa la participación de todos para vivir de acuerdo con el espíritu del evangelio, que es trasmitir el amor al prójimo que se debe cultivar en el corazón y que  asemeja a Jesucristo.
El Santo Padre advierte del gravísimo peligro de acostumbrase a vivir como funcionarios teóricos de sistemas y organizaciones sin que el corazón esté amando a las personas concretas con sus circunstancias particulares.
La época actual, con sus peligros e inseguridades, ha replegado a muchas personas a vivir “retiradas” de los quehaceres sociales para no salir “heridas” por los ataques de una sociedad agresiva, y prefieren, dadas las circunstancias, tener un “perfil bajo” o vivir con la “política de la no intervención”; incluso algunos aconsejan como prudente  autoexcluirse personalmente. Otros, justifican su postura de no intervenir, criticando a los que intervienen como oportunistas o gente que solo busca el protagonismo personal.

El impulso del Santo Padre
En contraste, el Papa Francisco anima a los jóvenes cristianos para que no se queden y sean ellos los protagonistas de la historia, que “hagan lío” saliendo de una “falsa comodidad” que los apoltrona y los vuelve almidonados y egoístas.  Les propone ser valientes e intervenir sin dilaciones ni falsas prudencias.
La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás».4  (Evangelii Gaudium n. 10)

Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión».5  (Evangelii Gaudium n.10).

Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».6   (Evangelii Gaudium n. 10).




Intervenir es darse al plan previsto por Dios

Decía un viejo escritor de la literatura hindú: “la vida se nos da y la merecemos dándola” (R. Tagore). Ninguna persona ha venido al mundo para construir su propia gloria o para encerrarse en los muros de un egoísmo cómodo, con justificaciones teóricas que no convencen a quien sabe lo que es el amor.

Dar la vida es estar dispuesto a cumplir con una misión que existe, porque la hemos recibido de un ser supremo. Es darse a un plan que tiene que ver directamente con el amor al prójimo y que procede de una voluntad superior que también se dirige con amor. El modelo y el camino es Jesucristo. El espíritu es el del evangelio.


La auténtica alegría es la transmisión de la verdad

La transmisión de espíritu se da con alegría y buen humor. Es el signo más claro de autenticidad. El Papa dice que el cristiano no debe tener cara de funeral, tampoco es alguien rígido y duro que señala unas exigencias sin más. Esos modos desalmados de proceder, que se han dado en algunos casos, deben ser corregidos porque producen efectos contrarios y alejan a las personas del camino de la verdad.

San Josemaría Escrivá, un hombre enamorado de Dios que predicaba con una alegría desbordante en un mundo lleno de contradicciones y persecuciones, dejó escrito en un punto de Camino: “Caras largas… modales bruscos…, facha ridícula..., aire antipático: ¿así esperas animar a los demás a seguir a Cristo” (Camino n. 661).

El Papa Francisco pide coherencia de vida y transmisión. La vida del amor a Dios debe fluir franca y espontánea de un corazón enamorado. “El bien es de por sí difusivo” decía Santo Tomás de Aquino y la Sagrada Escritura apuntala: “De la abundancia del corazón habla la boca”  El Papa pide entregar la sustancia con un lenguaje que llegue de verdad a la gente, porque muchas veces resulta que:

“escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles a verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una formulación, pero no entregamos la substancia. Ése es el riesgo más grave”.  (Evangelii Gaudiun n. 41)

Es fácil ser fiel a una formulación, a unos sistemas, a unas costumbres, o a programas establecidos por alguna organización y no ser fieles a la vida que Dios nos pide en relación a los demás. Hoy falta el buen samaritano y sobran los que viven de un modo social cumpliendo con unos procedimientos lejanos a las personas.

Hace muchos años una persona le preguntó a san Josemaría qué oratorio le gustaba más. Le contestó de inmediato: “¡la calle!”  haciéndole ver a esa persona que tenía que salir y no quedarse encerrado porque las almas lo estaban esperando en la calle. Para salir hay que estás dispuestos a cambiar costumbres o modos de proceder. El Papa Francisco anima a romper lo que haga falta para que los acostumbramientos no se conviertan en rémora:

En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas.  (Evangelii Gaudium n 43).

Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son poquísimos».47 Citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre».48 Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad.
Debería ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos. (Evangelii Gaudium n. 43).

Ahora, al empezar un nuevo año, la disposición de cambiar es fundamental para seguir por el camino que el Papa Francisco nos aconseja. El Santo Padre ve que muchas cosas deben cambiar, por eso lo advierte. No podríamos seguir viviendo como si todo fuera igual, el Papa es el Vicario de Cristo y es el que conduce a los fieles por el camino adecuado.

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jueves, diciembre 26, 2013


Espaldarazo mundial al Espíritu Santo
EL HOMBRE DEL AÑO

El Papa Francisco ha sido elegido el hombre del año, no sólo por distintas  revistas y medios de comunicación de gran prestigio en el mundo, sino por la voluntad de millones de personas que están de acuerdo en otorgarle al Santo Padre esta designación o título mundial de reconocimiento por los méritos alcanzados.

Gente de todos los colores, ideologías, religiones y modos diversísimos de ser, dan su aprobación, porque les parece, en un consenso tácito y colectivo, y movidos por distintos criterios, que el hombre del año debe ser el que los ha removido hasta las entrañas en los temas esenciales de la vida, que además  los transmite con una facilidad admirable: el ejemplo y la coherencia de una vida cristiana.

Siguiendo a Jesucristo, según el espíritu genuino de los evangelios, va por delante abriendo camino con una sonrisa franca y sincera, sin temores ni rencillas, y sin que las investiduras se lo impidan,  para predicar, a tiempo y a destiempo, la misericordia y la comprensión que Dios tiene con todos los hombres, para rescatar a los que se han alejado, haciéndoles ver que la Iglesia es su casa.

Repite una y otra vez, que los pobres y los más necesitados, tienen prioridad, cita los textos bíblicos, la doctrina de la Iglesia y se aleja del marxismo y de las ideologías de odio y violencia, que todavía persisten en el mundo de la politiquería mundial.

Estamos observando que con el Papa Francisco hay, por encima de criterios doctrinales, filosóficos o teológicos, una verdad aceptada por todos, que sale de un hombre que convence y persuade, porque es de la Iglesia y quiere a la Iglesia con pasión.

Es la misma Iglesia que fundó Cristo y el Papa, que es el Vicario de Cristo, es fiel al legado que Jesús dejó en la Iglesia para transmitirlo a todos.  El espíritu del evangelio lo vive quien sabe difundirlo para todos, con el ejemplo de una conducta cristiana.

Jorge Mario Bergoglio fue un hombre que no quiso ser protagonista, siempre rechazó el boato y la ambición de poder, nunca se movió por el dinero ni por intereses partidarios, buscó ayudar al que lo necesitaba, le dio la mano al enemigo dejando de lado rivalidades y peleas, habló claro para advertir y aconsejar con un sentido común preciso y contundente, y en muchas ocasiones procuró reformar los corazones humanos, para que los hombres sean mejores personas.
¿A qué se debe o a quién se deben estás condiciones que encontramos en un hombre? ¿Será sólo, como dirían algunos, por ser el Papa? o ¿hay algo más? Empecemos por dar respuesta a estas preguntas con las palabras del mismo Pontífice cuando se dirigía a los cardenales y obispos el Brasil: "Ya se puede ser Papa, cardenal, obispo o sacerdote, si no se es santo, no sirve para nada"

¿Qué es ser santo?
Hoy es importante aclarar bien en qué consiste la santidad y a qué se está refiriendo el Papa cuando dice: sí no se es santo no sirve para nada. Estas palabras recuerdan a San Pablo cuando decía en la carta a los Corintios que si no había Caridad no había nada: "ya podría tener el don de la predicación y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover montañas, si no tengo amor no soy nada”.

Estas palabras del apóstol de las gentes son muy útiles para aproximarnos a las consideraciones que queremos hacer en este artículo y aclarar el concepto de santidad que está bastante confundido en el mundo.

Está claro que el papa Francisco no será santo por ser nombrado el hombre del año, tampoco por el consenso colectivo de las mayorías, mucho menos por el protagonismo de una coyuntura al ser elegido Papa de un modo sorpresivo, tampoco por ser sudamericano o por tener habilidad para llegar a la gente.

Evidentemente todas las cualidades obedecen a algo que se es y que se tiene como propio, pero cuando escuchamos que él mismo dice que es un pecador y que necesita confesarse por lo menos cada 15 días, se está refiriendo a una realidad de su ser, y nos está haciendo ver que un santo no es un ser impecable y sin defectos.

El Papa reconoce sus debilidades y miserias y al mismo tiempo reconoce el poder de un Redentor, es por eso que ese hombre, elegido el hombre del año, acude a quien lo puede ayudar de verdad a ser santo y quiere ser santo porque se lo ha pedido Dios, para que pueda cumplir con el papel o la misión que el mismo Dios le ha dado en la tierra y que ahora millones aplaudimos.

Los santos y los santones

Es bueno establecer las diferencias para aclarar los conceptos. Al santón lo eligen los hombres porque destacó en algo que fue beneficioso para los hombres, el santo en cambio es el que corresponde a un querer de Dios y procura parecerse al modelo de santidad que Dios envió al mundo: Jesucristo.

Los santones no son necesariamente seguidores de Cristo, el santo sí. El mundo está lleno de santones elegidos por consensos colectivos y con unos seguidores que lo veneran con gran sentimiento y unción, sin que importe mucho si la hoja de ruta personal sigue o no los criterios de vida y las virtudes señaladas por Cristo para todos los hombres.

Hace años existían unas revistas que distinguían las vidas ilustres de las ejemplares. La primeras resaltaban los méritos de los héroes, los científicos, los  literatos, los deportistas o los artistas de mayor fama y prestigio. Las segundas, la vida de los santos: una conducta moral intachable con virtudes cristianas vividas de modo heroico.

Ojo que la santidad no es exclusividad para una sola persona o para una elite determinada, es para todos los hombres y el mérito está en saber corresponder a lo que Dios le da. Eso es lo que pide el Papa procurando ir por delante en esa lucha.

En el umbral de un nuevo año las palabras claras y contundentes del Papa Francisco, señalan el camino a seguir para hacer un mundo más humano y limpio, donde las personas se quieran de verdad.

¡Feliz Año 2014!

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jueves, diciembre 19, 2013


Los signos cristianos en el hogar
LAS CRUCES, LOS NACIMIENTOS Y EL TELEVISOR

El cuarto de mi abuelo parecía una capilla conventual, frente a su cama había colocado una urna con la estatua del corazón de Jesús y muchas estampas pequeñas al lado, que serían las que le iban dando y él las dejaba allí para rezar de vez en cuando con ellas; más arriba, colgado en la pared, lucía un hermoso cuadro de la Virgen María, del arte colonial cuzqueño y en el otro extremo de la habitación, cerca de un escritorio pequeño y encima de una mesita, descansaba, en una peana circular, un crucifijo negro y vistoso, que invitaba a la piedad.

Él era contralmirante de la marina de guerra del Perú, padre de una familia numerosa y un devoto caballero cristiano, de Misa dominical y comunión frecuente. En sus últimos años formó parte de la orden de los Caballeros de Colón.

Así cómo mi abuelo, muchos limeños, de principios del siglo XX, tenían en sus dormitorios objetos religiosos que motivaban la piedad: un cuadro de la Virgen o de algún santo, la fotografía del Papa actual, un crucifijo o el rosario en la mesa de noche y los que habían recibido de Roma, por algún aniversario, la bendición papal, la lucían en un cuadro, que también estaba colocado en algún lugar al alcance de la vista.

No sólo el dormitorio estaba decorado de ese modo, también en la sala y en los pasillos aparecía alguna medalla, un relicario, la estatuilla de algún santo, o una vela votiva; todo lo que hiciera falta para conseguir que los miembros de la familia se sintieran protegidos por la divina providencia.

Esta tradición pasó a la generación siguiente. Mis padres y los papás de mis amigos procuraban igualmente para sus hogares, una decoración cristiana: crucifijos en los cuartos, el cuadro de la última cena en el comedor, la palma de olivo, que se recogía de la parroquia el domingo de Ramos, colocada en algún lugar visible y por supuesto en la Navidad no podía faltar el nacimiento en el mejor lugar de la casa. Las fiestas y las celebraciones cristianas se vivían con mucho entusiasmo y en un clima familiar de unidad y libertad.

Nadie se sentía coaccionado con esas manifestaciones y celebraciones cristianas, era normal y natural vivir las fiestas del catolicismo juntos y en familia, sintiéndonos protegidos por las imágenes que habían en nuestros hogares. Recuerdo que me daba mucha tranquilidad, cada vez que salía de mi casa, ver que la puerta estaba resguardada con la estampa de un santo, para que los ladrones no entraran. No habían rejas ni cerco eléctrico, sólo había una estampa vieja y gastada. Que yo recuerde nunca hubo un robo.

Eran también gratísimos los días cercanos a la Navidad cuando sacábamos las cajas para armar el nacimiento. Cada año había una novedad, alguna pieza nueva, un misterio más grande, una mejor iluminación, otra estrella, un corderito más, un cerro más alto... Todo contribuía para vivir con paz y alegría esos días inolvidables de intensa unidad familiar.

La presencia de la piedad cristiana en los papás
Esas manifestaciones de fe, de tradición hogareña, eran sencillas y discretas, nadie las veía como una imposición. Nuestros padres expresaban sus convicciones religiosas de un modo natural y todos vivíamos las fiestas y los acontecimientos religiosos con cariño, respeto y alegría.

Recuerdo, como si fuera hoy, cuando fui con mis padres a un congreso eucarístico celebrado en Lima, yo tenía solo 6 años, me impresionó gratamente la piedad de la gente y ver rezar a mi mamá con mucha devoción. Ella, que era muy piadosa, en octubre se ponía el hábito del Señor de los milagros, a nosotros nos parecía natural, como si fuera algo propio de todas las mamás, pensábamos que ella era muy buena rezando y haciéndonos rezar, además a todos en la casa nos gustaba ver la procesión cada año y comentábamos nuestros asombros con mucho respeto y veneración. Nunca nos sentimos forzados, al contrario, vivíamos felices sin que existieran alternativas distintas; tampoco, gracias a Dios, oíamos cuestionamientos a esas costumbres que se repetían anualmente.

La libertad en los ambientes cristianos
Cuando era niño me enteré que algunas familias tenían, para envidia nuestra, una capilla en su casa, ¡una Iglesia dentro de una casa!, ¡me parecía grandioso! A esas edades pensaba, de un modo natural, que todos deseaban el privilegio de tener una capilla en su propia casa. No es raro encontrar todavía en alguna casona limeña un lugar destinado a la capilla.

En los colegios la tradición de la casa continuaba: el crucifijo o un cuadro del corazón de Jesús o de la Virgen lucían en la pared del aula, junto a las fotografías de los héroes nacionales y al lado de los mapas y las laminas de biología y botánica que estaban al costado de la pizarra.

Las fiestas cristianas también se celebraban por todo lo alto, al menos en los colegios religiosos, aunque también en los estatales, por ejemplo en mi colegio, para el Corpus Christi, los niños colaborábamos en la preparación de los altares y de las alfombras de flores y aserrín, y esperábamos el momento emocionante de la procesión para ver pasar al Señor bajo palio, presente en la Custodia, que llevaba el sacerdote de un altar al otro hasta que volvía al Sagrario. Empleábamos toda una mañana entré la preparación, la santa Misa y la procesión, al final terminábamos exhaustos y hambrientos, porque para comulgar había que ayunar desde el día anterior. Nunca protestamos, además al final de la mañana todo era compensado con un potente desayuno: chocolate líquido, un chancay doble y un sublime grande; con esa ración todos quedábamos felices y nadie se quejaba. Recuerdo que para esas fiestas todos comulgábamos. Los sacerdotes se habían encargado antes de confesarnos. Así era nuestra libertad, participando en una tradición cristiana que nos envolvía y nos hacía muy felices. Hoy recordamos esos momentos con nostalgia.

La llegada del televisor a las casas
No hace mucho un conocido mío, muy buena gente, me enseñó su nuevo departamento. Se iba a mudar allí con su esposa y sus cuatros hijos. El edificio moderno tenía cerca de 20 pisos, el ascensor llegaba hasta el living que estaba decorado con pinturas abstractas de diversos colores, que hacían juego con los sillones, que estaban colocados frente a unos enormes ventanales que daban a un gigantesco parque. La vista era muy hermosa. La terraza junto al living y al bar se usaba como comedor, en el verano corriendo unas persianas quedaba al aire libre, la cocina en cambio era pequeña, ocupaba un rincón al lado del lavadero y de la puerta falsa. En cada uno de los cinco dormitorios había un enorme televisor de pantalla plana, adosado a la pared frente a la cama, y en las paredes la decoración variaba, los papás tenían unos cuadros de caballos y los chicos pósters de diversos cantantes y de corredores de autos. En la casa no habían crucifijos, ni cuadros de la Virgen, tampoco tenían el nacimiento para la Navidad.

Después de ver todo eso sentí una profunda tristeza, que tuve que disimular, porque mi amigo estaba orgulloso y contento de la nueva casa que había conseguido para su familia, no era el momento para decirle que faltaba en la decoración alguna imagen que recordara que Dios está presente en la vida de todos y especialmente en la familia y que quitara los televisores de los dormitorios para que los que vivan allí no corran el peligro de perder su libertad, como ya ha pasado en varios casos. Aunque las decisiones dependen de cada uno siempre es bueno que nos ayuden a tomarlas correctamente, (sobre todo en la casa), porque no siempre estamos en condiciones de tomar una buena decisión. Es de sentido común. Pero en este caso, mis consejos los tuve que guardar para otra oportunidad, aunque veo que va a ser difícil que entienda. En esta época de relativismo son pocos los que entienden lo que es la auténtica libertad.

Además cuando llegué a mi casa me puse a pensar, recordando lo que ocurrió en muchos hogares desde que el televisor entró, primero al líving y después a los dormitorios. El televisor es indudablemente un gran invento, se podría hacer mucho bien a través de una buena programación. Pero, ¿Qué fue lo que ocurrió en los hogares desde que llegó el televisor? En muchas casas se perdió la tradición cristiana, en la medida en que el televisor ingresaba con más aplomo, los objetos de culto empezaron a salir o se convirtieron sólo en elementos para la decoración y no para la piedad, después, la vida familiar se deterioró, ya no se conversaba en casa porque todos estaban ocupados viendo sus programas preferidos. La vida de familia fue desapareciendo poco a poco de muchos hogares, con las excepciones del caso.

Que pena que los familiares de mi amigo no se encuentren en la propia casa con una imagen de la Virgen para poder verla y decirle algunos piropos o para sentirse protegidos por su admirable maternidad, o que no pudieran en el dormitorio contemplar a Jesucristo en la Cruz que se entregó por nosotros y luego nos invitó a seguirle, para que seamos libres y felices en la tierra y luego poder conquistar la eterna felicidad del Cielo. Que pena que los hijos de mi amigo no puedan sacar cada año las cajas donde se guarda el nacimiento para armar el Belén, con ilusión, cada Navidad. Cuantas cosas maravillosas, que son un verdadero tesoro se están perdiendo, cuando se quitan de la casa los tesoros de nuestra religión.

Yo me pregunto ¿hay ahora más libertad? cuando se ve a la gente aislada, apurada, metidas en sus propios mundos, donde cada uno quiere ir por su cuenta. Cuando se ve que algunos ni se hablan, y otros están peleados, otros no aguantan y se mandan mudar, ¿son acaso más libres? Encerrarse sólo a ver televisión en el propio cuarto ¿es ser libre?. ¿Se puede ser feliz así? ¿no se está perdiendo la comunicación familiar?

¿No habremos ido al revés? Me parece que las cosas hay que arreglarlas; ahora todo el mundo dice que la familia está en crisis. La crisis no consiste sólo en los odios y rencilla que llevan a la violencia familiar, también se puede decir que hay crisis cuando en la casa existe complicidad para el egoísmo, la frivolidad y la pereza, cuando se cambia la disciplina por el permisivismo y cada uno se encierra, con sus engreimientos en su propia individualidad. Estas crisis si no se combaten son como un cáncer que destroza los hogares y deja a las personas en una triste soledad.

No se puede vivir sin Dios en ninguna parte
San Josemaría Escrivá decía que "se ha expulsado a Dios de la sociedad como si fuera un intruso" y que hoy "mucha gente vive como sí Dios no existiera". Si han expulsado a Dios de la sociedad, es porque antes lo han expulsado de la casa y si lo han expulsado de la casa, es porque antes lo expulsaron del propio corazón.

El papa Benedicto XVI decía que lo que hace falta en la sociedad es Dios, "con Él no se pierde nada, se gana todo" y el papa Francisco pedía a los jóvenes en Brasil: "allí donde no hay fe, ¡pon fe! y tu vida tendrá un sabor nuevo" Seamos sinceros y volvamos a meter a Dios en nuestros corazones, para que esté en nuestras casas y la sociedad se vuelva nuevamente cristiana.
Cuando nos encontramos en el umbral de la Navidad no está demás repetir que: No hay Navidad sin Jesús. Tampoco tiene sentido una casa, un hogar, sin la presencia de Dios. Para que Dios esté dentro de las casas debe estar antes en los corazones de las personas. Solo así puede encontrar el hombre su verdadera libertad y la consiguiente felicidad.

A todos mis amigos en estas fiestas de Navidad les propongo: ¡Pongan a Dios en sus corazones para que lo tengan en casa con toda la familia!
Con el calor de Jesús, María y José, que tengan una ¡Feliz Navidad!