viernes, mayo 29, 2015


La liberación del Pecado
TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN  (I)
Teología es la ciencia de Dios y liberación es una acción para poner el libertad a alguien. El hombre libre es el que puede desarrollar una acción según su propia voluntad.
La revelación que trae Jesucristo, con la doctrina que predica, es totalmente liberadora. Precisamente Dios Padre envía a su Hijo para que librara al hombre de la esclavitud del pecado. Para  ser libre y actuar con la propia voluntad es necesario luchar contra el propio pecado. Para esa lucha se requiere de la gracia de Dios; sin ella el hombre no puede.
Dios nos transmite la verdad sobre el hombre. La doctrina que la Iglesia enseña y que se apoya en la verdad revelada no una ideología,  es lo que el hombre debe saber para ser libre: “la verdad os hará libres”
Jesucristo no vino para resolver un problema social, vino para anunciar el reino de los Cielos. Se le llama el Salvador o Redentor. Viene para conseguir que el hombre pueda llegar al final de su vida a ese lugar de felicidad que se llama: Cielo.
El mismo Jesucristo, ante de la ascensión, les da a los apóstoles el mandato de predicar su evangelio por todo el mundo para que los hombres se encuentren con Dios y reciban los medios, a través de la Iglesia fundada por Cristo, para luchar contra el pecado, que es la causa de todos los males y conquistar así la libertad.

La liberación del pecado
El pecado del hombre es el que causa las injusticias en la sociedad. La miseria, la marginación y la discriminación proceden del pecado arraigado en el corazón de los hombres. Esos males no se pueden combatir con reglamentos o revoluciones. Es necesaria una acción misionera y apostólica, que la Iglesia viene haciendo desde su fundación y debe continuar hasta el fin de los tiempos.
La acción de la Iglesia y de cada hombre para evitar las injusticias debe proceder del orden de los corazones humanos que deben amar a Dios y a los demás. El gran liberador es Jesucristo, y los que se identifican con él le ayudan a liberar a los demás.  Cristo quiere contar con los hombres para salvar a los hombres.
La auténtica teología de la liberación es la de los misioneros o apóstoles que entregan su vida para llevar la palabra de Dios a los confines de la tierra para que todos los hombres, sin excepción, se encuentren con Cristo y sean libres.
El que sigue a Cristo está unido Dios, al Papa y a la Iglesia universal. Busca la unión de todos, además es piadoso en su trato con el Señor, valora los sacramentos (que son liberadores),  es comprensivo, trata con delicadeza a las personas, trabaja con esmero y es servicial.


El proyecto, en la historia contemporánea, de lo que se llamó Teología de la liberación
La Teología de la liberación fue un intento de interpretar las Sagradas Escrituras a través de las crisis económicas de los pobres. Durante muchos años la teología de la liberación estuvo al lado de la ideología marxista y despertó el fervor revolucionario en muchas naciones, confundió a muchos católicos, incluidos sacerdotes y religiosos. Además, consta en los anales de la historia, que algunos miembros del clero que participaron en revueltas revolucionarias  perdieron luego su vocación sacerdotal, otros se alejaron de la vida de piedad y de la Iglesia. Nadie puede negar esta realidad.
Evidentemente, el ateísmo de Marx no es compatible con ninguna teología, pero habiendo aceptado, algunos teólogos y miembros del clero, como un hecho científico el análisis histórico de Carlos Marx, también adoptaban la lucha de clases para obtener sus fines.

Ellos decían que la  doctrina social de la Iglesia era tan solo "reformista y no revolucionaria" y por lo tanto la despreciaban por ser inadecuada e ineficaz. La única solución viable para ellos era la lucha de clases.

Ya dentro del pensamiento marxista, la teología de la liberación se ve forzada a aceptar posiciones y situaciones incompatibles con la visión cristiana del hombre, porque el que admite una parte del sistema, tiene que admitir la base en que este sistema se funda y el marxismo se apoya en los siguientes principios o normas:

1. Su doctrina es inseparable de la práctica, de la acción y de la historia, que está unida a la práctica. La doctrina y la práctica son un instrumento de combate revolucionario. Este combate es cabalmente la lucha del proletariado contra los capitalistas. Sólo así cumplirán su misión histórica.

2. Únicamente el que participa en esta lucha “toma partido por la liberación del oprimido y cumple su misión histórica”. La lucha es una "necesidad objetiva". Negarse a participar o permanecer neutral, es ser cómplice de la opresión. En este punto su pensamiento es clarísimo: "Forjar una sociedad justa, pasa necesariamente por la participación constante y activa en la lucha de clases que se opera ante nuestros ojos" (Gustavo Gutiérrez, "teología de la liberación" pág.355). "La neutralidad es imposible" (pág.355).
Clovis Boff, por su parte en "Teología de lo político", pág.410, afirma: "La teología es objetivamente parcial y clasista."

3. Como la ley fundamental de la historia es la lucha de clases, es una ley universal y aplicable a todos los campos: político, social, religioso, cultural, ético, etc.

Como se ve, estos postulados difieren totalmente de las enseñanzas de la Iglesia. El amor auténtico a los pobres procede del amor a Dios. Dios es el que hace ver, a través de los evangelios y de la prédica de la Iglesia, las injusticias que comete el hombre que no lucha contra su pecado. La obstinación y cerrazón del pecador que se ha encerrado en un planteamiento que va contra la Iglesia y la doctrina que Jesucristo y busca denodadamente acusar con indignación  a los demás señalando la “paja en el ojo ajeno”  sin querer limpiar “la viga” que tiene en el suyo.

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*Continuamos la próxima semana con: “La Teología de la liberación II”


miércoles, mayo 20, 2015


La complicación de la terquedad y la envidia
JALISCO COLÓ EL MOSQUITO
Se le dice Jalisco al terco que siempre quiere tener la razón aunque se le presenten pruebas contundentes contrarias a sus argumentos. Lo peor es que no son solo sus argumentos los que defiende a rabiar, le busca 5 pies al gato para bajarse lo que otro propone diciendo que está mal todo por una nimiedad que no merece ni la más mínima consideración.
Los “Jaliscos” suelen ser personas con poco éxito que tocan campanas para que les hagan caso y que todos piensen que la “genialidad” de sus argumentos es lo que les hace disentir para no estar de acuerdo y lo complican todo.  Ellos exigen que se cambien los planteamientos o se paralicen las obras, hasta que se ajusten a lo que ellos estipulan.

Las pretensiones del yo    (presencia de la vanidad)
Las personas en general tienen muchos modos de llamar la atención, colar el mosquito es una forma. El “Jalisco” es alguien especial que es calificado por su misma terquedad.  El “Jalisco” siempre está colando el mosquito, está incordiando por algo que no tiene demasiada importancia. Los demás lo tienen fichado por sus maneras especiales de actuar y las consideraciones absurdas que hace.
Esos personajes, un tanto pintorescos, pueden llegar a pensar que tienen una suerte de vena artística y que son geniales; sin embargo sus planteamientos, demasiado quisquillosos, no convencen a la mayoría, se quedan en un laberinto de razonadas que nadie acepta, y además son calificados de rarezas.
A los “Jaliscos”  que cuelan el mosquito, los vemos rodeados de un  reducido público cautivo, personajes originales que llaman la atención por tener una personalidad un tanto  retraída y con algunas dosis de resentimiento. Suelen ser voluntaristas que se juntan para  intentar “crear” una verdad distinta de la real, por el solo hecho de ser originales dando la contra con una nimiedad. Suelen ser pocos y con una escasa capacidad para influir en personas que no son de su cuerda.
En los discursos de los Jaliscos abunda el palabreo o el floro, como se dice hoy. Engarzan una frase con otra y no terminan nunca, no saben aterrizar en algo concreto y claro, todo queda abierto y desordenado, son divagaciones. En cambio cuando intervienen en los discursos ajenos le buscan cinco pies al gato para no estar de acuerdo. Antes de oir los argumentos ya están listos para oponerse.
Como se puede ver son, al mismo tiempo, oscuros en sus planteamientos y conflictivos para las propuestas de los otros. Es difícil trabajar con ellos, aunque  algunos optan por seguirles la corriente y no hacerles ningún caso. Eso les crea, lógicamente, una herida de resentimiento y pasan a tomar distancia con determinadas personas.
El no estar de acuerdo significa para ellos el capricho de no intervenir. Pretenden, ante los demás, tener una imagen de perfil bajo, (“yo no tengo nada que ver”) sin embargo, desde ese ocultamiento manejan los hilos para intervenir con testaferros o “sicarios” a quienes motivan para que den la cara audazmente, haciéndoles ver tercamente, (como buenos “jaliscos”) que ellos son los que deben intervenir. Queman a otros y se quitan ellos.
La terquedad es una sinrazón manejada por una razón enferma de vanidad y con cierto complejo de inferioridad. El terco ataca cuando pretende defenderse y lo hace con estrategias para que no se note. Al elaborar una argumentación pinta una situación aparentemente coherente que en primera instancia podría convencer. Luego pone los acentos en sitios indebidos y desconcierta a su interlocutor. Acto seguido persuade para que se intervenga o no. Anima o desanima a la actuación, de acuerdo a sus preferencias (él debe decidir quién lo hace) y elige los modos, de acuerdo al procedimiento que él vea conveniente. Es demasiado complicado para aclararse cara a los demás, a quienes, además juzga, de un modo contundente y drástico.
La Terquedad es una enfermedad de la voluntad. A la voluntad le falta capacidad para detener el impulso. El terco no logra zafarse de sus ocurrencias intempestivas y a la vez padece de la capacidad para decidir y pasar a los hechos, se pierde en una nebulosa.
El terco no es capaz de valorar las opiniones ajenas y se encierra sólo en aquello que él considera que es correcto. Convivir con una persona terca es difícil, porque no se da cuenta que la valoración de las opiniones de los demás es vital en la vida de cualquier ser humano.
Colar el mosquito es una cita bíblica:  “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mateo 23:24)   El Jalisco, que es un terco que quiere tener siempre la razón, se convierte en guía de ciegos. Está en una nebulosa señalando siempre el mosquito insignificante como si fuere algo muy importante. El mosquito que señala se convierte en una cortina de humo que impide ver lo que realmente es importante, es entonces cuando se traga el camello.
El Jalisco que habitualmente para colando el mosquito lo hace con terquedad y con un fuerte voluntarismo. Los que se unen a él  podrían pecar de lo mismo. Esta decisión colectiva de colar el mosquito puede ser habitual. Los demás verán el cuadro de unos señores de “ideas fijas” que son un poco raros por el descuadre que tienen con respecto a la realidad, que no quieren cambiar, por nada, sus planteamientos. Lo peor de todo es que continúan en su afán, con una cerrazón enfermiza.
Para que no ocurran estas cosas es necesaria la educación desde la infancia. Al niño hay que enseñarle a respetar y querer las opiniones de los demás y a ceder habitualmente la suya por consideración con su prójimo. La familia es necesaria para que el niño no se vaya en contra y para que no le salgan “alergias” a los modos de ser o a las opiniones distintas de las personas.
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viernes, mayo 15, 2015


El dolor mezquino de la envidia
EL RESENTIMIENTO SOCIAL (II)
La envidia es un pecado que puede venir en cualquier momento de la vida para esclavizar a una persona con un calentón o con una tristeza. Se da entre personas cercanas: familiares parientes y las amistades más íntimas.
Es un fastidio desagradable que se tiene al pensar que otra persona es mejor, porque le va bien en la vida o porque ha podido conseguir un status superior, un puesto más relevante, un negocio exitoso, un sueldo más alto, unas calificaciones excelentes y por lo tanto recibe mejores consideraciones. El envidioso critica y no acepta los progresos ajenos, piensa que los éxitos alcanzados no son meritorios y se deben a injustas influencias o preferencias. Al compararse, de un modo exageradamente competitivo, va creciendo en él un complejo de inferioridad.
Además el envidioso puede considerarse a si mismo honrado y equitativo, frente a personas injustas (piensa él), con intenciones torcidas, que buscan aprovecharse de todo. (Suele ser negativo en sus apreciaciones). Piensa al mismo tiempo que él no ha sido beneficiado como otros, a pesar de sus esfuerzos y sacrificios continuos, con el convencimiento de que gracias a él, muchas personas han conseguido salir adelante. Esa es la tónica que predomina cuando se padece de envidia.
La persona envidiosa reclama constantemente una mejor atención por parte de los demás con recursos que deberían alcanzarle por obligación, porque merece y tiene derecho de recibir esas atribuciones. Trata de imponer un sistema para que los demás le alcancen los requerimientos que solicita.

El envidioso vive resentido y cree que los demás se han olvidado de él
El ambiente social de extremada sensibilidad llama, de un modo casi imperativo y de poco respeto, a una obligada comprensión por “el pobrecito” que está dolido (resentido) y que exige derechos apoyándose en una colectividad herida (envidia social) que le da la “razón” para sus reclamos. Todos los demás tendrían que aceptar, sin protestar ni pestañear, las exigencias desorbitadas de esas personas heridas (resentidas).
Existe todo un reclamo social que tiene su punto de partida en envidias individuales. Sin que nadie se preocupe realmente de su prójimo, se podrían juntar, en causa común, los que se sienten heridos por alguna injusticia para hacer cargamontón con sus reclamos.
Parecería que todos los que reclaman se encuentran unidos, pero en realidad las envidias nunca unen, porque proceden del amor propio y no de un afán noble de justicia para defender al más débil. Es una suerte de voluntarismo caprichoso y antojadizo que podría llevar a un fanatismo de odios.
Hoy nos encontramos con una sociedad llena de personas heridas que viven protestando y reclamando derechos por todas partes. Son personas que, con tal de recibir, pueden estar dispuestas a cualquier cosa.
Las envidias, como en el caso de Caín, pueden llevar a cometer horrendos crímenes y si se trata de una sociedad entera, podría desencadenarse una guerra entre países cercanos.
Los que viven de las debilidades humanas  (para sacar provecho personal)
Tampoco faltan los atizadores de estos resentimientos que ven la oportunidad de sacar provecho brindando su “ayuda” para organizar “conquistas” Muchos políticos funcionan así, utilizando las heridas de la gente para sacar provecho. En sus discursos exageran la nota y no tienen escrúpulos para atacar con argumentos falsos o hinchados a las personas que pueden hacerle sombra, por ser honradas, a proyectos que ellos presentan y que no son  trigo limpio.
Defender a un resentido no es defender a uno que realmente esté necesitado de ayuda, es hacerle caso a un voluntarista engreído que vive medrando lo ajeno, para que los demás atiendan sus caprichos y saque beneficios sin mérito.
Lo primero que hay que pedirle a la sociedad es que ame la verdad. La sociedad que ama la verdad estará volcada realmente al servicio de los demás. Eso depende del corazón de cada persona.
Si en el corazón no hay resentimiento estará lleno de un amor limpio y ordenando, un amor apto para el desagravio. Para perdonar y llevar con garbo la carga de los demás sin reclamar nada. Tal como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo.

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miércoles, mayo 06, 2015


La sensibilidad herida
EL RESENTIMIENTO SOCIAL    (I)
 Las causas del resentimiento de una población pueden ser diversas y de distinta intensidad. Las heridas sociales pueden llevar a grandes revoluciones o situaciones de violencia perennes que pueden durar siglos.
Son faltas de entendimiento y de cercanía originadas por pertenencias a clases sociales distintas, o motivadas por discriminaciones tradicionales arraigadas en la sangre, por diversidad de raza,  religión, o situaciones laborales de privilegio frente a otras de esclavitud, también podría ser por rivalidades familiares que producen frecuentes enfrentamientos y situaciones tensas entre parientes, o los fuertes nacionalismos que impiden la aceptación de extranjeros con la crítica vehemente a sus avances y progresos.
Otras causas del resentimiento las encontramos en las heridas de las guerras pasadas, que pueden incluir deseos de venganza, heredados por una tradición que se mantiene en el consenso colectivo de una nación. En tiempos de guerra una arenga a favor del enemigo podría costar el fusilamiento de una persona. En tiempos de paz un traidor a la patria genera un gran resentimiento social que solo se calma cuando el agresor recibe el castigo que se merece.

La herida interior
Aunque el sentimiento (lo que se siente) es parecido, es importante mirar la causa que lo motiva y cual es la reacción del corazón de la persona que lo recibe. Un ataque se puede contestar con otro ataque (ojo por ojo…) o con el perdón y el olvido. Depende de la persona que lo reciba y de las circunstancias en las que se encuentra.
Que una sociedad conserve un gran resentimiento por algún suceso determinado, no quiere decir que todas las personas lo tengan. Unos estarán más resentidos que otros y algunos no tendrán resentimiento alguno. En lo social hay mucha variedad aunque se den consensos políticos que ponen sobre el tapete una “verdad” política (herida), que a veces se llama histórica, y que puede ser distinta de los verdaderos sentimientos que hay en el fondo de cada persona.
Una “verdad” política que está de moda, se difunde en los discursos de las autoridades, en los artículos periodísticos, en los programas de televisión, creando una opinión pública favorable a lo que se defiende. Suele darse una aceptación colectiva política donde campean gruesos matices de hipocresía.
Muchas personas, por quedar bien, no se atreven a decir lo que realmente piensan, otras, para ganar en una contienda, o porque no les gusta que alguien ocupe un puesto determinado, están dispuestos a defender con ahínco una “verdad” política y no hacer caso a su conciencia que le reclama la auténtica verdad. “Venderse” a unas ideas puede resultar beneficioso para una persona que no le importa la verdad.


Cuando en una sociedad se esconde la verdad (consecuencias)
Lamentablemente en esta época de relativismo se esconde con facilidad la verdad. Para una sustantiva mayoría ésta ya no importa tanto. Sin embargo cerrar los ojos a la realidad es una gran irresponsabilidad que da paso a muchos desarreglos e injusticias que claman al cielo.
Cuando la verdad está escondida en una colectividad los resentimientos crecen a unas velocidades astronómicas. El habitante medio se vuelve supra sensible y sus heridas  no se curan fácilmente.
Las heridas hay que curarlas para que no se infecten. La infección puede ser mortal. Cuando la verdad está oculta y no es considerada, entra a tallar,  con mucha facilidad, una imaginación calienturienta que mide las cosas de un modo dramático, inclinada a favor de lo que se quiere atacar o defender.
En esas circunstancias,  y con esas personas sensibles, la realidad queda distorsionada por impresiones exageradas, expresadas con la vehemencia de un voluntarismo repleto de razonadas.
Son las manifestaciones de personas heridas por un resentimiento que utilizan todos los tonos para convencer a sus interlocutores de la “verdad” de esas aseveraciones. Ponen tanta fuerza en lo que expresan,  acrecentando los argumentos, para autononvencerse  de sus propias afirmaciones a base de repetirlas una y otra vez, sin tener las pruebas o demostraciones suficientes que den crédito a lo que afirman.
Y así, con esos argumentos endebles,  se empeñan en querer convencer a los demás, que deben aceptar sí ó sí lo expresado con tanta contundencia como real.
Después, cuando sale a flote la realidad, se desinflan y no comentan nada de lo que habían propuesto o defendido con tanta fuerza. Uno de los grandes peligros del resentimiento es que quita la capacidad de pedir perdón. Si el corazón está herido por el amor propio es imposible que se de al mismo tiempo la contrición.
Una persona que no sepa reconocer sus errores y pedir perdón está perdida como persona y terminará quedándose sola, esclavizada en el horrible mundo de sus estúpidos egoísmos.

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*Continuaremos en el siguiente artículo: “El resentimiento social ( II)”


lunes, abril 27, 2015

No son noticia
LOS BUENOS SACERDOTES

El título de este artículo podría dar a entender que el número de sacerdotes buenos es escaso en el mundo. Sin embargo la mayor parte de sacerdotes, me atrevería a decir que más del 90%, son buenos y santos. Lo que ocurre es que si alguno saca el pie del plato los medios se encargan de colocarlo en primera plana para desprestigiar a todos y hablar mal de la Iglesia. 

A pesar de todo, aunque los críticos afinen su puntería contra la Iglesia y sus miembros, la aprobación que recibe la Iglesia del pueblo a través de las encuestas es bastante elevada, no digamos las manifestaciones públicas de las procesiones o las jornadas que se organizan en las visitas del Santo Padre.

Muchos sacerdotes buenos han sido elevados a los altares en los últimos años: San Josemaría Escrivá, el Padre Pío, Mons. Álvaro del Portillo, los Papas Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II. Todos del siglo XX y con una trayectoria de vida ejemplar. Miles y tal vez millones visitan sus tumbas y se llenan de fe.

El Papa Francisco, el día del Buen Pastor, manifestó sus preferencias por los buenos sacerdotes que dejaron el legado de una vida ejemplar:
¿A mí a quién me gusta seguir? ¿A quienes me hablan de cosas abstractas o de casuísticas morales; los que se dicen del pueblo de Dios, pero no tienen fe y negocian todo con los poderes políticos, económicos; los que quieren siempre hacer cosas extrañas, cosas destructivas, guerras llamadas de liberación, pero que al final no son el camino del Señor; o un contemplativo lejano?

Que esta pregunta nos haga llegar a la oración y pedir a Dios, el Padre, que nos haga llegar cerca de Jesús para seguir a Jesús, para asombrarnos de lo que Jesús nos dice.

En algunos países de América Latina, en este domingo de Pascua, día del "Buen Pastor", se celebra -además del Jueves Santo- el día de los sacerdotes. Gracias a Dios, nuestra Iglesia Católica cuenta con muchos y muy santos sacerdotes en todas las latitudes del mundo. Pero algunos de nuestros enemigos se han confabulado rabiosamente para atacarlos con calumnias de muy mal gusto, para desprestigiarlos y manchar públicamente su buena fama y reputación con mentiras soeces y deshonestas. Y, lo que es peor, algunos católicos inconscientes se han prestado como tontos útiles para hacerles eco y seguir su juego tan sucio y tan poco leal. Pero, en fin, si Cristo mismo fue perseguido y calumniado, no podemos esperar una suerte diversa para sus sacerdotes. Él mismo nos lo advirtió: "El discípulo no es más que su Maestro: si al amo le llamaron Beelzebul -o sea, príncipe de los demonios-, ¿cuánto más a los de su casa?" (Mt 10, 24-25). Si nos calumnian injustamente, es señal de que vamos por el mismo camino que siguió nuestro Señor.

Pero, aunque es verdad que algunos pocos, poquísimos, sí han fallado -pues los sacerdotes son también seres humanos frágiles y pecadores- debemos hacerles justicia y reconocer públicamente que los buenos sacerdotes son, por fortuna, la inmensa mayoría, casi todos. Y se comportan como "buenos pastores", siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor.

Todos nosotros, en las más diversas circunstancias de la vida, hemos tenido a nuestro lado a santos sacerdotes que nos han ayudado a mantenernos en pie, a pesar de las dificultades. Y a ellos les debemos la perseverancia en nuestra fe y en nuestra vocación cristiana.

Yo recuerdo con grandísimo cariño -y estoy seguro de que también tú, querido amigo lector- la figura de sacerdotes que han dejado una huella indeleble en mi existencia porque han sabido ser, como Cristo, "buenos pastores". Pastores, sí; y también buenos, como auténticos padres, amigos y compañeros de la vida.

De san Francisco de Sales, aquel obispo inefablemente amable, dulce y bondadoso, la gente solía decir: "¡Cuán bueno debe ser Dios, cuando ya es tan bueno el obispo de Ginebra!". Y se cuenta que un hombre incrédulo de la Francia del siglo XIX, alrededor del año 1840, fue invitado a visitar al padre Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars. Y, a pesar de haber ido en contra de su voluntad, después de conocerlo, exclamó: "¡Hoy he visto a Dios en un hombre!".

Es impresionante también el testimonio que nos narró personalmente, hace algunos años, Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, entonces Administrador apostólico de la Rusia europea y actual Arzobispo de Moscú: Perni es una ciudad que se encuentra en los Urales y, durante el comunismo, había allí campos de concentración. Todavía en los años ochenta estaba detenido en ese lugar un sacerdote lituano, Sigitas Tamkjavicius, hoy obispo metropolitano de Kaunas. Después de la santa Misa los fieles me invitaron a visitar el cementerio. Me llevaron ante la tumba del primer sacerdote que había trabajado en esa ciudad, muerto en el siglo XIX. La gente me decía: "Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza".

Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos. Y, como éstos, tenemos legiones enteras y miríadas de ejemplos. Sacerdotes que, llenos de amor a Dios y a los demás, desgastan su vida en silencio y a escondidas, como la vela roja del Santísimo Sacramento que se consume de día y de noche en un continuo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía.

Pero los sacerdotes también necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo, para que el Señor les dé a todos el don de la santidad y de la perseverancia en su vocación. Y oremos también por las vocaciones, para que el Dueño de la mies mande a su Iglesia muchos y santos sacerdotes según su Corazón: buenos pastores, como Jesús, "el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas".

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lunes, abril 20, 2015


Responsabilidad de los papás
LOS ORÍGENES DEL BULLING ESCOLAR
No es fácil precisar cuando se inició el bulling escolar. Ha existido en todas las épocas y en todos los países del mundo. Procede del desorden de la naturaleza humana que quiere sobresalir por encima y a costa de los demás. La burla se convierte en un arma eficaz para ascender dejando de lado a alguien que es minimizado.
Las leyes, reglamentos o disposiciones que se den para frenarlo no influyen tanto, como podría parecer, para lograr que desaparezca. La educación sigue siendo el factor fundamental para curar ese mal y esta depende fundamentalmente de los padres dentro del núcleo familiar.
Los colegios deben contar, en primer lugar, con los padres, que son los principales educadores de sus hijos, para ganarle la guerra al bulling. Es muy difícil que un colegio arregle por su cuenta ese problema, sin la intervención de la propia familia. Es más, la responsabilidad principal para la educación de los hijos recae en la familia, el colegio es un complemento de ayuda.

Acertar con el colegio
Lo primero que se debe advertir es que no todos los chicos son para cualquier colegio. No basta con que el colegio sea de gran calidad y buen prestigio. Puede ser que un alumno, también bueno, no encaje con los compañeros que les toca en el salón. Si esto es así el colegio y los padres deben tomar medidas para que el alumno cambie de ambiente. No en conveniente forzar al alumno para que permanezca en un ambiente que no es para él.
Si un alumno no encaja, por los motivos que sean, en un colegio, los padres deben ponerse de acuerdo con los profesores para cambiarlo a otro colegio (si no hay otra aula del mismo colegio donde se le pueda ubicar); esta movida no dice nada del colegio ni del alumno, depende de circunstancias. No es culpa de nadie.
El colegio es para el alumno y no el alumno para el colegio. El alumno está en el colegio para lo puedan formar. No todos los colegios pueden formar a todos los alumnos. Aunque sea un excelente colegio.
La formación del alumno dependerá también del ambiente de compañeros que tenga. Alguna vez ocurre que algún alumno no encaja, para nada, entre sus compañeros de clase. Es por eso que entre los colegios debe haber una conexión para poder intercambiar alumnos que tienen ese tipo de dificultad. Serán siempre pocos, de acuerdo a la experiencia pedagógica de los colegios.
Los padres, si ven que uno de sus hijos no encaja en el colegio donde están sus hermanos, no deben empeñarse en que continúe allí. Además entre los hermanos debe evitarse la competividad; estar en un colegio distinto no es más ni menos privilegio, al contrario deberían enriquecerse todos los hermanos y la familia entera con la variedad de los distintos colegios. La competividad entre colegios resulta antipedagógica y puede ser deformante para los chicos.
Es importante que en los ámbitos educativos los colegios estén unidos y se apoyen unos a otros. Se trata de darle a los alumnos lo mejor y no de competir criticando a los otros colegios o a los sistemas educativos de otras instituciones como si fueran deficientes o estuvieran en contra.
Las propagandas de un colegio no debería minimizar a otro. Un colegio no se debe presentar en la sociedad sacando pecho y dejando por debajo a otros. Esa actitud presuntuosa y vanidosa cerraría muchas puertas y traería muchos problemas.

Enseñar en la casa
La casa es la principal escuela y los padres los primeros educadores. Los padres no contratan un colegio para que éstos eduquen a sus hijos sustituyéndolos a ellos. La misión del colegio es subsidiaria, de complemento. A los padres les corresponde crear, para sus hijos, el ambiente de continuidad y unidad con el colegio. Los niños, desde muy pequeños, deben querer mucho a su colegio.
El hijo no debe entrar al colegio como un “príncipe” con derecho a todos los cuidados y beneficios que se deben tener con él. Debe entrar con una responsabilidad de trabajo y generosidad a favor de los demás. Los padres deben inculcar en ellos el respeto y el aprecio por los maestros que le van a ayudar en su educación.
En la casa los niños deben aprender a querer todas las personas y por lo tanto al primer prójimo que van a ver fuera de su casa: los maestros y sus compañeros de clase. Cara al colegio es erróneo educar al niño con engreimientos, para que se sienta poseedor de sus derechos: un sitio cómodo en el aula, que no pase calor, que los profesores le faciliten las cosas, que se castigue a los que lo fastidian.
No se debe “dar tanto” a los niños (todas las comodidades), ni criarlos entre algodones. Estos niños educados con engeimientos, adquirirán frente a los demás actitudes  que motivan el bulling por parte de los demás. Si son como una orquídea que no se puede ni tocar, los demás verán la forma de fastidiarlo.
Los niños que suelen ser el punto de la clase son los que tienen alguna originalidad  que los padres deben conocer para que se le trate convenientemente. Por otro lado hay que tener en cuenta también que las bromas de los ambientes infantiles y juveniles contribuyen en la formación de la personalidad. Hay que saber manejarlas para que nadie se sienta mal y no se cometan faltas de caridad.
Es necesario conseguir con la educación, desde la infancia, que las personas sean buenas y que al mismo tiempo aprendan a resistir con fortaleza las adversidades que puedan encontrar en la vida.
Además se debe educar en la generosidad y el espíritu de servicio para que estas virtudes queden como una constante durante toda la vida. El niño engreído y egoísta  que no es generoso ni servicial irá totalmente a lo suyo y terminará alejándose de sus propios padres y de su familia. Es muy desagradable ver gente arrogante, que desprecia a su prójimo haciendo acepción de personas de acuerdo a sus gustos o preferencias, con actitudes de severidad o indiferencia.
Es urgente educar a las personas para que sean generosas y sepan darse, desde muy pequeños, al servicio de los demás.

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miércoles, abril 15, 2015


Amor al prójimo: conseguir que vivan con la verdad
AMOR A LAS DIFERENCIAS  (V)
Cuando abrimos el catecismo de la doctrina católica allí se nos enseña que Dios es trino: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El cristiano tiene que aprender a tratar a las tres personas distintas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. No son tres dioses es un solo Dios, el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero son tres personas distintas. Uno aprende a amar cuando ama las diferencias, sin embargo hay que tener en cuenta que las diferencias son características distintas de un bien.
Lo mismo podemos decir a una persona con respecto a su familia para que sepa querer a cada persona como es, con sus características  y sus circunstancias distintas, de todo lo que es bueno.

Querer el bien y rechazar el mal
Para acertar en estos objetivos es necesario distinguir entre el bien y el mal. Si un familiar tiene un cáncer que lo está matando se debe querer al familiar pero no al cáncer, si el otro está en una situación económica deplorable hay que quererlo igual y desear que salga de esa situación que lo perjudica, si tiene un vicio como el alcohol o la droga, se debe procurar ayudarlo para que deje esas malas costumbres.
Igualmente hay opciones de vida que están equivocadas, por eso todas las personas necesitan ser aconsejadas y orientadas. Las personas necesitan de los demás para ser libres. Cuando los demás saben quitar el mal de las personas las hacen libres. Quitar el mal exige esfuerzo y sacrificio, quitar el mal es amar.
Nadie puede decir que los papás están muy contentos con sus hijos porque ellos son libres de elegir para su vida lo que quieran. Suena bonito, pero ¿acaso existen padres que no sufren por el camino que ha tomado alguno de sus hijos?
El papá del hijo pródigo de la parábola evangélica estaba esperando que su hijo se arrepintiera y volviera a la casa. La libertad del hijo estaba en recomenzar su vida en la casa del padre y no seguir con las bellotas junto a los chanchos. Allí no había libertad para él y para ninguna persona.
Para el papá, para el mismo hijo y para todo el mundo, la libertad del hijo pródigo estaba en el retorno a la casa paterna. Se trata de un padre bueno que quiere mucho a su hijo y le puede dar todo su amor. Era un hijo que necesitaba del amor del Padre.
El trato que va a recibir el hijo pródigo por parte del padre es distinto del que le da, de un modo habitual, al hijo mayor que no se fue,  y cuando éste le reclama, le hace ver la diferencia. La caridad consiste en querer desigual a los que son desiguales.  Entre el hijo que estaba bien y el pródigo había una diferencia. El padre quería a los dos igual, pero en ese momento el pródigo necesitaba del amor del padre.
Los padres que quieren habitualmente a sus hijos, y están pendientes de ellos, saben lo que cada uno necesita en cada momento. Ningún padre del mundo estará tranquilo si su hijo está fuera del camino correcto. Al hijo mitómano lo quiere, pero también lo ayuda para que su tendencia a la mentira no lo perjudique, al que es violento lo quiere mucho pero también lo cuida y le advierte para que su tendencia a la ira no le cauce problemas; igualmente al que tiene tendencias homosexuales lo ama con toda su alma, pero le aconsejará y buscará ayuda para que su tendencia no lo esclavicen con un desorden de vida impropio y contra natura.
Todo padre de familia y la sociedad entera, en todos los países del mundo, si quieren a sus hijos, lucharán contra la borrachera, la prostitución, la drogadicción, la ludopatía, el bulling o cargamontón, el cochineo o la burla, la suciedad, la vulgaridad, el atropello, los insultos, las manías, la irreverencia, la brusquedad, la falta de respeto, la vagancia, la corrupción, el permisivismo, el desorden, la envidia, los celos, la gula, la glotonería, la avaricia, la codicia, la fornicación, la altanería, la vanidad, la curiosidad, el narcisismo, el nepotismo, el argollismo, la usura, la trata de blancas, el fraude, el utilitarismo, la terquedad.
El hombre ha nacido con una ley moral que debe respetar para que pueda ser feliz. La sociedad se debe regir por las leyes morales que están inscritas en la naturaleza humana y que regulan los desórdenes ocasionados por el pecado.
El amor no es una suerte de “liberalidad” de sacar de sí lo que estorba. Lo que hay que sacar de sí es el pecado y no la cruz que Jesús invita a llevar. El amor no es consecuencia del desprendimiento de la cruz. La cruz hay que llevarla con alegría y saber distinguir entre el dolor de amor, que es la contrición y el desagravio, del dolor del resentimiento. El herido y resentido se encuentra en una situación de deuda, debe salir de esa situación (que es de pecado) para que pueda llevar el peso de la cruz con alegría.
Jesucristo nos dice: “Si me amas cumple los mandamientos”  Allí está la falsilla para saber si se va bien por el camino. El amor no es un sentimiento de “algo romántico” que se adquiere. El amor es la fuerza de conquista para poner en alto la cruz de Cristo. El amor es la perseverancia, la constancia, llegar hasta el final, aunque se tenga que ir a “contrapelo” . Cristo fue contracorriente y nos dice que Él es el camino para todos, por eso la Iglesia, fundada por Cristo, camina en la historia con el signo de la contradicción.
Si se quiere a una persona hay que pedirle que luche, que sepa llevar el peso de sus compromisos y responsabilidades. Con este fin se educa a los hijos. A los hijos no se les debe educar para que tengan cosas, hay que educarlos para que sean buenas personas. La diferencia entre el bueno y el “buena gente”  es que el primero se rige por la verdad y el segundo por la comodidad. El primero ama y el segundo se acomoda. Cuando el hombre no lucha y se acomoda tarde o temprano entra en crisis (se vuelve una “fiera” o se deprime).
El hombre pecador no es libre, si persiste en el pecado se esclaviza y hace daño a los demás. En cambio el que consigue liberarse del pecado por la ayuda que recibe de Dios, alcanza también la libertad y junto con ella la alegría.

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miércoles, abril 08, 2015


Las debilidades del resentimiento
AMAR LAS DIFERENCIAS  (IV)
Cuando vemos que a los partidarios del amor libre no se les puede ni tocar, porque se sienten heridos y reaccionan de modo violento, estamos observando la debilidad de un voluntarismo que busca “crear” una verdad como si fuera un dogma para que todo el mundo acepte. Y al que no acepta lo miran como a un infeliz discriminador y retrogrado, y lo convierten automáticamente en un potencial enemigo.
Ese tipo de conducta refleja la herida de resentimiento que llevan en la interioridad de un modo habitual.  Las personas heridas actúan atacando porque piensan que los demás habitualmente lesionan sus derechos. En los tiempos actuales existe una pandemia de heridos que se sienten despreciados y discriminados habitualmente, deambulan por el mundo con el arma cargada pensando que tienen derecho a disparar.
Esa conducta es semejante a la de algunos fundamentalistas, que cuando se sienten heridos, atacan con furia y son capaces de matar, creen que tienen la patente de corzo para insultar y denigrar a los que no piensan como ellos.
Los abanderados defensores del amor libre no se dan cuenta que, al poner énfasis en esos pretendidos derechos, están olvidando otros, que son, para ellos y para todos, mucho más importantes y cuando se colocan en los primeros lugares, como debe ser, los que son falsos caen por su propio peso para el acierto y la ganancia de todos.

Los ataques de los que realmente discriminan
La discriminación y el desprecio por el prójimo ha existido en todas las épocas. Es un mal que solo se puede vencer con planteamientos personales de lucha. Toda persona debe esforzarse por querer a su prójimo. Si no hay verdadero afecto y estima por las personas el corazón no funciona y el hombre falla en su trato con los demás. Herirá habitualmente a su prójimo, aunque haga propósitos de reconciliación.
Decirle negro, indio, serrano o cholo a alguien es considerado un insulto. Esta claro que una persona que emplea en su lenguaje habitual estos términos para referirse a los demás lo hace con un afán discriminatorio y atenta contra la dignidad de las personas. Quien conoce bien la realidad del momento sabrá decir: hombre de color, habitante de la sierra, mestizo…etc. y se cuidará de no ofender a nadie con una actitud discriminatoria.
Los que se sienten afectados por algún tipo de discriminación, son los que hoy reclaman igualdad de trato para todos, y argumentan, incluso con citas bíblicas, que todos somos iguales y que por lo tanto debemos respetarnos y aceptarnos, sin poner trabas a los estilos de vida que cada uno quiera elegir. De acuerdo a estos requerimientos parece que son justas y saludables sus propuestas y lo serán cuando se trata del bien de las personas.
Sin embargo afirmar que cada uno es libre para escoger la opción de vida que desee y que nadie se debe entrometer en sus decisiones, no es necesariamente apuntar al bien de las personas.  A los que piensan así, (habrán pensado poco), habría que hacerles ver que todas las personas necesitan de los demás para realizarse como personas, de lo contrario no tendría sentido la educación.
Una cosa es la imposición y otra, bien distinta, la orientación. El que orienta lo hará siempre de acuerdo a la verdad y al bien. Todo ser humano necesita ser orientado (aconsejado) y formado de acuerdo a la verdad, para que sus elecciones sean acertadas.
Un padre no puede dejar de educar a sus hijos. Tratará de transmitirles los criterios acertados para que ellos los asimilen y puedan portarse bien en la vida, de acuerdo a esas pautas que recibieron en su formación. Es de suponer que esos criterios y pautas apuntan al bien.

La incoherencia de aceptar cualquier estilo de vida para la sociedad y la familia
Los reclamos de una sociedad liberal (que cree en la libertad absoluta), pretenden abrir puertas para cambiar las costumbres tradicionales que se consideran obsoletas y de otras épocas. Se pone el acento en que lo pasado ya fue y que la adaptación del hombre de hoy debe ser para la modernidad; es una suerte de complejo de inferioridad que busca el status de lo que es actual (lo que está de moda) con una vehemencia desproporcionada que arroja tierra a lo antiguo.
La sociedad liberal suele ser permisiva y anti ley. Busca paradójicamente que todo el mundo tenga aceptación en los distintos sectores de la sociedad y que esa aceptación sea total, para cualquier estilo de vida que se escoja.
El error y la debilidad de esta propuesta está en haber dejado de lado la noción objetiva de bien y de mal. Cuando esto ocurre y el criterio es meramente “democrático” se conseguiría, por consenso, que los drogadictos tengan sus espacios para consumir la droga cuando deseen, los prostíbulos tendrían una zona dentro de la sociedad para funcionar legalmente, los Gay alcanzarían un status de normalidad para ejercer derechos de matrimonio y educación de unos hijos que no son suyos, los sacerdotes casados obtendrían un permiso para seguir ejerciendo su ministerio, los sacerdotes Gay podrían vivir juntos y seguir siendo sacerdotes, los terroristas podrían alcanzar el derecho de ser respetados como una fuerza política levantada en armas, los colegios tendrían que aceptar profesores y alumnos Gay, que ejerzan sus derechos como tales, sin que nadie los discrimine.
Las familias tendrían que aceptar, entre sus miembros, parientes con opciones de vida distintas: los hijos tendrían que aceptar a la querida de su papá, los padres tendrían que respetar a la hija lesbiana que trae una amiga lesbiana a su casa, las familias tendrían que aceptar al profesor de educación física que es Gay y enseña a sus hijos, un padre debería aceptar que un hijo suyo cambie de sexo y que otro pueda llegar borracho a su casa porque le gusta tomar.  Si seguimos la lista nos encontraríamos con situaciones impropias que nadie aceptaría en el fondo de su conciencia aunque la sociedad haga propaganda y saque carteles a favor del amor libre.
La experiencia siempre enseña que aunque todo el mundo se ponga de acuerdo en aceptar lo que es contra natura, el deterioro y el caos que se origina termina derrumbándolo todo.
En estos temas elementales de sentido común no cabe la ingenuidad de pensar que todo se puede aceptar. Es necesaria y urgente la formación de la conciencia para que las personas sepan aceptar el bien y rechazar el mal.
Con la formación se combate a la malicia del que se encuentra suelto en plaza pensando que la libertad consiste en dejar rienda suelta a la espontaneidad y que cada uno es libre para determinar si algo es bueno o malo al margen de una ley moral. Craso error.
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*Próximo artículo: “Amor a las diferencias V”